viernes, 17 de diciembre de 2010

LIBERTADES Y SOCIALISMO: TOTALITARISMO, COMUNISMO, NAZISMO Y FASCISMO

LIBERTADES Y SOCIALISMO: TOTALITARISMO, COMUNISMO, NAZISMO Y FASCISMO

TOTALITARISMO, COMUNISMO, NAZISMO Y FASCISMO

El fascismo como descalificador genérico
En el lenguaje cotidiano y político, apostrofar como “fascismo” las prácticas autoritarias de las dictaduras y hasta las actitudes autoritarias en un régimen democrático se ha convertido en un lugar común. Calificarlas de “comunismo” sería políticamente incorrecto –cuando no incorrecto a secas-; de “nacional-socialismo” una extravagancia, y de totalitarismo o proto-totalitarismo despertaría inmediatamente las rápidos reflejos reactivos del socialismo, que tiene muy claro que el solo empleo de la palabra hace entrar al marxismo en la zona de peligro, y a quien la utiliza, en el campo enemigo. ¿Por qué una variante atenuada del totalitarismo como el fascismo –singular desde el punto de vista histórico y geográfico- es presentada como el arquetipo de la teratología social?
Previniendo críticas de quienes desconocen el pensamiento crítico, no hay en estos párrafos el menor asomo de intento de rehabilitación del fascismo, sino un análisis objetivo y un desenmascaramiento de las razones de la denunciada deformación. Es hora de que muchos superen el temor a los denuestos de la izquierda, por decir las cosas con claridad. Más fácil y más cómodo es entrar en su juego, y calificar a todo lo que no nos gusta de “fascismo”. Eso es, cuando no cobardía ideológica, una muestra de ignorancia. El fascismo italiano –originado, no nos olvidemos, en el socialismo marxista- fue una versión “a la italiana” del totalitarismo, mucho menos criminógena que el nazismo, del que dependía al punto que la “colaboración militar” del Eje se convirtió en una real ocupación de Italia por el ejército alemán. No puede generalizarse como el mayor de todos los males, al que ciertamente fue una versión segundona –afortunadamente para Italia- y carente de la demencial convicción del nacional-socialismo. La recurrente caracterización como arquetipo de una dictadura de antaño –comparativamente menos sangrienta- no excusa a los liberticidas de hogaño.
Nazismo y fascismo
Por lo pronto, salta a la vista para el observador menos avisado la brecha enorme entre el grado de criminalidad y opresión del nacional socialismo (nazismo) y el fascismo italiano. La persecución sistemática de los judíos no existió en la Italia fascista, como lo señala Hannah Arendt : “Suecia, Italia y Bulgaria, al igual que Dinamarca, resultaron inmunes al antisemitismo…Italia y Bulgaria sabotearon las órdenes alemanas y emprendieron un complicado juego de engaños y trampas que les permitió salvar a sus judíos…Los nazis sabían muy bien que tenían mayor afinidad con la versión del comunismo aplicada por Stalin que con el fascismo italiano. Y por su parte, Mussolini no tenía excesiva confianza en Alemania ni demasiada admiración por Hitler…el mundo en general nunca comprendió las profundas y decisivas diferencias existentes entre las formas de gobierno totalitario, por una parte, y el fascismo, por otra. Diferencias que en ningún caso se pusieron tan de relieve como en el tratamiento de la cuestión judía…el sabotaje de los italianos a la Solución Final adquirió proporciones verdaderamente graves (2), debido principalmente a la influencia que Mussolini ejercía en otros gobiernos fascistas de Europa, es decir en la Francia de Pétain, la Hungría de Horthy o la Rumania de Antonescu. Si Italia podía salirse con la suya y dejar de asesinar a sus judíos, los países satélite de Alemania igual podían intentarlo…Incluso los antisemitas italianos más convencidos parecían incapaces de tomarse en serio la persecución de los judíos…La explicación de lo anterior es que Italia era uno de los pocos países europeos en que todas las medidas legislativas antisemitas fueron altamente impopulares…Este comportamiento de los italianos difícilmente podrá explicarse tan solo alegando las circunstancias objetivas...para los italianos era el resultado del general y casi automático sentido humanitario de un pueblo antiguo y civilizado”.
Por supuesto que el fascismo italiano tenía pretensiones totalitarias. Pero no llegó jamás a acercarse al carácter liberticida y asesino serial del nazismo y del comunismo. Entonces, ¿por qué de fenómeno doméstico –con caracteres diferentes en lo ideológico- ha sido elevado a una categoría genérica, englobadora del nazismo, del franquismo en España y de las diversas dictaduras militares de derecha?
Porque permite la dilución de regímenes cuantitativamente hipercriminales y cualitativamente totalitarios –como el nazismo y comunismo- en un concepto abarcador que tiene la virtud de excluir al comunismo en sí de toda repulsa general.
Comunismo y totalitarismo
La Unión Soviética no es mirada hoy –después de su implosión- como un modelo a seguir, pero tampoco es objeto de un repudio y alusión permanente como arquetipo del mal. Si la razón para no hacerlo esbozada por algunas almas piadosas siempre dispuestas a perdonar los crímenes de la izquierda es que cayó en 1989, ¿por qué no se dice lo mismo del fascismo, derrotado hace casi 70 años? El motivo real es que para el “progresismo” socialista, las verdades incómodas deben ser silenciadas. A lo sumo, el estalinismo es presentado como la desviación de un ideal primigeniamente puro, lo que permite presentar con rasgos respetables al marxismo-leninismo y al trotskismo. Pero los horrores de la Unión Soviética, de China comunista, de la Camboya de Pol Pot, de la Etiopía de Mengistu, ¿son todas perversiones?
Quienes tenemos algunos años más, recordamos que la imagen para el mercado externo del maoísmo era el retorno a la prístina pureza de una doctrina, contra las desviaciones “burocráticas” del modelo soviético. La “revolución permanente” venía a sustituir al esclerosado “socialimperialismo”. Afortunadamente para el pueblo chino, ese gigantesco infierno fue sustituido desde Deng Xiao Ping por un infierno o purgatorio menor, que no deja de ser dictatorial y con frecuencia criminal, pero cuyo aburguesamiento y conversión al capitalismo han atenuado las características más sangrientas del período previo.
La lectura del libro “Cisnes Salvajes” (3), escrito por una ex guardia roja y referido a la era maoísta, muestra la disolución de la individualidad en la ideología omnipresente: la reorganización no sólo de las instituciones sino de la vida de las personas (pág. 128), la condena al apego a la familia como hábito burgués (págs. 128 y 207), el concepto de que toda cuestión personal era a la vez una cuestión política (pág. 128), la autocrítica impuesta (pág. 129, 159, 160) como una forma de anular la individualidad, la necesidad de obtener autorización para un “todo” no especificado como elemento fundamental del régimen comunista (pág. 132), la búsqueda de la total sumisión de los pensamientos individuales -no sólo la obediencia externa- a los dictados del Partido y de Mao (pág. 160), el rechazo al pasado burgués, que conducía a estigmatizar a familias enteras (págs. 160), el fomento de la delación (pág. 169), la persecución del pensamiento independiente, aun proveniente de comunistas convencidos, acusándolos de “conspiración contrarrevolucionaria” (pág. 193), el control total de los medios de comunicación por el partido comunista (pág. 193), la implacable persecución de las personas por su pasado individual o familiar (págs. 193 y 204), la hambruna provocada por la irracionalidad económica del “gran salto adelante” (págs. 218-238), por decenas de millones (pág. 237), el culto a Mao (págs. 256-264), la lectura cotidiana obligatoria de su Pequeño Libro Rojo (pág. 279) acompañado del miedo y la autocensura (pág. 263), el adoctrinamiento político en la vida escolar (pág. 269), la violencia colectiva por los jóvenes guardias rojos como instrumento del terrorismo de Estado (pág. 286) contra los “enemigos de clase” (ág. 287), el odio antiburgués al punto de considerarse sospechosa la amabilidad, los buenos modales y el respeto de los mayores (pág. 293), las golpizas y asesinatos a profesores “burgueses” por ser demasiado exigentes o excesivamente cultos (págs. 296-297), al punto que se había instaurado el “imperio de la ignorancia” (pág. 515); los trabajos forzados, inclusive para las mujeres (págs. 396-397), los tormentos, el deliberado abandono médico e inclusive el suministro de medicamentos que pudieran matar a los pacientes (págs. 402-403), el aislamiento cultural (pág. 489), el aliento e instrumentalización de los peores sentimientos como la envidia, el rencor, el odio y la conversión de muchos individuos corrientes en verdugos y torturadores, a diferencia de las dictaduras en que tales menesteres son encomendadas a “profesionales” (pág. 515).
