El fascismo como descalificador genérico
En el lenguaje cotidiano y político, apostrofar como “fascismo” las prácticas autoritarias de las dictaduras y hasta las actitudes autoritarias en un régimen democrático se ha convertido en un lugar común. Calificarlas de “comunismo” sería políticamente incorrecto –cuando no incorrecto a secas-; de “nacional-socialismo” una extravagancia, y de totalitarismo o proto-totalitarismo despertaría inmediatamente las rápidos reflejos reactivos del socialismo, que tiene muy claro que el solo empleo de la palabra hace entrar al marxismo en la zona de peligro, y a quien la utiliza, en el campo enemigo. ¿Por qué una variante atenuada del totalitarismo como el fascismo –singular desde el punto de vista histórico y geográfico- es presentada como el arquetipo de la teratología social?
Previniendo críticas de quienes desconocen el pensamiento crítico, no hay en estos párrafos el menor asomo de intento de rehabilitación del fascismo, sino un análisis objetivo y un desenmascaramiento de las razones de la denunciada deformación. Es hora de que muchos superen el temor a los denuestos de la izquierda, por decir las cosas con claridad. Más fácil y más cómodo es entrar en su juego, y calificar a todo lo que no nos gusta de “fascismo”. Eso es, cuando no cobardía ideológica, una muestra de ignorancia. El fascismo italiano –originado, no nos olvidemos, en el socialismo marxista- fue una versión “a la italiana” del totalitarismo, mucho menos criminógena que el nazismo, del que dependía al punto que la “colaboración militar” del Eje se convirtió en una real ocupación de Italia por el ejército alemán. No puede generalizarse como el mayor de todos los males, al que ciertamente fue una versión segundona –afortunadamente para Italia- y carente de la demencial convicción del nacional-socialismo. La recurrente caracterización como arquetipo de una dictadura de antaño –comparativamente menos sangrienta- no excusa a los liberticidas de hogaño.
Nazismo y fascismo
Por lo pronto, salta a la vista para el observador menos avisado la brecha enorme entre el grado de criminalidad y opresión del nacional socialismo (nazismo) y el fascismo italiano. La persecución sistemática de los judíos no existió en la Italia fascista, como lo señala Hannah Arendt : “Suecia, Italia y Bulgaria, al igual que Dinamarca, resultaron inmunes al antisemitismo…Italia y Bulgaria sabotearon las órdenes alemanas y emprendieron un complicado juego de engaños y trampas que les permitió salvar a sus judíos…Los nazis sabían muy bien que tenían mayor afinidad con la versión del comunismo aplicada por Stalin que con el fascismo italiano. Y por su parte, Mussolini no tenía excesiva confianza en Alemania ni demasiada admiración por Hitler…el mundo en general nunca comprendió las profundas y decisivas diferencias existentes entre las formas de gobierno totalitario, por una parte, y el fascismo, por otra. Diferencias que en ningún caso se pusieron tan de relieve como en el tratamiento de la cuestión judía…el sabotaje de los italianos a la Solución Final adquirió proporciones verdaderamente graves (2), debido principalmente a la influencia que Mussolini ejercía en otros gobiernos fascistas de Europa, es decir en la Francia de Pétain, la Hungría de Horthy o la Rumania de Antonescu. Si Italia podía salirse con la suya y dejar de asesinar a sus judíos, los países satélite de Alemania igual podían intentarlo…Incluso los antisemitas italianos más convencidos parecían incapaces de tomarse en serio la persecución de los judíos…La explicación de lo anterior es que Italia era uno de los pocos países europeos en que todas las medidas legislativas antisemitas fueron altamente impopulares…Este comportamiento de los italianos difícilmente podrá explicarse tan solo alegando las circunstancias objetivas...para los italianos era el resultado del general y casi automático sentido humanitario de un pueblo antiguo y civilizado”.
Por supuesto que el fascismo italiano tenía pretensiones totalitarias. Pero no llegó jamás a acercarse al carácter liberticida y asesino serial del nazismo y del comunismo. Entonces, ¿por qué de fenómeno doméstico –con caracteres diferentes en lo ideológico- ha sido elevado a una categoría genérica, englobadora del nazismo, del franquismo en España y de las diversas dictaduras militares de derecha?
