martes, 26 de abril de 2011

"ECONOMICISMO" Y OTRAS ESTUPIDECES

Una repetida descalificación a priori del análisis racional de los problemas económicos, es etiquetar como "economicismo" a tan políticamente incorrecta actitud y como "economicista" a quien lo practique, lo que tiene tanta lógica como cuestionar el abordaje científico de la medicina como "medicalismo", o de la ingeniería como "ingenierismo".


Además de ilógicos, los exquisitos espíritus que se horrorizan contra el "economicismo" no es que carezcan de propuestas en materia económica. Muy por el contrario, rebosan de ellas; el problema es que yerran el camino y conducen al fracaso. Los que contraponen al vituperable e insensible "economicismo" sus propias concepciones económicas -un "estado activo"-, no pueden impugnar que se enfoquen los problemas de la economía como lo que son, y no como permanentes luchas entre el bien -representado por el Estado y en concreto el gobierno de turno- y el mal (la iniciativa privada). Resulta de un simplismo afligente pensar que procurar o simplemente proclamar fines que se consideran buenos autoriza a desatenderse de los medios para su consecución.
Una responsabilidad especial asiste a los hombres de derecho –mundo al que pertenezco por mi profesión y mi actividad- que con frecuencia ocupan el sillón presidencial y una proporción sustancial de las bancas en el Congreso, además de todo el Poder Judicial, quienes con conceptos radicalmente erróneos dirigen nuestros destinos, apegados a sus amores ideológicos de juventud, o a sus lecturas superficiales de la vulgata antiliberal.


No incurriré en la misma práctica que suelen utilizar, de descalificar a sus críticos por los intereses que tienen o defienden –eso es sofistería barata, que elude el análisis lógico y empírico de los problemas- pero siempre es bueno recordar, aunque más no sea para moderar a quienes critican las propuestas liberales por el apoyo -retaceado, oculto y vergonzante- que puedan recibir de fundaciones o entes empresarios, que en nuestro país importantes grupos económicos han apoyado a todos los gobiernos, y si Lenin estuviera en el poder, no faltarían legiones de cámaras empresarias gestionando contratos especiales –con algún sistema de "compre nacional"- para la producción de sogas resistentes a la caída del cuerpo humano desde una horca.
Tampoco sería inoportuno tener presente que no están exentos de intereses particulares o sectoriales los políticos que bregan por "modelos" de Estado activo, cuando sus ingresos provienen precisamente del presupuesto público. De cualquier manera, no creo que todos sean insinceros por la presencia de un interés propio. Los seres humanos son complejos, y en sus motivaciones suelen mezclarse los intereses pecuniarios, los condicionamientos ideológicos y las ideas altruistas; lo más razonable es aceptarlos en su complejidad, no denostarlos por sus diferentes concepciones de la política, la economía, y el rol del gobierno.
El buen sentido debe ser recuperado; ese buen sentido que no se sustituye con alardes de vacía erudición, ni con ideas absolutamente desatinadas, por extendidas que estén. Equivocarse sistemáticamente, acompañado de enfáticos discursos cargados de presunta indignación contra conspiradores externos e internos, y que sólo consisten en palabras huecas, no convierte a nadie en un espíritu superior.
Muchas veces la descalificación ideológica se disfraza de descalificación moral, lo que constituye una forma particularmente eficaz de cerrar las puertas al debate serio. Nunca me han entusiasmado para la gestión de los asuntos públicos o para las lides políticas las presuntas virtudes éticas de los ignorantes, ni de las mentes obcecadas en el dislate (aunque exhiban una pulida cultura literaria). Al margen de que muchas veces los autoproclamados virtuosos están muy lejos de los méritos que tanto pregonan, en mi profesión un mal abogado no deja de serlo porque sea o se lo considere una buena persona, y así puede decirse de la generalidad de las actividades[1]. Los cementerios están repletos de víctimas de la mala praxis de buenas personas y malos médicos; y mucho más dañosa que la mala praxis profesional que afecta a una víctima, es la mala praxis política que mina y finalmente destruye a una sociedad.
No se vea en estas frases soberbia, sino desesperación ante el camino desviado que sigue, con entusiasmo y sin críticas, la dirigencia política y lo que es más grave, la opinión pública. Si vemos un vehículo que se dirige hacia el precipicio, y gritamos para advertirle al conductor, no sería atinado reprocharnos los gritos, olvidando el automóvil y el barranco.
Por estos senderos desviados transitan tanto el gobierno como lo que presuntuosamente se llama oposición. Paralizada ésta por el temor cerval a la "incorrección política", no presenta lucha en el campo de las ideas; no muestra concepciones distintas a las del espurio consenso fabricado en los últimos años por la TV pública y adicta; las ONG'S financiadas por el poder político; los "intelectuales" y "artistas" subvencionados y las autoridades educativas.
Dentro de ese arco, deben diferenciarse dos sectores: los que comparten en lo sustancial las ideas del gobierno, y solamente difieren en los modos; y los que realmente están en desacuerdo, pero temen expresar sus concepciones, pensando que perderán votos. En ese marco, es hora de que alguien proveniente de la política, no únicamente de los blogs, hable de las libertades políticas y económicas; que diga sin ambages que cuando se suprimen éstas desaparecen con el tiempo aquéllas; y que no es función de los organismos estatales o paraestatales lavar el cerebro de los niños, adolescentes y adultos a través de la propaganda y de los planes educativos.
Queda formulada la invitación a los políticos, liberales o no, pero que no quieren una "patria socialista".

[1] Decía Federico Bastiat ("Armonías Económicas", versión castellana, traducción al castellano de D. Francisco Vila, Librería de Mariano Escribano, Madrid, 1870, pág. 25), refiriéndose a los socialistas: ¡No quiera Dios que yo me rebele contra intenciones filantrópicas y puras! Pero haría traición a mis convicciones, retrocedería ante las amonestaciones de mi propia conciencia, si no dijese que, según mi opinión, esos hombres se encuentran en un camino extraviado".