El jacobinismo y los orígenes del totalitarismo marxista-leninista
Para quienes consideren que los ejemplos soviético y chino –sumemos el de Camboya bajo Pol Pot, el de Etiopía con Mengistu, el de Cuba con Fidel Castro- son particularidades que no empequeñecen ni desvirtúan la pureza inmarcesible de un ideal –aunque sus víctimas se cuenten por millones- es hora de que desmitifiquemos a aquél. Los revolucionarios de octubre de 1917 –así como los revolucionarios de 1848 y de la comuna parisina de 1871- se proclamaban herederos de los jacobinos, como lo destacaba Juan José Sebreli aun en su período de marxista, pero ya crítico. En “El hombre rebelde” (4) Albert Camus –incuestionablemente hombre de izquierda, pero que nunca sacrificó la verdad en el altar de la ideología- desmenuza los gérmenes totalitarios y criminales de la revolución francesa, comenzando con “el asesinato público de un hombre débil y bueno” (pág. 113), como el rey Luis XVI. Es con la etapa jacobina de la revolución que por primera vez se da una coartada ideológica, disfrazando de virtud, al terrorismo y al asesinato estatal (p. 117) –lo que hoy se llamaría terrorismo de Estado- la criminalización de las facciones (p. 118), de la crítica como traición (pág. 119). Hasta los que gozan, y sobre todo ellos, son contrarrevolucionarios (p.120).
Juan José Sebreli (5) pone de manifiesto que la revolución francesa “no solamente proporcionó el modelo de revolución total, llevada hasta sus últimas consecuencias, sino que también dio origen al jacobinismo, es decir a la dictadura de una minoría de vanguardia que impone el terrorismo de Estado”. En su obra -de recomendable lectura, aunque todavía no se ha quitado el lastre de su adscripción a Marx y su intento de conciliarlo con Hegel, hegelianizando a Marx y marxistizando a Hegel- denuncia el carácter totalitario del jacobinismo (obra citada, p. 192): el delirio paranoico contra los enemigos (p. 192), la sospecha institucionalizada (p. 192), el fomento de la denuncia de “contrarrevolucionarios” (p. 193), incluidos los parientes de emigrados (p. 192), el adoctrinamiento público (p. 194), el partido único (p. 195). El jacobinismo inspiró tanto a Marx, como a Lenin (obra citada, págs. 186-187), y a su turno a Trotsky, quien al escribir una apología del terrorismo de Estado se vinculaba a los jacobinos de 1793 (pág. 189).
La herencia terrorista y totalitaria fue recibida sin beneficio de inventario por Lenin, quien sin empacho manifestaba que “hay que estar dispuesto a…utilizar…todas las estratagemas, la astucia, estar decididos a ocultar la verdad, con el único fin de penetrar en los sindicatos y realizar en ellos, a pesar de todo, la tarea comunista” . Lenin “…ha querido expulsar la moral de la revolución, indiferente a la inquietud, las nostalgias y la moral” . “Una justicia lejana…obliga a aceptar la injusticia, el crimen y la mentira…hay que matar toda libertad”.
Y Lenin no era un hereje respecto de sus númenes inspiradores. Engels, con la aprobación de Marx, escribió en respuesta a Bakunin: “La próxima guerra mundial hará que desaparezcan de la superficie de la tierra no solamente clases y dinastías reaccionarias, son también pueblos reaccionarios enteros” .
Ya instaurado el comunismo, desapareció todo vestigio de libertad, y mucho antes de la etapa estalinista. Como apuntaba Camus (“El hombre rebelde”), la sociedad del socialismo real destroza a la amistad –que en su concepción tradicional, es la amistad de las personas…la solidaridad particular- en beneficio de una abstracción como “la amistad de las cosas”, una “amistad en general, amistad con todos, que supone, cuando debe asegurarse, la denuncia de cada uno”. Nuevamente vemos la sospecha y la delación convertidas en virtudes sociales (pág. 222).
En el totalitarismo soviético, “…los fieles son invitados regularmente a extrañas fiestas en las que…víctimas llenas de contrición son ofrecidas en ofrenda al dios histórico” (p. 227). Su utilidad consiste “en impedir la indiferencia en materia de fe. Es la evangelización forzosa” (p. 227). En la sociedad burguesa “se presume que todo ciudadano aprueba la ley. En la “sociedad objetiva” se presume que todo ciudadano la desaprueba…La culpabilidad no está ya en el hecho, sino en la simple ausencia de fe” (p. 227). “En el régimen capitalista, el hombre que se dice neutral es considerado favorable, objetivamente, al régimen. En el régimen del Imperio, el hombre neutral es considerado hostil, objetivamente, al régimen” (p. 227).
¿Acaso el fascismo es inocente?
Algún cuestionador de estos párrafos querrá ver en ellos una defensa del fascismo. Nada sería más errado e injusto. El fascismo –con su versión local del peronismo, tan bien señalada por Pablo Giussani- (10) es totalitario en su concepción ideológica –no olvidemos que Mussolini empezó en el socialismo marxista- pero en los hechos, distó sideralmente de la criminalidad de los totalitarismos mayores, y de la supresión absoluta de la sociedad civil.
El padre de Benito Mussolini era socialista, y a principio del siglo 20 militó en el ala sindicalista revolucionaria del Partido Socialista Italiano y fue editor del semanario “La Lotta di Classe” ('La lucha de clases').
Su vuelco al nacionalismo belicista se produjo con su participación en la primera guerra mundial. Pero puede afirmarse sin equivocación que sus concepciones totalitarias provienen del socialismo, aunque luego lo reprimiera ferozmente y aprovechase el miedo al socialismo y al comunismo para hacerse del poder. Sin embargo, jamás llegó a los niveles de matanzas masivasa y supresión de las libertades que caracterizaron al nacional socialismo y al comunismo.
¿Es pertinente efectuar distinciones, si hubo asesinato de opositores, supresión de libertades y embarcó a su país en aventuras bélicas o en una guerra imperialista, como la de Etiopía? Por cierto que nada, absolutamente nada, justifica al fascismo italiano, pero no es válido erigirlo en el arquetipo del mal, ni reducir la criminalidad nazi a la categoría de “fascismo”. Llamar “fascismo” a todo lo que para la izquierda huela a derecha o a capitalismo permite olvidar los crímenes del comunismo y diluir la singularidad perversa de la Shoah en una categoría más amplia que sería una suerte de “superestructura ideológica” –para emplear términos marxistas- del capitalismo, es decir de la empresa privada. Además, tiene la ventaja de que, sin mucho esfuerzo, posibilita englobar dentro del término genérico “fascismo” a todos los gobiernos –incluso socialistas- del Estado de Israel.
Sería indicador de mala fe o de estupidez ver en estos párrafos una defensa larvada del fascismo. Pero me resisto a que, so capa de “antifascismo”, el socialismo marxista se ubique en la vereda del “bien”, de la moral pública y del progreso. Así como se apropió de la expresión “derechos humanos”, parecería que el progreso le pertenece, pues se proclaman “progresistas” los defensores de regímenes que sojuzgan las libertades y hacen retroceder décadas a los países, cuando se imponen plenamente. Me resisto igualmente a admitir la medrosa actitud de la clase política vernácula, que teme confrontar en el terreno de las ideas con el socialismo liberticida.