Porque permite la dilución de regímenes cuantitativamente hipercriminales y cualitativamente totalitarios –como el nazismo y comunismo- en un concepto abarcador que tiene la virtud de excluir al comunismo en sí de toda repulsa general.
Comunismo y totalitarismo
La Unión Soviética no es mirada hoy –después de su implosión- como un modelo a seguir, pero tampoco es objeto de un repudio y alusión permanente como arquetipo del mal. Si la razón para no hacerlo esbozada por algunas almas piadosas siempre dispuestas a perdonar los crímenes de la izquierda es que cayó en 1989, ¿por qué no se dice lo mismo del fascismo, derrotado hace casi 70 años? El motivo real es que para el “progresismo” socialista, las verdades incómodas deben ser silenciadas. A lo sumo, el estalinismo es presentado como la desviación de un ideal primigeniamente puro, lo que permite presentar con rasgos respetables al marxismo-leninismo y al trotskismo. Pero los horrores de la Unión Soviética, de China comunista, de la Camboya de Pol Pot, de la Etiopía de Mengistu, ¿son todas perversiones?
Quienes tenemos algunos años más, recordamos que la imagen para el mercado externo del maoísmo era el retorno a la prístina pureza de una doctrina, contra las desviaciones “burocráticas” del modelo soviético. La “revolución permanente” venía a sustituir al esclerosado “socialimperialismo”. Afortunadamente para el pueblo chino, ese gigantesco infierno fue sustituido desde Deng Xiao Ping por un infierno o purgatorio menor, que no deja de ser dictatorial y con frecuencia criminal, pero cuyo aburguesamiento y conversión al capitalismo han atenuado las características más sangrientas del período previo.
La lectura del libro “Cisnes Salvajes” (3), escrito por una ex guardia roja y referido a la era maoísta, muestra la disolución de la individualidad en la ideología omnipresente: la reorganización no sólo de las instituciones sino de la vida de las personas (pág. 128), la condena al apego a la familia como hábito burgués (págs. 128 y 207), el concepto de que toda cuestión personal era a la vez una cuestión política (pág. 128), la autocrítica impuesta (pág. 129, 159, 160) como una forma de anular la individualidad, la necesidad de obtener autorización para un “todo” no especificado como elemento fundamental del régimen comunista (pág. 132), la búsqueda de la total sumisión de los pensamientos individuales -no sólo la obediencia externa- a los dictados del Partido y de Mao (pág. 160), el rechazo al pasado burgués, que conducía a estigmatizar a familias enteras (págs. 160), el fomento de la delación (pág. 169), la persecución del pensamiento independiente, aun proveniente de comunistas convencidos, acusándolos de “conspiración contrarrevolucionaria” (pág. 193), el control total de los medios de comunicación por el partido comunista (pág. 193), la implacable persecución de las personas por su pasado individual o familiar (págs. 193 y 204), la hambruna provocada por la irracionalidad económica del “gran salto adelante” (págs. 218-238), por decenas de millones (pág. 237), el culto a Mao (págs. 256-264), la lectura cotidiana obligatoria de su Pequeño Libro Rojo (pág. 279) acompañado del miedo y la autocensura (pág. 263), el adoctrinamiento político en la vida escolar (pág. 269), la violencia colectiva por los jóvenes guardias rojos como instrumento del terrorismo de Estado (pág. 286) contra los “enemigos de clase” (ág. 287), el odio antiburgués al punto de considerarse sospechosa la amabilidad, los buenos modales y el respeto de los mayores (pág. 293), las golpizas y asesinatos a profesores “burgueses” por ser demasiado exigentes o excesivamente cultos (págs. 296-297), al punto que se había instaurado el “imperio de la ignorancia” (pág. 515); los trabajos forzados, inclusive para las mujeres (págs. 396-397), los tormentos, el deliberado abandono médico e inclusive el suministro de medicamentos que pudieran matar a los pacientes (págs. 402-403), el aislamiento cultural (pág. 489), el aliento e instrumentalización de los peores sentimientos como la envidia, el rencor, el odio y la conversión de muchos individuos corrientes en verdugos y torturadores, a diferencia de las dictaduras en que tales menesteres son encomendadas a “profesionales” (pág. 515).
