lunes, 22 de junio de 2009

ÉXITOS DEL MODELO PRODUCTIVO


El gobierno actual -que es una continuación, por interpósita persona, del que le precedió- gusta de proclamar a los cuatro vientos su sesgo "productivo", a diferencia de la infame década del 90, que se habría caracterizado por privilegiar a los servicios. El duhaldismo no difiere sustancialmente en el discurso (Cristina diría "el relato"): la década del 90 –que habría continuado hasta 2001- sería un período signado por la desindustrialización, en vivo contraste con el actual que pretende un "esquema de acumulación de matriz diversificada": la logomaquia como sustituto de la realidad, el palabrerío para la perrada semi-culta o "culturosa", cuya proliferación es una de las desgracias de Argentina.

Pero disculpen que me vaya por las ramas. Lo que se dice y aceptan oficialismo y opositores, no por repetido deja de ser falso. Durante la década del 90 la producción industrial creció significativamente (para citar a un autor insospechado de "neoliberal", ver IGLESIAS, Fernando, ¿Qué significa hoy ser de izquierda? Reflexiones sobre la democracia en los tiempos de la globalización, Editorial Sudamericana, págs. 181 y ss). Hasta el año 2005 no se habían recuperado los niveles de producción del año 1998 –pero con una distribución del ingreso mucho más desigual- y si la “sobrevaluación” provocada por la convertibilidad era por hipótesis letal para la producción nacional, deberíamos suponer que, abandonada ésta y cuando la cotización del dólar alcanzó su nivel record, el efecto sería un vigoroso repunte de la producción industrial.

Veamos qué ocurrió cuando el modelo desindustrializador fue sustituido por el “modelo productivo”, cuando se declaró el default de la deuda pública, y cuando el dólar alcanzó sus niveles reales más altos, es decir en el año 2002: la producción de automotores descendió -34,8%[1]; editoriales e imprentas, -31,5 %; cemento, -30%; otros materiales para la construcción, -29,9%; carnes blancas, -25,2%; fibras sintéticas, -23,8%; productos farmacéuticos, -22%; metalmecánica, -19,2%; lácteos, -18,6%; detergentes, -17,7%; hilados de algodón, -12,8%; bebidas, -12,3%; manufactura de plásticos, -10,1%[2].

Las ventas de computadoras –fundamentales para un país que piense en el futuro- se redujeron brutalmente: respecto del año 2001 las salidas de desktops cayeron un 79,95%; las de notebooks, un 80,05%; el total descendió un 79,96%. Las ventas de impresoras experimentaron una variación negativa aún más importante: se redujeron un 88,8%[3]. En 2002 se vendieron 110.000 computadoras en la Argentina, cuando en el año 2000 se vendían 1.000.000; según los estudios de Microsoft, el 19 % de los argentinos tenía, a mediados del año 2003, capacidad adquisitiva para comprar informática; esa cifra era del 35 % a fines de la década del noventa[4].
Por lo demás, la mayor parte de los cuestionamientos a la década del 90, al margen de dar por sentado que existió una desindustrialización por la competencia de importaciones subsidiadas –lo que no es cierto, a poco que se analicen las estadísticas que proporciona el INDEC- son criticables porque subestiman la importancia de los servicios, pese a que la tendencia mundial es al crecimiento del sector terciario como porcentaje del producto bruto, especialmente a medida que los países incrementan su ingreso per cápita. A título de ejemplo, en los Estados Unidos de Norteamérica (año 1996), el gasto en servicios representó el 58% del valor del consumo (2,974 billones de dólares)
[5]. Ese aumento porcentual se dio especialmente en Argentina desde el año 1991 hasta el 2001, y fue notorio: a título de ejemplos, las telecomunicaciones, la provisión de energía eléctrica y gas, los servicios de asistencia médica, las comunicaciones aéreas (evidenciado por el incremento de líneas aéreas en competencia, el número de viajeros y de kilómetros recorridos).

La concepción económica primitiva de los “industrialistas” ignora que, salvo los países con muy bajo ingreso per cápita, el creciente peso relativo de los servicios es una tendencia mundial. Otra cosa es que en Argentina muchas veces se lo abulte artificialmente, por incluirse en ellos “servicios” improductivos del sector público, y como el ingreso nacional se mide –entre otras formas- a costo de factores, los sueldos pagados por no hacer nada figuran como parte de aquél. Pero dejando de lado las distorsiones estadísticas, lo cierto es que el aumento de la participación de los servicios en el total no debe verse como una muestra de “desindustrialización”. En Japón, la industria pasó de significar el 35% del Producto Interno Bruto en 1960, a 25% en 1994; en la Unión Europea, del 32% en 1960, a 26% en 1994; en Estados Unidos, de 27% a 18%; y en general, en los países industrializados, de 30% a 20%. Paralelamente, el valor agregado de los servicios en el mismo lapso, que en Estados Unidos representaba el 57% en 1960, alcanzó el 72% en 1994; en los países industrializados, ascendió del 53% al 67%; en la Unión Europea, del 47% al 67%; en Japón, del 52% al 58%[6]. Inclusive en Argentina el fenómeno es similar: los bienes alcanzaban el 56,2% del PIB en 1960, y en 2000 el 32,5%; el valor agregado generado por los servicios era el 43,8% en 1960, y el 67,5% en 2000. Las industrias manufactureras sólo tenían una participación del 16,7% en 2000, contra 32,2% en 1960. Pero esa caída en la participación es relativa; no implica un decrecimiento en valores absolutos ni una desindustrialización, sino que el crecimiento es menor que el generado por los servicios[7].