(1) “Eichmann en Jerusalén”, 4ª edición, 2009, Ed. Debolsillo, págs. 250, 257-262.
(2) Graves para el nazismo, se entiende.
(3) Jung Chung, Circe Ediciones S.A., Barcelona, 2a edición, 2a reimpresión, marzo 2007.
(4) Editorial Losada, Buenos Aires, 14ª edición, 2003.
(5) "El vacilar de las cosas", Editorial Sudamericana, 5ª edición, 1995
(6) Camus, obra citada, p. 211.
(7) Camus, obra citada, p. 211)
(8) Ibídem, p. 217.
(9) Ibídem, p. 219.
(10) Montoneros. La soberbia armada

martes, 6 de julio de 2010

LEY DE MEDIOS (I)

Introducción
La escasa resistencia que ha encontrado la ley de medios (n° 26.522) es una muestra preocupante de la escasez de anticuerpos de la sociedad contra los avances del poder estatal, de cómo han prendido las ideologías colectivizantes en la opinión pública, y en qué medida puede ser deformada por un poder totalitario.

sábado, 3 de julio de 2010

LEY DE MEDIOS (II)

Introducción

sábado, 17 de abril de 2010

EL IMPOSIBLE SOCIALISMO DE MERCADO

En la segunda década del siglo XX, Ludwig von Mises sostuvo en su obra “El socialismo”, que la socialización de los medios de producción conducía a la imposibilidad del cálculo económico en la sociedad socialista[1].
Unos pocos teóricos socialistas –los más preparados- procuraron refutarlo con otros argumentos que la simple descalificación del autor (obra citada, páginas 144 y siguientes).
La característica de los intentos de refutación -los que no se reducían a la descalificación ideológica de la tesis que combatían- es que, aunque a disgusto, buscaban remedos del mercado, en el que, a falta de empresarios independientes, los directivos de las empresas socializadas actuaran como si fueran empresarios en un sistema capitalista. La básica insuficiencia de esos enfoques –cuyo líder intelectual fue Oskar Lange- es que por un lado se quiso que los sistemas diseñados en teoría siguieran siendo socialistas –es decir, impidiendo el funcionamiento de la empresa privada- y a la vez, que copiaran el mercado capitalista, pero sin empresas ni empresarios privados.
Las propuestas de un "socialismo de mercado" entrañaban un no querido, pero no por ello menos inequívoco reconocimiento de la razón de von Mises y de von Hayek al predicar la imposibilidad del cálculo económico en las economías socialistas. Aceptar un "socialismo de mercado" –que tampoco puede funcionar eficientemente- comporta admitir que la planificación central, además de la pérdida de libertades civiles y políticas que supone, no es una solución eficiente.

martes, 13 de abril de 2010

LIBERTAD DE COMERCIO Y PROTECCIONISMO

LIBRE CAMBIO Y PROTECCIÓN

Aunque choque con la vulgata que es el pan de cada día en los debates políticos, resulta necesario –diría imprescindible para aportar al discurso de nuestros hombres públicos una dosis de sensatez- recordar la teoría de David Ricardo de los costos comparados. Esta teoría –que forma parte del saber académico en todas las facultades de ciencias económicas del mundo- es casi ignorada, o se la olvida pese que no hay ningún economista serio que la desconozca. Mantiene, con todas las salvedades que puedan hacérsele, plena vigencia, y se traduce en que la especialización económica y el comercio internacional –lo que supone una avenida de doble vía, en que se exporta pero también se importa- incrementan la riqueza o disminuyen la pobreza en todo el mundo.

La desarrollaré sintéticamente:

En realidad, el sustantivo “teoría” no resulta adecuado, pues sugiere que se trata simplemente de una opinión, más o menos fundamentada y controvertible seriamente.

No soy dogmático, pero sí categórico al respecto: no existe ninguna teoría alternativa que se le contraponga. No es la invención de un grupo de lunáticos o “sicofantes de la burguesía” (como calificaba Marx a casi todos los economistas), sino que está incorporada al saber académico de todas las casas de estudio, incluidas las facultades de derecho. Su enunciación original proviene del genio de David Ricardo, y mantiene, con correcciones –por ejemplo, no depende para su validez de la teoría del valor-trabajo- plena vigencia.

Dados dos países –o un país frente al resto del mundo- supongamos que uno de ellos carece de ventajas absolutas en todo: aún así le convendrá especializarse en aquello para lo que posea una ventaja relativa –es decir, una menor desventaja absoluta- pues su costo alternativo será menor.

A título de ejemplo: un país, al que llamaremos Agriconia, que puede producir 100 unidades de soja dedicando todos sus recursos a ello, y 30 unidades de bienes de tractores, si empeñara todos sus recursos en ese fin, o alguna combinación intermedia, siempre dentro de la relación. Significa que para producir 10 unidades adicionales de soja, debe sacrificar 3 unidades de tractores, y viceversa: para producir 3 unidades adicionales de tractores, debe dejar de producir 10 unidades de soja. Dentro de esa relación de transformación, existen múltiples combinaciones: 90 unidades de soja y 3 de tractores, 80 y 6, 70 y 9, 60 y 12, 50 y 15, 40 y 18, 30 y 21, 20 y 24, 10 y 27, o 0 y 30.

Se pueden graficar en una recta de transformación, y sintetizar en la función lineal:

yA= 100 -10/3 xA;

Siendo convencionalmente:

yA: la producción de soja de Agriconia;

xA: la producción de tractores de Agriconia;

-10/3: la pendiente de la recta de transformación

El otro país, al que denominaremos “Tractoronia”, puede producir en el mismo lapso de tiempo 100 unidades de tractores o 200 unidades de soja. En términos absolutos, supera a “Agriconia” en todos los rubros. ¿Conviene a “Tractoronia” dedicar sus empeños en la producción de ambas cosas, y no comerciar con “Agriconia”?

David Ricardo advirtió que aún en ese caso, el comercio era conveniente. En efecto:

Para "Tractoronia” producir 20 unidades adicionales de soja implica sacrificar 10 unidades de tractores, y viceversa: producir 10 unidades adicionales de tractores supone dejar de producir 20 unidades de soja.

La recta de transformación responde a la función lineal:

yT= 200 -2xT;

Siendo

yT: la producción de soja de Tractoronia;

xT: la producción de tractores de Tractoronia;

-2 (-10/5): la pendiente de la recta de transformación de Tractoronia.

La tasa de sustitución de Soja/Tractores es, para Agriconia, 10/3, y para Tractoronia, 20/10 ó, lo que es igual, 10/5. A ambos países los convendrá especializarse, y comerciar en dentro de cualquier relación intermedia entre 10/3 y 10/5: por ejemplo, 10/4.

A Agriconia le conviene producir soja, e intercambiarlo por tractores a una relación 10/4. A esa tasa de cambio, produciendo y exportando 10 unidades de soja puede obtener 4 unidades de tractores: el precio de cada tractor, en unidades de soja, es de 2,5, a diferencia de las 3,33[1] que debería sacrificar de producción de soja, para aumentar localmente su producción de tractores.

Inversamente, a Tractoronia le conviene producir tractores y adquirir soja, comerciando dentro de esa misma ratio 10/4 soja/tractores: por cada 4 unidades de tractores, obtendrá 10 unidades de soja, ; más que los cinco tractores que debería sacrificar, para producir 10 unidades de soja. Ambos se benefician con la especialización[2].

El genio de Bastiat

Frédéric Bastiat –al que Karl Marx, con intolerancia y sin razón calificó de “economista enano”- refuta por “reductio ad absurdum” los argumentos proteccionistas en su “Petición de los fabricantes de velas” (“Sofismas Económicos”, 1845, cap. VII)[3]. La lógica y a la vez el humorismo de esa pieza –así como su fresca actualidad- son tan notables, que merecen una transcripción literal:

“A los señores miembros de la Cámara de Diputados:”

“Señores:"


“Ustedes están en el buen camino. Rechazan las teorías abstractas...Se preocupan sobre todo por la suerte del productor. Ustedes le quieren liberar de la competencia exterior; en una palabra, le reservan el mercado nacional al trabajo nacional”.


“Venimos a ofrecerles a Ustedes una maravillosa ocasión para aplicar su... ¿Cómo diríamos? ¿Su teoría? No, nada es más engañoso que la teoría. ¿Su doctrina? ¿Su sistema? ¿Su principio? Pero Uds. no aman las doctrinas, tienen horror a los sistemas y, en cuanto a los principios, declaran que no existen en economía social; diremos por tanto su práctica, su práctica sin teoría y sin principios.”