El jacobinismo y los orígenes del totalitarismo marxista-leninista
Para quienes consideren que los ejemplos soviético y chino –sumemos el de Camboya bajo Pol Pot, el de Etiopía con Mengistu, el de Cuba con Fidel Castro- son particularidades que no empequeñecen ni desvirtúan la pureza inmarcesible de un ideal –aunque sus víctimas se cuenten por millones- es hora de que desmitifiquemos a aquél. Los revolucionarios de octubre de 1917 –así como los revolucionarios de 1848 y de la comuna parisina de 1871- se proclamaban herederos de los jacobinos, como lo destacaba Juan José Sebreli aun en su período de marxista, pero ya crítico. En “El hombre rebelde” (4) Albert Camus –incuestionablemente hombre de izquierda, pero que nunca sacrificó la verdad en el altar de la ideología- desmenuza los gérmenes totalitarios y criminales de la revolución francesa, comenzando con “el asesinato público de un hombre débil y bueno” (pág. 113), como el rey Luis XVI. Es con la etapa jacobina de la revolución que por primera vez se da una coartada ideológica, disfrazando de virtud, al terrorismo y al asesinato estatal (p. 117) –lo que hoy se llamaría terrorismo de Estado- la criminalización de las facciones (p. 118), de la crítica como traición (pág. 119). Hasta los que gozan, y sobre todo ellos, son contrarrevolucionarios (p.120).
Juan José Sebreli (5) pone de manifiesto que la revolución francesa “no solamente proporcionó el modelo de revolución total, llevada hasta sus últimas consecuencias, sino que también dio origen al jacobinismo, es decir a la dictadura de una minoría de vanguardia que impone el terrorismo de Estado”. En su obra -de recomendable lectura, aunque todavía no se ha quitado el lastre de su adscripción a Marx y su intento de conciliarlo con Hegel, hegelianizando a Marx y marxistizando a Hegel- denuncia el carácter totalitario del jacobinismo (obra citada, p. 192): el delirio paranoico contra los enemigos (p. 192), la sospecha institucionalizada (p. 192), el fomento de la denuncia de “contrarrevolucionarios” (p. 193), incluidos los parientes de emigrados (p. 192), el adoctrinamiento público (p. 194), el partido único (p. 195). El jacobinismo inspiró tanto a Marx, como a Lenin (obra citada, págs. 186-187), y a su turno a Trotsky, quien al escribir una apología del terrorismo de Estado se vinculaba a los jacobinos de 1793 (pág. 189).
La herencia terrorista y totalitaria fue recibida sin beneficio de inventario por Lenin, quien sin empacho manifestaba que “hay que estar dispuesto a…utilizar…todas las estratagemas, la astucia, estar decididos a ocultar la verdad, con el único fin de penetrar en los sindicatos y realizar en ellos, a pesar de todo, la tarea comunista” . Lenin “…ha querido expulsar la moral de la revolución, indiferente a la inquietud, las nostalgias y la moral” . “Una justicia lejana…obliga a aceptar la injusticia, el crimen y la mentira…hay que matar toda libertad”.
Y Lenin no era un hereje respecto de sus númenes inspiradores. Engels, con la aprobación de Marx, escribió en respuesta a Bakunin: “La próxima guerra mundial hará que desaparezcan de la superficie de la tierra no solamente clases y dinastías reaccionarias, son también pueblos reaccionarios enteros” .
Ya instaurado el comunismo, desapareció todo vestigio de libertad, y mucho antes de la etapa estalinista. Como apuntaba Camus (“El hombre rebelde”), la sociedad del socialismo real destroza a la amistad –que en su concepción tradicional, es la amistad de las personas…la solidaridad particular- en beneficio de una abstracción como “la amistad de las cosas”, una “amistad en general, amistad con todos, que supone, cuando debe asegurarse, la denuncia de cada uno”. Nuevamente vemos la sospecha y la delación convertidas en virtudes sociales (pág. 222).
