miércoles, 3 de diciembre de 2008

LA FALACIA DE LA "TECNOLOGÍA PROPIA"

Uno de los mitos más difundidos y más erróneos es la supuesta importancia del desarrollo de una "tecnología propia", sugerencia que va de la mano con su fomento por el Estado, a través de la inversión pública en investigación, y las restricciones o prohibiciones a la importación de tecnología. Pero la idea parte de concepciones falsas y conduce a conclusiones equivocadas:
* En primer lugar, supone que existe una relación mecánica o al menos predecible entre lo que gaste el Estado en investigación, y los resultados que arroje ese gasto. El gobierno –en particular en Argentina- no ha mostrado ser eficiente a la hora de gastar.
* Por lo demás, la inventiva no es algo que se desarrolla porque el Estado lo quiera. Los sucesivos gobiernos soviéticos hicieron lo imposible por fomentar el desarrollo de tecnologías "propias" y, cuando se abrió al mundo, se supo que su computación estaba atrasada, su industria automovilística era obsoleta, y que no había desarrollado, salvo en la industria bélica, ningún invento competitivo.
* Una tercera objeción es que no está claro qué ventaja diferencial obtendrá el país con las hipotéticas invenciones futuras, respecto de los beneficios que obtendrían las empresas, adquiriendo la tecnología ya existente. Supongamos que, después de 10 años, se desarrolla en Argentina una hipercomputadora, o un vehículo propulsado por alguna ignota fuente de energía que no se esté experimentando en el resto del mundo. Supongamos –y eso es mucho suponer- que ese prodigio es una consecuencia del fomento por el Estado de la investigación y desarrollo de tecnologías propias, y no del azar o de la inventiva de talentos locales. Una vez descubierto, y si es exitoso y rentable, toda empresa de cualquier parte del mundo podrá adquirir esa tecnología, pagando el precio de ella. La evaluación del proyecto debe comparar el valor actual de esas inversiones, con recursos extraídos de los particulares que se ven imposibilitados de elegir libremente la tecnología que les plazca, con el valor presente de los eventuales resultados futuros.
* Las propuestas parten del supuesto implícito de que, una vez hipotéticamente descubiertas nuevas tecnologías, "permanecerán en el país", es decir que el Estado impedirá su transferencia al exterior. Dejando de lado la inconstitucionalidad de la medida, es imposible: una vez que la tecnología se aplique a la producción de bienes y servicios, nada impedirá que en el exterior se haga uso de ella.
* Adquirir tecnología que a otros les ha costado años desarrollar, lejos de ser muestra de una mentalidad dependiente, es lo que hacen los empresarios, agricultores y consumidores racionales. En la economía privada, las personas son más sensatas que en sus opiniones políticas: la gente no se dedica a estudiar odontología para curar sus propias muelas, y ahorrar así el costo del dentista; no procura mejorar por su cuenta –ni siquiera las grandes empresas- los sistemas operativos de sus redes de computación; adquiere bienes de capital y de consumo, y servicios prestados por terceros. Si estos terceros los brindan a un costo menor que las hipotéticas maravillas que obtendrían desarrollando tecnologías o bienes propios, las empresas y los individuos harán lo que hace toda persona medianamente razonable, y que aprecie los beneficios de la división del trabajo aunque no tenga estudios formales: adquirirá esa tecnología pagando su costo. Como dicen Samuelson-Nordhauss ("Economía", decimosexta edición, 1999, Mc Graw Hill/Interamericana de España, pág. 536, "los países pobres no tienen por qué crear Newtons modernos para descubrir la ley de la gravedad; pueden estudiarla en cualquier libro de física. No tienen que repetir los lentos y tortuosos inventos de la Revolución Industrial; pueden comprar tractores, computadoras y telares automáticos que ni soñar pudieron hacer los grandes comerciantes del pasado…El desarrollo histórico de Japón y Estados Unidos lo muestra claramente. Japón se sumó tarde a la carrera industrial…adoptando tecnologías extranjeras productivas, pasó a ser la segunda economía industrial mayor del mundo, posición que ocupa actualmente. El caso de Estados Unidos constituye un esperanzador ejemplo para el resto del mundo. Los inventos clave de la industria del automóvil tuvieron su origen casi exclusivamente fuera de Estados Unidos. No obstante, Ford y General Motors aplicaron inventos extranjeros y se convirtieron en los líderes de la industria automovilística".
Más importante que una tecnología propia, es un empresariado dinámico, e incentivos para el ahorro y la inversión. Argentina ha tenido destacados premios Nobel, así como científicos e investigadores de primer nivel, pero eso no ha mejorado sustancialmente nuestro bienestar. Subyace en las teorías simplistas sobre la investigación y el desarrollo, la idea de que el gasto en esos rubros genera economías externas, que por hipótesis no serían apropiadas totalmente por los inventores y las empresas que creen o para las cuales trabajen (en otras palabras, que la comunidad obtendría una suerte de "plusvalía" aprovechando el trabajo de sus científicos, investigadores y empresas nacionales que desarrollen nuevos productos, procesos y tecnologías). La ciencia económica más elemental nos dice, por el contrario, que cobrarán por sus servicios el valor del producto marginal que agreguen, y si se respeta el derecho de propiedad del inventor –como lo manda el art. 17 de la Constitución Nacional- el país no se apropiará, a título gratuito, del fruto de la inventiva particular.
El hecho de que por hipótesis el Estado financie la investigación no debe confundirnos: los inventos o las mejoras son fruto del trabajo, la imaginación, la inspiración o la suerte de particulares, quienes si obtienen mejores productos o servicios, o incrementan la productividad de los bienes de capital o de la agricultura, beneficiarán en forma indirecta a la comunidad –a través de la reducción de precios o de las mejoras en la cantidad o calidad- pero no sólo a la nuestra, sino a todo el mundo. El efecto directo e inmediato, será una mejora de la retribución de los inventores, investigadores y empresarios, acorde con su incrementada productividad.