“Nosotros sufrimos la intolerable competencia de un rival extranjero colocado, por lo que parece, en unas condiciones tan superiores a las nuestras en la producción de la luz que inunda nuestro mercado nacional a un precio fabulosamente reducido; porque, inmediatamente después de que él sale, nuestras ventas cesan, todos los consumidores se vuelven a él y una rama de la industria francesa, cuyas ramificaciones son innumerables, es colocada de golpe en el estancamiento más completo. Este rival, que no es otro que el sol, nos hace una guerra tan encarnizada que sospechamos que nos ha sido suscitado por la pérfida Albión (¡buena diplomacia para los tiempos que corren!) en vista de que tiene por esta isla orgullosa consideraciones de las que se exime respecto a nosotros.”


“Demandamos que Uds. tengan el agrado de hacer una ley que ordene el cierre de todas las ventanas, tragaluces, pantallas, contraventanas, postigos, cortinas, cuarterones, claraboyas, persianas, en una palabra, de todas las aberturas, huecos, hendiduras y fisuras por las que la luz del sol tiene la costumbre de penetrar en las casas, en perjuicio de las bellas industrias con las que nos jactamos de haber dotado al país, pues sería ingratitud abandonarnos hoy en una lucha así de desigual.”


“Quieran los señores Diputados no tomar nuestra petición como una sátira y no rechazarla sin al menos escuchar las razones que tenemos que hacer valer para apoyarla.”


“Primero, si Uds. cierran tanto como sea posible todo acceso a la luz natural, si crearan así la necesidad de luz artificial, ¿cuál es en Francia la industria que, de una en una, no sería estimulada?”


“Si se consume más sebo, serán necesarios más bueyes y carneros y, en consecuencia, se querrá multiplicar los prados artificiales, la carne, la lana, el cuero y sobre todo los abonos, base de toda la riqueza agrícola.”


“Si se consume más aceite, se querrá extender el cultivo de la adormidera, del olivo, de la colza. Estas plantas ricas y agotadoras del suelo vendrían a propósito para sacar ganancias de esta fertilidad que la cría de las bestias ha comunicado a nuestro territorio.”


“Nuestros páramos se cubrirán de árboles resinosos. Numerosos enjambres de abejas concentrarán en nuestras montañas tesoros perfumados que se evaporan hoy sin utilidad, como las flores de las que emanan. No habría por tanto una rama de la agricultura que no tuviera un gran desarrollo.”


“Lo mismo sucede con la navegación: millares de buques irán a la pesca de la ballena y dentro de poco tiempo tendremos una marina capaz de defender el honor de Francia y de responder a la patriótica susceptibilidad de los peticionarios firmantes, mercaderes de candelas, etc.”.


“¿Pero qué diremos de los artículos de París? Vean las doraduras, los bronces, los cristales en candeleros, en lámparas, en arañas, en candelabros, brillar en espaciosos almacenes comparados con lo que hoy no son más que tiendas”.


“No hay pobre resinero, en la cumbre de su duna, o triste minero, en el fondo de su negra galería, que no vean aumentados su salario y su bienestar”


“Prevemos sus objeciones, señores; pero Uds. no nos opondrán una sola que no hayan recogido en los libros usados por los partidarios de la libertad comercial. Osamos desafiarlos a pronunciar una palabra contra nosotros que no se regrese al instante contra Uds. mismos y contra el principio que dirige toda su política.”


“¿Nos dirán que, si ganamos esta protección, Francia no ganará nada porque el consumidor hará los gastos?”.


“Les responderemos:”


“Ustedes no tienen el derecho de invocar los intereses del consumidor. Cuando se les ha encontrado opuestos al productor, en todas las circunstancias los han sacrificado. Ustedes lo han hecho para estimular el trabajo, para acrecentar el campo de trabajo. Por el mismo motivo, lo deben hacer todavía.”


“Ustedes mismos han salido al encuentro de la objeción cuando han dicho: el consumidor está interesado en la libre introducción del hierro, de la hulla, del ajonjolí, del trigo y de las telas. Sí, dijeron Uds., pero el productor está interesado en su exclusión. - Y bien, si los consumidores están interesados en la admisión de la luz natural, los productores lo están en su prohibición”.


“Pero, dirán Uds. todavía, el productor y el consumidor no son más que uno solo. Si el fabricante gana por la protección, hará ganar al agricultor. Si la agricultura prospera, abrirá mercado a las fábricas. - ¡Y bien! Si nos confieren el monopolio del alumbrado durante el día, primero compraremos mucho sebo, carbón, aceite, resinas, cera, alcohol, plata, hierro, bronces, cristales, para alimentar nuestra industria y, además, nosotros y nuestros numerosos abastecedores nos haremos ricos, consumiremos mucho y esparciremos bienestar en todas las ramas del trabajo nacional”.


“¿Dirán Uds. que la luz del sol es un don gratuito y que rechazar los dones gratuitos sería rechazar la riqueza misma bajo el pretexto de estimular los medios para adquirirla?”


“Pero pongan atención a que Uds. llevan la muerte en el corazón de su política; pongan atención a que hasta aquí ustedes han rechazado siempre el producto extranjero porque él se aproxima a ser don gratuito y precisamente porque se aproxima a ser don gratuito. Para cumplir las exigencias de otros monopolizadores, Uds. tenían un semi-motivo; para acoger nuestra demanda, tienen un motivo completo y rechazarnos precisamente por usar el fundamento de ustedes mismos sobre el que nos hemos fundamentado más que los demás sería formular la ecuación + x + = -; en otros términos, sería amontonar absurdo sobre absurdo.”


“El trabajo y la naturaleza concurren en proporciones diversas, según los países y los climas, a la creación de un producto. La parte que pone la naturaleza es siempre gratuita; la parte del trabajo es la que le da valor y por la que se paga.”


“Si una naranja de Lisboa se vende a mitad de precio que una naranja de París es porque el calor natural y por consecuencia gratuito hace por una lo que la otra debe a un calor artificial y por tanto costoso.”


“Luego, cuando una naranja nos llega de Portugal, se puede decir que nos ha sido dada la mitad gratuitamente, la mitad a título oneroso o, en otros términos, a mitad de precio en relación con aquella de París.”


“Ahora bien, es precisamente esta semi-gratuidad (perdón por la palabra) lo que Uds. alegan para excluirla. Uds. dicen: ¿Cómo el trabajo nacional podría soportar la competencia del trabajo extranjero cuando aquél tiene que hacer todo y éste no cumple más que la mitad de la tarea, pues el sol se encarga del resto? Pero si la semi-gratuidad les decide a rechazar la competencia, ¿cómo la gratuidad entera les llevará a admitir la competencia? O no son lógicos o deberían rechazar la semi-gratuidad como dañina a nuestro trabajo nacional, rechazar a fortiori y con el doble más de celo la gratuidad entera.”


“Otra vez, cuando un producto, hulla, hierro, trigo o tela, nos viene de fuera y podemos adquirirlo con menos trabajo que si lo hiciéramos nosotros mismos, la diferencia es un don gratuito que se nos confiere. Este don es más o menos considerable conforme la diferencia sea más o menos grande. Es de un cuarto, la mitad o tres cuartos del valor del producto si el extranjero no nos pide más que tres cuartos, la mitad o un cuarto del pago. Es tan completo como podría ser cuando el donador, como hace el sol por la luz, no nos pide nada. La cuestión, lo postulamos formalmente, es saber si Uds. quieren para Francia el beneficio del consumo gratuito o las pretendidas ventajas de la producción onerosa. Escojan, pero sean lógicos; porque, en tanto que Uds. rechacen, como lo han hecho, la hulla, el hierro, el trigo y los tejidos extranjeros en la proporción en que su precio se aproxima a cero, qué inconsecuente sería admitir la luz del sol, cuyo precio es cero durante todo el día.”

La primera reacción, frente a ese ejemplo, es descalificar el argumento por exagerado y por irreal, pero ciertamente la objeción de Bastiat afronta el núcleo de los argumentos proteccionistas: si el desempleo de los afectados –o el potencial mayor empleo de los beneficiados- justificara la protección, el argumento, llevado hasta sus últimas consecuencias, serviría también para exigir el cierre de las ventanas. Muchas veces, la prueba de fuego de un argumento, es llevarlo hasta sus últimas consecuencias.