En el totalitarismo soviético, “…los fieles son invitados regularmente a extrañas fiestas en las que…víctimas llenas de contrición son ofrecidas en ofrenda al dios histórico” (p. 227). Su utilidad consiste “en impedir la indiferencia en materia de fe. Es la evangelización forzosa” (p. 227). En la sociedad burguesa “se presume que todo ciudadano aprueba la ley. En la “sociedad objetiva” se presume que todo ciudadano la desaprueba…La culpabilidad no está ya en el hecho, sino en la simple ausencia de fe” (p. 227). “En el régimen capitalista, el hombre que se dice neutral es considerado favorable, objetivamente, al régimen. En el régimen del Imperio, el hombre neutral es considerado hostil, objetivamente, al régimen” (p. 227).
¿Acaso el fascismo es inocente?
Algún cuestionador de estos párrafos querrá ver en ellos una defensa del fascismo. Nada sería más errado e injusto. El fascismo –con su versión local del peronismo, tan bien señalada por Pablo Giussani- (10) es totalitario en su concepción ideológica –no olvidemos que Mussolini empezó en el socialismo marxista- pero en los hechos, distó sideralmente de la criminalidad de los totalitarismos mayores, y de la supresión absoluta de la sociedad civil.
El padre de Benito Mussolini era socialista, y a principio del siglo 20 militó en el ala sindicalista revolucionaria del Partido Socialista Italiano y fue editor del semanario “La Lotta di Classe” ('La lucha de clases').
Su vuelco al nacionalismo belicista se produjo con su participación en la primera guerra mundial. Pero puede afirmarse sin equivocación que sus concepciones totalitarias provienen del socialismo, aunque luego lo reprimiera ferozmente y aprovechase el miedo al socialismo y al comunismo para hacerse del poder. Sin embargo, jamás llegó a los niveles de matanzas masivasa y supresión de las libertades que caracterizaron al nacional socialismo y al comunismo.
¿Es pertinente efectuar distinciones, si hubo asesinato de opositores, supresión de libertades y embarcó a su país en aventuras bélicas o en una guerra imperialista, como la de Etiopía? Por cierto que nada, absolutamente nada, justifica al fascismo italiano, pero no es válido erigirlo en el arquetipo del mal, ni reducir la criminalidad nazi a la categoría de “fascismo”. Llamar “fascismo” a todo lo que para la izquierda huela a derecha o a capitalismo permite olvidar los crímenes del comunismo y diluir la singularidad perversa de la Shoah en una categoría más amplia que sería una suerte de “superestructura ideológica” –para emplear términos marxistas- del capitalismo, es decir de la empresa privada. Además, tiene la ventaja de que, sin mucho esfuerzo, posibilita englobar dentro del término genérico “fascismo” a todos los gobiernos –incluso socialistas- del Estado de Israel.
Sería indicador de mala fe o de estupidez ver en estos párrafos una defensa larvada del fascismo. Pero me resisto a que, so capa de “antifascismo”, el socialismo marxista se ubique en la vereda del “bien”, de la moral pública y del progreso. Así como se apropió de la expresión “derechos humanos”, parecería que el progreso le pertenece, pues se proclaman “progresistas” los defensores de regímenes que sojuzgan las libertades y hacen retroceder décadas a los países, cuando se imponen plenamente. Me resisto igualmente a admitir la medrosa actitud de la clase política vernácula, que teme confrontar en el terreno de las ideas con el socialismo liberticida.
(1) “Eichmann en Jerusalén”, 4ª edición, 2009, Ed. Debolsillo, págs. 250, 257-262.
(2) Graves para el nazismo, se entiende.
(3) Jung Chung, Circe Ediciones S.A., Barcelona, 2a edición, 2a reimpresión, marzo 2007.
(4) Editorial Losada, Buenos Aires, 14ª edición, 2003.
(5) "El vacilar de las cosas", Editorial Sudamericana, 5ª edición, 1995
(6) Camus, obra citada, p. 211.
(7) Camus, obra citada, p. 211)
(8) Ibídem, p. 217.
(9) Ibídem, p. 219.