Esto es así por dos razones: por un lado, porque la creciente automatización y robotización de la industria libera mano de obra, que es ocupada –al menos ocupable- en el sector terciario[8], como en su momento en el mundo ocurrió -y continúa ocurriendo- entre la producción agropecuaria y la industria; por otra parte, porque conforme aumenta el nivel de la renta promedio, los consumidores destinan una proporción decreciente de sus ingresos a los bienes –cuyo precio relativo ha disminuido- y un porcentaje creciente a los servicios[9].

Una muestra del actual atraso –que podría extenderse a las prestaciones médicas de alta complejidad, a los servicios de software, y tantas otras cosas más- es la reducción de las horas de vuelo de cabotaje, porque la gente es más pobre, y porque los servicios aeronáuticos son cada vez más deficientes. Curioseando en el sitio web del INDEC –por supuesto, no en las partes más fácilmente accesibles, que se remiten exclusivamente al período 2003-2007- puede constatarse la evolución de la cantidad de pasajeros que hicieron vuelos de cabotaje desde 1993: 3.706.000 en aquel año, 4.538.000 en 1994; 4.991.928 en 1995; 5.904.278 en 1996; 6.581.524 en 1997; 6.995.940 en 1998; 7.014.131 en 1999; 6.790.420 en 2000; 4.994.404 en 2001; 4.432.105 en 2002; 4.433.625 en 2003; 5.060.951 en 2004; 5.792.156 en 2005; 5.264.416 en 2006; 5.736.408 en 2007, y 5.818.283 en 2008. Después de largos años de “modelo productivo”, la cantidad de pasajeros aerotransportados en el interior del país es inferior a 1996, 1997, 1998, 1999 y 2000. Ante la objeción de que aumentó la cantidad de pasajeros transportados por ómnibus, respondo que es cierto: se trata de un sector con mayor competencia que el transporte aéreo, y con subsidios al combustible. De todos modos, cuando colapse el servicio de colectivos, se incrementará el número de los que viajen en tren; cuando los trenes estatales ya no lleven pasajeros, las carretas y diligencias experimentarán una frenética expansión, para continuar las realizaciones del “modelo”.

[1] Ya a fines de 2006, nos enteramos que, según el Presidente de Ford Argentina, Enrique Alemany, "el sector automotor venderá este año unas 450.000 unidades, lo que superaría en un 15 % las ventas del año pasado y se acercaría al record histórico de 1998" (La Nación, Sección 2 "Economía y Negocios, Buenos Aires, Jueves 14 de diciembre de 2006, pág. 1).

[2] Fuente: Ambito Financiero del 18 de diciembre de 2002, p. 2.

[3] Fuente: Ambito Financiero, Sección Ambito Net, 28 de febrero de 2003, página III.

[4] Fuente diario La Nación, Sección 2 –Economía- página 8, Jueves 26 de junio de 2003.

[5] Samuelson-Nordhauss, "Economía", decimosexta edición, 1999, Mc Graw Hill/Interamericana de España, capítulo 22, pág. 415

[6] Ricardo Arriazu, “Lecciones de la crisis argentina”, Ed. El Ateneo, 2003, págs. 49-51 y sus gráficos.

[7] Ricardo Arriazu, obra citada, págs. 51-53.

[8] El costo promedio del transporte aéreo por millas per cápita descendió desde 0,68 dólares, a 0,11; el costo de una llamada de tres minutos Londres-Nueva York bajó de U$$ 244,65 a U$S 3,32; el precio de las computadoras se redujo 125 veces desde 1970 (todos los valores están expresados en dólares estadounidenses de 1990, según Ricardo Arriazu, obra citada, pág. 54, Tabla N° 4).

[9] Conforme Samuelson-Nordhauss (obra citada, pág. 414), “los continuos cambios de la tecnología, de la renta y de las fuerzas sociales han alterado espectacularmente los patrones de consumo de Estados Unidos con el paso del tiempo. En 1918 los hogares gastaron, en promedio, el 41 por ciento en alimentos y bebidas. En cambio, actualmente sólo gastan alrededor de un 19 por ciento en estos artículos. ¿A qué se debe esta sorprendente disminución? Principalmente a que el gasto en alimentos tiende a aumentar más despacio que la renta. Asimismo, el gasto en ropa ha descendido del 18 por ciento de la renta de los hogares a comienzos del siglo a sólo el 6 por ciento en la actualidad...Actualmente, hay 1,3 automóviles por cada hogar, por lo que no es sorprendente que el 23 por ciento del gasto se destine a transporte relacionado con vehículos...”. En el cuadro 22.1 (pág. 415), se observa que los servicios representan el 58% de los gastos de consumo.