Si los argumentos a favor del proteccionismo fueran válidos a nivel de comercio internacional, deberían serlo también en el orden interno; las normas de los artículos 9, 10 y 11 de la Constitución Nacional serían una fatal equivocación: cada provincia, municipio o área geográfica, con las mismas razones, podría reclamar que se protejan sus producciones locales contra la competencia de los productos provenientes de otras provincias, regiones o incluso áreas dentro de una misma provincia[4].

Los costos son una restricción

Gran parte de la opinión vulgar –entre la que se cuenta la mayoría de personas muy cultas en otros ámbitos- subestima la importancia de los costos, pensando que son sólo un problema contable, y de las empresas que los sufren, pero que no inciden en el bienestar de la sociedad.

Por el contrario, los costos –entre los cuales está el trabajo- no son una bendición, sino una restricción a las posibilidades de producción y de consumo de la comunidad. El fin directo o indirecto de toda producción es el consumo; la producción no es un fin en sí mismo (sin perjuicio de que una economía ineficiente brinda menos oferta de bienes y probablemente menos producción que una eficiente).

Nuevamente Bastiat[5] lo expresa sin solemnidad y con ingenio:

"Jamás, en tiempo alguno, se nos ocurrirá decir:


"Lástima que Robinson no encuentre más obstáculos, porque en ese caso tendría más ocasiones de desplegar sus esfuerzos: sería más rico".


"Lástima que el mar haya arrojado a la playa de la isla de la Desesperación objetos útiles, tablas, víveres, armas, libros; porque esto le quita a Robinson la ocasión de desplegar sus esfuerzos: es menos rico".


"Lástima que Robinson haya inventado aparatos para pescar y cazar; porque de este modo disminuye mucho los esfuerzos que realiza para un resultado determinado: es menos rico".




"Lástima que Robinson no esté con más frecuencia enfermo. Así se le presentaría la ocasión de ejercer la medicina en sí mismo, lo que da lugar a un trabajo; y como toda riqueza viene del trabajo, sería más rico".


"Lástima que Robinson lograse apagar el incendio que amenazaba su cabaña. Ha perdido con esto una ocasión preciosa de trabajo: es menos rico".


"Lástima que en la isla de la Desesperación la tierra no fuera más ingrata, la fuente no estuviese más apartada, el sol menos tiempo sobre el horizonte. Para alimentarse, apagar su sed y alumbrarse, Robinson hubiera tenido que invertir más trabajo: hubiera sido más rico".


"Jamás, digo, se pronunciarían, como oráculos de verdad, proposiciones tan absurdas. Tendríamos una evidencia demasiado palpable de que la riqueza no consiste en la intensidad del esfuerzo por cada satisfacción adquirida, y que justamente lo contrario es lo cierto".


"…Y sin embargo, las cinco las cinco o seis proposiciones que nos han parecido absurdas, aplicadas a la isla de la Desesperación, se consideran tan incontestables cuando se trata de la Francia, que sirven de base a toda nuestra legislación económica. Por el contrario, el axioma que nos parecía la verdad misma, en cuanto al individuo, no se ha invocado nunca en nombre de la sociedad, sin provocar una sonrisa de desdén".


Los costos y la  escasez

Es llamativo cómo el axioma básico de la economía –la escasez- es olvidado en los debates económicos, que parten del supuesto implícito de una economía sin costos.

Siendo los recursos limitados, el aumento de la producción de un bien implica la reducción de la producción de otro u otros. La cuantía de los bienes que se sacrifican para obtener otros, equivale a una relación de cambio; esa relación se llama de costo alternativo[6], y es la relación entre las eficiencias en el uso de los recursos en cada actividad[7]. Olvidar esa regla –que es no sólo de economía sino de sentido común- ha conducido y sigue conduciendo a las sociedades a erigir irracionales barreras aduaneras y extraarancelarias que perjudican tanto a los países afectados por las prohibiciones o restricciones, sino a los propios países que las imponen.

Las críticas de la CEPAL

Una de las críticas a la teoría clásica fue desarrollada en la década del 60 por la CEPAL, y muy principalmente por Raúl Prebisch; en su momento se sintetizaba en el “deterioro de los términos del intercambio”: los países subdesarrollados (“periferia”), exportadores de materias primas, debían entregar cada vez más de sus productos, para adquirir bienes industriales, producidos por los países desarrollados (“centro”).

La teoría no se hacía cargo de diversas objeciones teóricas y empíricas:

1) Por lo pronto, el deterioro en los términos del intercambio exterior, de configurarse, significa una disminución de las ventajas del comercio exterior para las economías afectadas, pero no las elimina. Además, no es un proceso que pueda seguir indefinidamente; por el contrario, tiene como límite el punto en que, a fuerza de deteriorarse aquéllos, la relación interna de sustitución –relación de costo alternativo- entre los bienes exportados e importados –por hipótesis de la CEPAL, primarios versus manufacturados- torna naturalmente más favorable la producción de los bienes manufacturados en los países otrora importadores. Eso es algo que ya está ocurriendo en el sudeste asiático, en la India y muchos otros países.

La consecuencia que extrajo la teoría cepaliana –que resultaba conveniente forzar la producción interior de bienes propios de la “industria pesada” y bienes de capital, a través de altas barreras arancelarias- era incongruente con sus propias premisas: si las importaciones nos resultaban cada vez más caras en términos de nuestras exportaciones, prohibir las primeras o imponerles barreras prohibitivas, para que sean aún más costosas internamente, equivalía a “deteriorar” aun más los precios de los productos agrícolas, respecto de los bienes industriales.

Si los servicios del dentista resultan cada vez más caros en función de mis ingresos, por cierto que lo lamentaré, pero de allí, no extraeré la consecuencia de que sea más conveniente dejar mis actividades, montar un torno en mi casa, y hacerme extraer las muelas o curar las caries, por mi esposa e hijos; o curármelas frente a un espejo. Señalaba Adam Smith que rara vez lo que es sensato en la administración de un hogar, deja de serlo en el gobierno de un país[8].

3) No necesariamente la reducción de los precios lleva consigo un deterioro de los ingresos. El precio de las computadoras personales ha disminuido en relación a otros bienes –es decir, se han “deteriorado” los términos del intercambio para los fabricantes de aquéllas- pero eso no parece que haya provocado la ruina de la industria mundial de la computación.

4) Muchos países han experimentado un sustancial crecimiento, en épocas de “deterioro” de los precios de sus bienes exportables. Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Holanda en el siglo XX, eran fuertes exportadores de materias primas; e Inglaterra en el siglo XIX también sufrió el deterioro de los términos de su intercambio, en la época de apogeo de su influencia comercial.

En realidad, las teorías “estructuralistas” y cepalianas de las décadas del 60 y 70 no intentaron una refutación de la teoría de las ventajas relativas –lo que implica criticarla dentro de sus propias premisas y herramientas conceptuales, o demostrar la falsedad de aquellas- sino presentaban su propia versión como una crítica heterodoxa al saber académico convencional, sin hacerse cargo de la argumentación a la que denominaban “ortodoxa”, aunque estuvieran contestes en esa supuesta ortodoxia economistas de izquierda.

Por otra parte, si el esquema cepaliano era falso en la época en que fue formulado, actualmente resulta aún más inadecuado. Muchos de los países actualmente subdesarrollados u otrora subdesarrollados (Corea, Taiwan, en general los países del sudeste asiático) se convirtieron en exportadores de bienes manufacturados, pero no por obra de una protección arancelaria excesiva ni de un esquema sustitutivo de importaciones, sino por la ventaja relativa derivada del menor costo de su mano de obra.

Si bien por razones de simplicidad analítica he supuesto dos países, uno de ellos agrícola y otro industrial, las ventajas comparativas son dinámicas, y varían con el transcurso del tiempo. No dependen exclusivamente de la fertilidad del suelo o de su abundancia, ni del costo de la mano de obra. Los principales países exportadores –e importadores- son de elevado ingreso per cápita y salarios[9]: Estados Unidos, Alemania, Japón, Francia, Italia, España, Suiza, Holanda.