(10) Montoneros. La soberbia armada
En el lenguaje cotidiano y político, apostrofar como “fascismo” las prácticas autoritarias de las dictaduras y hasta las actitudes autoritarias en un régimen democrático se ha convertido en un lugar común. Calificarlas de “comunismo” sería políticamente incorrecto –cuando no incorrecto a secas-; de “nacional-socialismo” una extravagancia, y de totalitarismo o proto-totalitarismo despertaría inmediatamente las rápidos reflejos reactivos del socialismo, que tiene muy claro que el solo empleo de la palabra hace entrar al marxismo en la zona de peligro, y a quien la utiliza, en el campo enemigo. ¿Por qué una variante atenuada del totalitarismo como el fascismo –singular desde el punto de vista histórico y geográfico- es presentada como el arquetipo de la teratología social?
Previniendo críticas de quienes desconocen el pensamiento crítico, no hay en estos párrafos el menor asomo de intento de rehabilitación del fascismo, sino un análisis objetivo y un desenmascaramiento de las razones de la denunciada deformación. Es hora de que muchos superen el temor a los denuestos de la izquierda, por decir las cosas con claridad. Más fácil y más cómodo es entrar en su juego, y calificar a todo lo que no nos gusta de “fascismo”. Eso es, cuando no cobardía ideológica, una muestra de ignorancia. El fascismo italiano –originado, no nos olvidemos, en el socialismo marxista- fue una versión “a la italiana” del totalitarismo, mucho menos criminógena que el nazismo, del que dependía al punto que la “colaboración militar” del Eje se convirtió en una real ocupación de Italia por el ejército alemán. No puede generalizarse como el mayor de todos los males, al que ciertamente fue una versión segundona –afortunadamente para Italia- y carente de la demencial convicción del nacional-socialismo. La recurrente caracterización como arquetipo de una dictadura de antaño –comparativamente menos sangrienta- no excusa a los liberticidas de hogaño.
Nazismo y fascismo
Por lo pronto, salta a la vista para el observador menos avisado la brecha enorme entre el grado de criminalidad y opresión del nacional socialismo (nazismo) y el fascismo italiano. La persecución sistemática de los judíos no existió en la Italia fascista, como lo señala Hannah Arendt : “Suecia, Italia y Bulgaria, al igual que Dinamarca, resultaron inmunes al antisemitismo…Italia y Bulgaria sabotearon las órdenes alemanas y emprendieron un complicado juego de engaños y trampas que les permitió salvar a sus judíos…Los nazis sabían muy bien que tenían mayor afinidad con la versión del comunismo aplicada por Stalin que con el fascismo italiano. Y por su parte, Mussolini no tenía excesiva confianza en Alemania ni demasiada admiración por Hitler…el mundo en general nunca comprendió las profundas y decisivas diferencias existentes entre las formas de gobierno totalitario, por una parte, y el fascismo, por otra. Diferencias que en ningún caso se pusieron tan de relieve como en el tratamiento de la cuestión judía…el sabotaje de los italianos a la Solución Final adquirió proporciones verdaderamente graves (2), debido principalmente a la influencia que Mussolini ejercía en otros gobiernos fascistas de Europa, es decir en la Francia de Pétain, la Hungría de Horthy o la Rumania de Antonescu. Si Italia podía salirse con la suya y dejar de asesinar a sus judíos, los países satélite de Alemania igual podían intentarlo…Incluso los antisemitas italianos más convencidos parecían incapaces de tomarse en serio la persecución de los judíos…La explicación de lo anterior es que Italia era uno de los pocos países europeos en que todas las medidas legislativas antisemitas fueron altamente impopulares…Este comportamiento de los italianos difícilmente podrá explicarse tan solo alegando las circunstancias objetivas...para los italianos era el resultado del general y casi automático sentido humanitario de un pueblo antiguo y civilizado”.
Por supuesto que el fascismo italiano tenía pretensiones totalitarias. Pero no llegó jamás a acercarse al carácter liberticida y asesino serial del nazismo y del comunismo. Entonces, ¿por qué de fenómeno doméstico –con caracteres diferentes en lo ideológico- ha sido elevado a una categoría genérica, englobadora del nazismo, del franquismo en España y de las diversas dictaduras militares de derecha?
Porque permite la dilución de regímenes cuantitativamente hipercriminales y cualitativamente totalitarios –como el nazismo y comunismo- en un concepto abarcador que tiene la virtud de excluir al comunismo en sí de toda repulsa general.
Comunismo y totalitarismo
La Unión Soviética no es mirada hoy –después de su implosión- como un modelo a seguir, pero tampoco es objeto de un repudio y alusión permanente como arquetipo del mal. Si la razón para no hacerlo esbozada por algunas almas piadosas siempre dispuestas a perdonar los crímenes de la izquierda es que cayó en 1989, ¿por qué no se dice lo mismo del fascismo, derrotado hace casi 70 años? El motivo real es que para el “progresismo” socialista, las verdades incómodas deben ser silenciadas. A lo sumo, el estalinismo es presentado como la desviación de un ideal primigeniamente puro, lo que permite presentar con rasgos respetables al marxismo-leninismo y al trotskismo. Pero los horrores de la Unión Soviética, de China comunista, de la Camboya de Pol Pot, de la Etiopía de Mengistu, ¿son todas perversiones?
Quienes tenemos algunos años más, recordamos que la imagen para el mercado externo del maoísmo era el retorno a la prístina pureza de una doctrina, contra las desviaciones “burocráticas” del modelo soviético. La “revolución permanente” venía a sustituir al esclerosado “socialimperialismo”. Afortunadamente para el pueblo chino, ese gigantesco infierno fue sustituido desde Deng Xiao Ping por un infierno o purgatorio menor, que no deja de ser dictatorial y con frecuencia criminal, pero cuyo aburguesamiento y conversión al capitalismo han atenuado las características más sangrientas del período previo.
La lectura del libro “Cisnes Salvajes” (3), escrito por una ex guardia roja y referido a la era maoísta, muestra la disolución de la individualidad en la ideología omnipresente: la reorganización no sólo de las instituciones sino de la vida de las personas (pág. 128), la condena al apego a la familia como hábito burgués (págs. 128 y 207), el concepto de que toda cuestión personal era a la vez una cuestión política (pág. 128), la autocrítica impuesta (pág. 129, 159, 160) como una forma de anular la individualidad, la necesidad de obtener autorización para un “todo” no especificado como elemento fundamental del régimen comunista (pág. 132), la búsqueda de la total sumisión de los pensamientos individuales -no sólo la obediencia externa- a los dictados del Partido y de Mao (pág. 160), el rechazo al pasado burgués, que conducía a estigmatizar a familias enteras (págs. 160), el fomento de la delación (pág. 169), la persecución del pensamiento independiente, aun proveniente de comunistas convencidos, acusándolos de “conspiración contrarrevolucionaria” (pág. 193), el control total de los medios de comunicación por el partido comunista (pág. 193), la implacable persecución de las personas por su pasado individual o familiar (págs. 193 y 204), la hambruna provocada por la irracionalidad económica del “gran salto adelante” (págs. 218-238), por decenas de millones (pág. 237), el culto a Mao (págs. 256-264), la lectura cotidiana obligatoria de su Pequeño Libro Rojo (pág. 279) acompañado del miedo y la autocensura (pág. 263), el adoctrinamiento político en la vida escolar (pág. 269), la violencia colectiva por los jóvenes guardias rojos como instrumento del terrorismo de Estado (pág. 286) contra los “enemigos de clase” (ág. 287), el odio antiburgués al punto de considerarse sospechosa la amabilidad, los buenos modales y el respeto de los mayores (pág. 293), las golpizas y asesinatos a profesores “burgueses” por ser demasiado exigentes o excesivamente cultos (págs. 296-297), al punto que se había instaurado el “imperio de la ignorancia” (pág. 515); los trabajos forzados, inclusive para las mujeres (págs. 396-397), los tormentos, el deliberado abandono médico e inclusive el suministro de medicamentos que pudieran matar a los pacientes (págs. 402-403), el aislamiento cultural (pág. 489), el aliento e instrumentalización de los peores sentimientos como la envidia, el rencor, el odio y la conversión de muchos individuos corrientes en verdugos y torturadores, a diferencia de las dictaduras en que tales menesteres son encomendadas a “profesionales” (pág. 515).