El argumento del proteccionismo de los países desarrollados

Con frecuencia se argumenta en contra de la “apertura unilateral” o inclusive contra la apertura, unilateral o no, afirmando que los países desarrollados (“centrales”) quieren imponer “recetas” que no aplican en sus propias fronteras

La objeción es insostenible tanto desde el punto de vista teórico como empírico:

* Una teoría o una recomendación debe ser analizada con prescindencia de su emisor. No habla muy a favor de la racionalidad de los objetores recurrir a argumentos “ad hominem”, que tienen tanta lógica como rechazar el consejo del médico de dejar de fumar, porque éste también fuma, o de realizar actividad física, porque el galeno es sedentario. Si su modo de vida se aparta de lo que prescribe, el dañado sería él, pero no dejan de ser válidas sus sugerencias.

Bien señalan Samuelson-Nordhauss[10] “...cuando otro país eleva sus aranceles, es el exacto equivalente de elevar sus costos de transporte. “Pero si Francia decidiera frenar el comercio poniendo minas en sus puertos, ¿deberíamos minar los nuestros?”.

La literatura económica que circula en los países desarrollados –entre cuyas preocupaciones no está engañar sistemáticamente a la población de argentinos ni latinoamericanos, que no tienen por hábito leer ni asimilar "prédicas imperialistas"- cuestiona severamente las prácticas proteccionistas, porque perjudican tanto al país que impone las barreras, como a los países exportadores.

Lamentablemente, el proteccionismo agrícola de la Comunidad Europea y de Estados Unidos es real, pero no resulta congruente que denunciemos en los foros internacionales esa conducta ciertamente lesiva de nuestros intereses, y que hagamos lo mismo.

Los dañosos efectos de las barreras impuestas por los países desarrollados sobre los productos agrícolas y textiles, difícilmente puedan ser mensurados, no sólo por los perjuicios económicos que ha provocado, sino por haber alentado los proteccionismos locales y los movimientos antiglobalización. Los alimentos y los textiles son, justamente, bienes de mano de obra intensiva, que los países en desarrollo pueden producir con ventajas competitivas. La Conferencia sobre Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas calcula que los países en desarrollo podrían exportar $700.000 millones más cada año si los países ricos abolieran el proteccionismo. Eso es casi 14 veces lo que los países pobres reciben cada año en ayuda externa.

La política agrícola de la Unión Europea y de los Estados Unidos[11] es un ejemplo de lo que no debe hacerse; es la actitud del conductor que apunta su coche contra otros, para destruirlo y destruirse.

* Además, el argumento del “arancel de represalia”, si tiene escasa validez para Estados Unidos –que por hipótesis cuenta con el poderío económico como para disuadir a otros países de emprender políticas proteccionistas- no tiene ningún valor, predicado de Argentina. Por su escaso peso dentro del comercio mundial, nuestro país carece de la posibilidad de influir en las políticas comerciales de otros países, por temor a nuestras retorsiones. Antes bien, “los estudios históricos muestran que los aranceles de represalia suelen llevar a otros países a elevar aún más los suyos y que raras veces constituyen un arma de negociación eficaz para la reducción multilateral de los aranceles”[12].

 Los aranceles perjudican en primer lugar al país que los impone, con prescindencia de lo que hagan otros países, y la libertad de intercambios beneficia al que la adopta, aunque otros países o mercados sean proteccionistas. Es incongruente aceptar los beneficios del libre comercio exigiendo "reciprocidad", pues si se lo considera conveniente, deberíamos adoptarlo de todas formas y si –por hipótesis en la que me sitúo al solo efecto de la argumentación- la apertura fuese perjudicial para nuestra economía, no deberíamos abrirla ni siquiera si otros lo hiciesen.

* Por lo demás, salvo en materia agrícola y textil, no es cierto que los países más desarrollados hayan erigido un muro de aranceles para aislar sus economías. En 1994, Estados Unidos tenía tasas arancelarias medias del 6,3% para alimentos, 2,9% para bebidas y tabaco; 0,3% para materias primas, excepto combustibles; 0,5% para combustibles; 4% para productos químicos; 3,3% para bienes manufacturados, y 1,9% para maquinaria y equipo de transporte[13]; mientras que los aranceles de Japón eran de 12,3% para alimentos, 16,1% para bebidas y tabaco, 1,3% para materias primas, excepto combustibles; 0,8% para combustibles; 3,7% para productos químicos; 5,1% para bienes manufacturados, y 0,1% para maquinaria y equipo de transporte[14].

Hasta aquí, el esquema de mi argumentación ha seguido los senderos tradicionales, de discurrir como si el intercambio fuera entre países, y no entre individuos y empresas. Desde David Ricardo, así se hace, y lo sustancial de la teoría es válido, aun partiendo desde ese enfoque.

Pero en realidad, en los países que no tienen estatizado el comercio exterior, los intercambios se hacen siempre entre personas físicas y empresas. Los empresarios no importarán, si no existen consumidores que puedan pagar por los productos importados; y no habrá consumidores, si no existen quienes puedan adquirir esos bienes, pagando un precio inferior que los similares nacionales. Los menores precios significarán una mayor cantidad de dinero para consumir otros bienes, lo que se traducirá en una mayor demanda y producción de estos últimos.

Lo que no advierten quienes procuran defender la "producción nacional", o el "trabajo nacional" a través de barreras proteccionistas, es que los mayores precios que se pagan por los productos protegidos –respecto de los que se pagarían en condiciones de libre comercio- significan una menor cantidad demandada y una menor oferta total de esos bienes y a la vez, menos dinero para consumir e invertir en otras producciones. Al generar un beneficio adicional para las industrias o actividades protegidas, atrae recursos humanos y de capital hacia el sector promovido, en desmedro de otros que no gozan de esa protección.

El principio de escasez, que es la base de la economía, determina que la mayor producción nacional de determinados bienes –los beneficiados con la protección arancelaria- sea menor que la oferta de esos mismos bienes, antes de la protección –en que los productos extranjeros representaban parte o todo de la oferta total- y a la vez, esos mayores recursos que se destinan a la producción de las actividades protegidas, significan menor oferta de las actividades no protegidas. El resultado final es un menor bienestar de la sociedad en su conjunto.

La exigencia de reciprocidad

Con motivo de la Cumbre de las Américas en Mar del Plata, las posiciones de Argentina y Venezuela fueron de rechazo del ALCA (Alianza de Libre Comercio para las Américas), o la más moderada aparentemente sustentada por Brasil, de condicionar su avance a que previamente los Estados Unidos desmonten sus subsidios agrícolas.

La exigencia de "reciprocidad" es un argumento a veces sincero, y otras veces una excusa, basada en la especulación de que esa postura provocará un estancamiento de toda negociación. Pero en cualquier caso es errado, aun en la hipótesis de que se funde en las mejores intenciones.

El libre comercio es conveniente aunque no exista reciprocidad, como lo destacan los principales economistas, pues la apertura al comercio exterior no es un "sacrificio" que se realiza, para obtener el "beneficio" del acceso de los exportadores a mercados externos, sino un beneficio. Siempre a los ciudadanos de un país les conviene adquirir bienes y servicios al precio más bajo que puedan, o de la mejor calidad que se obtenga en los mercados del mundo, con prescindencia de las contingencias que afecten a los exportadores e inclusive de las restricciones que ellos sufran (que se verán afectados doblemente, ante el cierre o restricción de las importaciones).

Volviendo al ejemplo odontológico, sería poco razonable que condicionara mi atención por el dentista, a que recurra a mis servicios de abogado; o que sólo adquiera productos en el supermercado que tenga a bien contratarme, para que lo asesore en sus venturas o desventuras judiciales y extrajudiciales; proclamando a los cuatro vientos que condiciono mis compras a la exigencia de reciprocidad.

Inversamente, y al solo efecto de la argumentación, si se considerara que la protección es "buena" y la "apertura unilateral" –en la que sólo pueden pensar perversos neoliberales- es "mala", no dejaría de serlo aunque todo el mundo nos abriera sus mercados de par en par. Los supuestos perjuicios a la "industria nacional" –es decir, a la parte de la industria que se quiere proteger- no dejarían de existir, por el hecho de que los exportadores no afronten restricciones en sus ventas externas.