El jacobinismo y los orígenes del totalitarismo marxista-leninista
Para quienes consideren que los ejemplos soviético y chino –sumemos el de Camboya bajo Pol Pot, el de Etiopía con Mengistu, el de Cuba con Fidel Castro- son particularidades que no empequeñecen ni desvirtúan la pureza inmarcesible de un ideal –aunque sus víctimas se cuenten por millones- es hora de que desmitifiquemos a aquél. Los revolucionarios de octubre de 1917 –así como los revolucionarios de 1848 y de la comuna parisina de 1871- se proclamaban herederos de los jacobinos, como lo destacaba Juan José Sebreli aun en su período de marxista, pero ya crítico. En “El hombre rebelde” (4) Albert Camus –incuestionablemente hombre de izquierda, pero que nunca sacrificó la verdad en el altar de la ideología- desmenuza los gérmenes totalitarios y criminales de la revolución francesa, comenzando con “el asesinato público de un hombre débil y bueno” (pág. 113), como el rey Luis XVI. Es con la etapa jacobina de la revolución que por primera vez se da una coartada ideológica, disfrazando de virtud, al terrorismo y al asesinato estatal (p. 117) –lo que hoy se llamaría terrorismo de Estado- la criminalización de las facciones (p. 118), de la crítica como traición (pág. 119). Hasta los que gozan, y sobre todo ellos, son contrarrevolucionarios (p.120).
Juan José Sebreli (5) pone de manifiesto que la revolución francesa “no solamente proporcionó el modelo de revolución total, llevada hasta sus últimas consecuencias, sino que también dio origen al jacobinismo, es decir a la dictadura de una minoría de vanguardia que impone el terrorismo de Estado”. En su obra -de recomendable lectura, aunque todavía no se ha quitado el lastre de su adscripción a Marx y su intento de conciliarlo con Hegel, hegelianizando a Marx y marxistizando a Hegel- denuncia el carácter totalitario del jacobinismo (obra citada, p. 192): el delirio paranoico contra los enemigos (p. 192), la sospecha institucionalizada (p. 192), el fomento de la denuncia de “contrarrevolucionarios” (p. 193), incluidos los parientes de emigrados (p. 192), el adoctrinamiento público (p. 194), el partido único (p. 195). El jacobinismo inspiró tanto a Marx, como a Lenin (obra citada, págs. 186-187), y a su turno a Trotsky, quien al escribir una apología del terrorismo de Estado se vinculaba a los jacobinos de 1793 (pág. 189).
La herencia terrorista y totalitaria fue recibida sin beneficio de inventario por Lenin, quien sin empacho manifestaba que “hay que estar dispuesto a…utilizar…todas las estratagemas, la astucia, estar decididos a ocultar la verdad, con el único fin de penetrar en los sindicatos y realizar en ellos, a pesar de todo, la tarea comunista” . Lenin “…ha querido expulsar la moral de la revolución, indiferente a la inquietud, las nostalgias y la moral” . “Una justicia lejana…obliga a aceptar la injusticia, el crimen y la mentira…hay que matar toda libertad”.
Y Lenin no era un hereje respecto de sus númenes inspiradores. Engels, con la aprobación de Marx, escribió en respuesta a Bakunin: “La próxima guerra mundial hará que desaparezcan de la superficie de la tierra no solamente clases y dinastías reaccionarias, son también pueblos reaccionarios enteros” .
Ya instaurado el comunismo, desapareció todo vestigio de libertad, y mucho antes de la etapa estalinista. Como apuntaba Camus (“El hombre rebelde”), la sociedad del socialismo real destroza a la amistad –que en su concepción tradicional, es la amistad de las personas…la solidaridad particular- en beneficio de una abstracción como “la amistad de las cosas”, una “amistad en general, amistad con todos, que supone, cuando debe asegurarse, la denuncia de cada uno”. Nuevamente vemos la sospecha y la delación convertidas en virtudes sociales (pág. 222).
En el totalitarismo soviético, “…los fieles son invitados regularmente a extrañas fiestas en las que…víctimas llenas de contrición son ofrecidas en ofrenda al dios histórico” (p. 227). Su utilidad consiste “en impedir la indiferencia en materia de fe. Es la evangelización forzosa” (p. 227). En la sociedad burguesa “se presume que todo ciudadano aprueba la ley. En la “sociedad objetiva” se presume que todo ciudadano la desaprueba…La culpabilidad no está ya en el hecho, sino en la simple ausencia de fe” (p. 227). “En el régimen capitalista, el hombre que se dice neutral es considerado favorable, objetivamente, al régimen. En el régimen del Imperio, el hombre neutral es considerado hostil, objetivamente, al régimen” (p. 227).
¿Acaso el fascismo es inocente?
Algún cuestionador de estos párrafos querrá ver en ellos una defensa del fascismo. Nada sería más errado e injusto. El fascismo –con su versión local del peronismo, tan bien señalada por Pablo Giussani- (10) es totalitario en su concepción ideológica –no olvidemos que Mussolini empezó en el socialismo marxista- pero en los hechos, distó sideralmente de la criminalidad de los totalitarismos mayores, y de la supresión absoluta de la sociedad civil.
El padre de Benito Mussolini era socialista, y a principio del siglo 20 militó en el ala sindicalista revolucionaria del Partido Socialista Italiano y fue editor del semanario “La Lotta di Classe” ('La lucha de clases').
Su vuelco al nacionalismo belicista se produjo con su participación en la primera guerra mundial. Pero puede afirmarse sin equivocación que sus concepciones totalitarias provienen del socialismo, aunque luego lo reprimiera ferozmente y aprovechase el miedo al socialismo y al comunismo para hacerse del poder. Sin embargo, jamás llegó a los niveles de matanzas masivasa y supresión de las libertades que caracterizaron al nacional socialismo y al comunismo.
¿Es pertinente efectuar distinciones, si hubo asesinato de opositores, supresión de libertades y embarcó a su país en aventuras bélicas o en una guerra imperialista, como la de Etiopía? Por cierto que nada, absolutamente nada, justifica al fascismo italiano, pero no es válido erigirlo en el arquetipo del mal, ni reducir la criminalidad nazi a la categoría de “fascismo”. Llamar “fascismo” a todo lo que para la izquierda huela a derecha o a capitalismo permite olvidar los crímenes del comunismo y diluir la singularidad perversa de la Shoah en una categoría más amplia que sería una suerte de “superestructura ideológica” –para emplear términos marxistas- del capitalismo, es decir de la empresa privada. Además, tiene la ventaja de que, sin mucho esfuerzo, posibilita englobar dentro del término genérico “fascismo” a todos los gobiernos –incluso socialistas- del Estado de Israel.
Sería indicador de mala fe o de estupidez ver en estos párrafos una defensa larvada del fascismo. Pero me resisto a que, so capa de “antifascismo”, el socialismo marxista se ubique en la vereda del “bien”, de la moral pública y del progreso. Así como se apropió de la expresión “derechos humanos”, parecería que el progreso le pertenece, pues se proclaman “progresistas” los defensores de regímenes que sojuzgan las libertades y hacen retroceder décadas a los países, cuando se imponen plenamente. Me resisto igualmente a admitir la medrosa actitud de la clase política vernácula, que teme confrontar en el terreno de las ideas con el socialismo liberticida.
(1) “Eichmann en Jerusalén”, 4ª edición, 2009, Ed. Debolsillo, págs. 250, 257-262.
(2) Graves para el nazismo, se entiende.
(3) Jung Chung, Circe Ediciones S.A., Barcelona, 2a edición, 2a reimpresión, marzo 2007.
(4) Editorial Losada, Buenos Aires, 14ª edición, 2003.
(5) "El vacilar de las cosas", Editorial Sudamericana, 5ª edición, 1995
(6) Camus, obra citada, p. 211.
(7) Camus, obra citada, p. 211)
(8) Ibídem, p. 217.
(9) Ibídem, p. 219.
(10) Montoneros. La soberbia armada
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Pero... alguna posición o pensamiento debes tener?, lo digo reconociendo que no hay sistema perfecto, ya que o sino seríamos felices todos los que habitamos esta tierra, por lo pronto te digo que soy de izquierda, que soy comunista pero no por esto defiendo a capa y espada lo indefendible, saludos!
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