La llamada "protección" se traduce en que quienes quieren importar a, verbi gratia, U$S 100, deben pagar U$S 150[15] por los mismos productos en el mercado interno (sea que los importen, o que a ese precio, la producción local sustituya total o parcialmente las importaciones). Si otros países imponen barreras –a los productos agrícolas o de cualquier otra índole- evidentemente nos perjudicarán, pero la solución no es inferirnos un nuevo perjuicio, obligando a los consumidores locales a pagar precios más elevados; a las industrias o actividades prestadoras de servicios que utilizan materias primas o bienes de capital importados, a pagar mayores precios, y consecuentemente reducir su producción, o la cantidad o calidad de sus servicios[16].

En realidad, el arancel aduanero es el equivalente exacto de un aumento de los costos de transporte. Y –para emplear las palabras de Keneth Boulding- "…el hecho de que para estudiar adecuadamente los aranceles debamos considerarlos como aumentos artificiales en el coste del transporte, tendría que enfriar el entusiasmo de los defensores de estos aranceles…los aranceles son "ferrocarriles negativos". Lo mismo que los ferrocarriles son un invento para disminuir el coste del transporte entre dos lugares, los aranceles son una invención para aumentarlo…"[17].

En las transacciones individuales la gente no exige reciprocidad

Las familias, individuos y empresas, en sus transacciones individuales, adquiere los bienes y contrata los servicios al menor precio y la mejor calidad que puede, con total prescindencia de lo que hagan los vendedores y prestadores, respecto de los bienes y servicios del adquirente.

Si ello es así en las economías individuales, ¿existe una razón especial para que esa conducta racional deje de serlo a nivel agregado?

Teóricamente, existen casos en que las decisiones individualmente racionales conducen a una irracionalidad global. Pero eso debe ser demostrado en cada caso, y no meramente afirmado. La regla es que, en principio, las comunidades incrementan su bienestar económico, cuando se otorga mayor libertad a los individuos; y toda restricción a la libertad debe pasar por el cedazo de la demostración concreta de que los costos que se imponen a los individuos son menores que los beneficios que obtiene la comunidad.

Por el contrario, todas las evidencias teóricas y empíricas nos dicen que las economías más abiertas, y con mayor libertad de intercambios, son a la vez las más prósperas. Los países del África subsahariana tienen las economías más cerradas a los intercambios internacionales, y no parece que esa "protección" de sus actividades económicas los haya conducido a la riqueza.

Las economías individuales están caracterizadas por la especialización y su consecuencia, que es el intercambio. Superada hace milenios la economía de mera subsistencia –en que los cazadores y recolectores tenían economías autárquicas- comenzó la especialización. En la década del 60 se estimaban 200.000 ocupaciones distintas en los Estados Unidos[18]. No habría cambio si no existiera la especialización, y a la vez, la especialización sin el intercambio sería fútil.

Los intercambios son voluntarios, y las personas los realizan porque ambas se benefician: el que adquiere, valora en ese momento más el bien o servicio comprado o locado que su dinero; y el vendedor o locador prefiere el dinero –en ese momento- que el bien. Comprender que ambos obtienen un beneficio con el intercambio –pues valoran más lo que reciben que lo que entregan- es el primer paso para desterrar los sofismas en economía; entre ellos, el del "valor trabajo", que constituyó la piedra basal del esquema teórico marxista.

El valor no es algo que una mercadería o servicio lleve consigo; no es una propiedad física ni metafísica, sino simplemente lo que dos individuos concretos, en una operación de intercambio específica, piensan que vale la mercancía. Desde el punto de vista económico, las cosas son valiosas, porque alguien las valora.

Dado que las necesidades, los gustos, las aptitudes, los bienes poseídos y sus cantidades son distintos, no pueden sino ser valorados de distinta manera. La especialización determina que las unidades económicas produzcan más bienes y servicios que los que necesitan para su consumo personal; y a la vez necesiten otros bienes y servicios que no producen individualmente. La especialización da lugar al intercambio, y entre ambos, incrementan la riqueza de la sociedad: la economía de Robinson Crusoe es una economía de estrictísima subsistencia.

La especialización comprende dos aspectos: la especialización de productos, y de procesos[19]: cabe en teoría imaginar una sociedad en la que cada hombre está especializado en la producción de un determinado bien, pero ejecuta todos los procesos necesarios para ello, sin recurrir a terceros. Históricamente, algo muy similar a eso fue la primera especialización.

En las economías modernas, la especialización va un paso más allá, y se extiende a los procesos. En la industria automotriz, los automóviles son el resultado de la adquisición de autopartes –muchas de las piezas, importadas- y la especialización de múltiples obreros en distintas actividades. De modo que algo que convencionalmente se llama "producción" –que para el común de la gente parece más noble que el burgués "intercambio"- no es sino una suma de intercambios de procesos, bienes y servicios.

Desmitificado el concepto de "producción" –ya que toda producción encierra múltiples intercambios- advertiremos que el intercambio es producción indirecta[20], y que, en las economías individuales, también rige el principio de la ventaja comparativa[21]. Las empresas y las familias, en sus actividades y contrataciones, lo entienden intuitivamente, y es por eso que de las personas no procuran la autarquía en sus economías individuales. Pretenderlo, sería condenarse a una segura pobreza.

El fantasma del desempleo

En el análisis precedente no he considerado hasta ahora el fantasma que nubla la mente en todas las discusiones políticas: el eventual desempleo que puede ocasionar la apertura o mayor apertura de la economía. No es que la desocupación no sea un lacerante problema, pero en esta materia, debe estar “una cabeza fría al servicio de un corazón caliente”[22]; no analizar racionalmente los problemas por sensibilidad social –real o declamada- es una segura vía para mantener el atraso.

Si el cierre de la economía a las importaciones fuera la panacea para eliminar el desempleo, los argentinos pudimos comprobar sus efectos –y los del "default"- en el año 2002: como expresé en otra parte de estos ensayos, las importaciones se redujeron un 55% -de U$S 19.389 millones en 2001, a U$S 9.144 millones en 2002. En ese lapso, tanto el desempleo como la pobreza alcanzaron proporciones aterradoras y nunca vistas hasta ese momento.

Pese a todo, admito lo evidente: la apertura puede ocasionar problemas, a veces serios, a sectores de la economía. El esquema presentado anteriormente, en estado puro, supone que una rama completa de la producción del país –la comparativamente menos eficiente- desaparece. Pero lo que predica y demuestra la teoría de las ventajas comparativas –que el superior desempeño de las economías abiertas al comercio internacional ha ratificado- es que los beneficios para el resto de la economía son mayores que los costos.

En esta materia, como en la mayor parte del análisis económico, deben distinguirse el corto, del mediano y largo plazo. En el corto plazo, los costos que soportará el sector afectado son evidentes, y los beneficios estarán diseminados entre el resto de la población. Si se trata de recursos humanos con poca movilidad o especialización, deberá buscarse una solución el desempleo de los afectados, ponderando que los beneficios de la especialización y el intercambio justifican que el Estado brinde ayudas temporarias o definitivas.

Pero el empleo es un fenómeno dinámico, que depende de la flexibilidad del mercado laboral, y del crecimiento de la economía. Todos los años, se incorporan a la oferta potencial de trabajo entre 350.000 y 500.000 personas (suponiendo una tasa de crecimiento de la población del 1% o un poco mayor). Si la economía no crece lo suficiente para absorber esa mano de obra, el desempleo será cada vez mayor, aunque no se despida a nadie. En comparación con esas cifras, las eventuales desventuras de los sectores industriales que puedan ser afectados con la apertura de la economía, no tienen una incidencia decisiva.

Por lo demás, los argumentos centrados en el eventual desempleo –que tienen un indudable peso emotivo- deben ser mirados con mucha cautela, pues conducirían, no sólo a rechazar la apertura al comercio internacional, sino inclusive a propiciar que se prohíba o restrinja la introducción de mejoras tecnológicas en la economía interna, que puedan generar la desocupación temporaria de mano de obra. Si el problema es el desempleo, los efectos de una reducción de tarifas pueden ser iguales o menores que los que ocasiona la introducción de nuevos bienes de capital, que aumenten la productividad y la producción, ahorrando mano de obra. ¿Es también mala la modernización de la economía? ¿son mejores las economías que rechazan la incorporación de mejoras en la tecnología?

Las respuestas a estos interrogantes son varias, desde el punto de vista empírico y teórico:

1) Las economías más dinámicas, y con mayor innovación tecnológica, suelen ser las más libres, y éstas, presentan no sólo niveles de bienestar superior, sino también menor desocupación. Hace ya dos décadas, los Estados Unidos, pese a su superioridad tecnológica, tienen tasas de desempleo inferiores a los de la Comunidad Europea, y ello es así por su superior dinamismo, y por su mercado de trabajo más libre[23]. Como destaca el asesor del laborismo inglés Anthony Giddens[24]:

"…las estadísticas de creación de empleo son reveladoras. En casi todos los países industriales hay más empleo ahora que hace un cuarto de siglo. Las únicas excepciones son Suecia, Finlandia y España. En Estados Unidos se creó un 45% más de empleo neto en ese período; en Canadá ocurrió prácticamente igual. En Japón, el porcentaje es del 24%. En los países de la Unión Europea, en cambio, sólo hubo un crecimiento del 4% de media en el empleo. Una proporción alta –sobre la mitad- de los empleos netos nuevos creados en Estados Unidos lo fueron en actividades cualificadas o profesionales. En contra de algunas interpretaciones, los que más se han beneficiado –en términos relativos- son las mujeres y las minorías étnicas, incluidos los afroamericanos".

"De las veinticinco empresas estadounidenses más grandes hoy día, todas salvo seis eran muy pequeñas o no existían antes de 1960. La historia de Europa es bastante diferente. Las veinticinco compañías más grandes ya existían en esa fecha. El problema de Europa es que las pequeñas empresas innovadoras no llegan a ser grandes…".

El capitalismo europeo –tomado a veces como un modelo, porque ya que no hay más remedio que aceptar el capitalismo, se rechaza el modelo anglosajón- es menos innovador, menor abierto, y también tiene más desempleo que el norteamericano, y el capitalismo continental tiene peor desempeño que el inglés, por sus mayores regulaciones.

2) La apertura económica permite la importación de bienes más baratos o de mejor calidad; su efecto es muy similar al de una innovación tecnológica que se introduzca en el interior de la economía.

La repercusión en el corto y mediano plazo[25] sobre el empleo dependerá de la elasticidad de la demanda de los bienes abaratados (por el progreso tecnológico o por la apertura a la importación):

* Si su demanda es relativamente inelástica[26] –como ocurre en general, con los productos agrícolas y alimentos en general- la reducción del precio no generará un incremento significativo en las ventas, por lo que probablemente se reducirá el empleo en el sector.

* Si la demanda es, por el contrario, elástica –como sucede con los productos industriales no específicos, y con gran parte de los bienes de capital- la reducción del precio generará un aumento de las ventas, que puede incrementar el empleo, aun en el corto plazo.

Las reducciones de costos en la agricultura y en la industria generan cambios de precios relativos entre los bienes y los servicios, cuyo incremento de productividad ha sido menor. El precio de los bienes desciende en relación con el precio de los servicios[27], y ésa es una constante del desarrollo económico, que a la vez es una consecuencia del crecimiento económico prolongado en el tiempo : los países desarrollados tienen bienes cada vez más baratos, y servicios comparativamente caros[28].

Los precios más bajos, y la liberación de recursos, permite el crecimiento de otras ramas de la producción de bienes y servicios. En el largo plazo, el efecto sobre el empleo es neutro.

La historia del desarrollo económico de Occidente –y en las últimas décadas, también del Este Asiático- es la historia de la destrucción de empleos, y la creación de nuevas oportunidades laborales. El ferrocarril generó desocupación entre quienes transportaban mercaderías en carretas; el automóvil acabó con la industria de las diligencias; el avión significó un retroceso relativo de los viajes de turismo en transatlánticos; los distintos tipos de plástico sustituyeron en gran medida, y según sus usos, a los cueros, al papel y a los metales; la reducción de costos del transporte eliminó algunos empleos, pero posibilitó el enorme crecimiento del turismo y otras actividades terciarias vinculadas; la caída del precio de las comunicaciones[29] fomentó el empleo masivo de Internet, e incrementó el comercio internacional. Todo ello, se tradujo en un incremento y diversificación de la oferta laboral.

La falacia de la cantidad fija de trabajo

as argumentaciones que vinculan la libertad de comercio con el desempleo incurren en la denominada falacia de la cantidad fija de trabajo. El trabajo “no es una magnitud fija que deba repartirse entre los posibles trabajadores. Los ajustes del mercado de trabajo pueden adoptarse a los cambios de la oferta y la demanda de trabajo por medio de variaciones del salario real y de la migración de trabajo y capital”[30].

La libertad de comercio puede, en el corto plazo, provocar paro en los sectores de la economía afectados por la apertura, de igual modo que la introducción o la invención de nuevas tecnologías. Pero así como no sería razonable frenar el progreso tecnológico por el temor al desempleo –hacerlo equivaldría a condenar al país al atraso- ese fantasma no debe nublar la vista cuando se trata de analizar las ventajas del libre cambio.

Concentrar el enfoque exclusivamente en el desempleo de los sectores directa o indirectamente afectados comporta ignorar la totalidad de los efectos de la protección, y los beneficios para otros sectores. Cuando la producción de ciertos bienes, sea por barreras arancelarias o extra-arancelarias está protegida contra la competencia exterior, significa que los bienes -sean de capital, insumos o bienes de consumo- cuestan más que en condiciones de apertura del comercio. Ese sobreprecio significa que en el mercado interno hay menos dinero para gastar en otros bienes o servicios, lo que implica menor demanda y probablemente menor producción de estos últimos. Como la demanda de trabajo –al igual que la de todos los insumos productivos- es una demanda derivada, la mayor producción y ocupación de los sectores protegidos se traduce en una menor producción y ocupación de los no protegidos. Si el despido es altamente oneroso por razones legales, el desempleo no se advertirá en su expresión más dolorosa, pero se dará inexorablemente: se contratará a menos personas.

Las tendencias modernas en la producción y el empleo


Cabe añadir que la mayor parte de las argumentaciones a favor del proteccionismo industrial pertenecen a una época –o han quedado fijados mentalmente en ella- en que las industrias eran un importante empleador. Ya no ocurre así. Al igual que lo que sucedió y sucede en la agricultura, la industria en los países desarrollados ha perdido importancia relativa como proveedor de empleos, incrementándose paralelamente el peso del sector terciario (los servicios), y esa es la evolución esperable de todo país cuya economía se desarrolle. En Japón, la industria pasó de significar el 35% del Producto Interno Bruto en 1960, a 25% en 1994; en la Unión Europea, del 32% en 1960, a 26% en 1994; en Estados Unidos, de 27% a 18%; y en general, en los países industrializados, de 30% a 20%. Paralelamente, el valor agregado de los servicios en el mismo lapso, que en Estados Unidos representaba el 57% en 1960, alcanzó el 72% en 1994; en los países industrializados, ascendió del 53% al 67%; en la Unión Europea, del 47% al 67%; en Japón, del 52% al 58%[31]. Inclusive en Argentina el fenómeno es similar: los bienes alcanzaban el 56,2% del PIB en 1960, y en 2000 el 32,5%; el valor agregado generado por los servicios era el 43,8% en 1960, y el 67,5% en 2000. Las industrias manufactureras sólo tenían una participación del 16,7% en 2000, contra 32,2% en 1960. Pero esa caída en la participación es relativa; no implica un decrecimiento en valores absolutos ni una desindustrialización, sino que el crecimiento es menor que el generado por los servicios[32].

Ello es así por dos razones: por un lado, por la creciente automatización y robotización de la industria libera mano de obra, que es ocupada –al menos ocupable- en el sector servicios[33]; por otra parte, porque conforme aumenta el nivel de ingresos, los consumidores destinan una proporción decreciente de sus ingresos a los bienes –cuyo precio relativo ha disminuido- y un porcentaje creciente a los servicios[34].

De modo que el fundamento real o invocado del proteccionismo –la “protección del trabajo nacional”- si nunca tuvo excesivo peso[35], menos aún lo tiene en la economía moderna. La industria en los países desarrollados ya no es un gran demandante de mano de obra. Sólo puede serlo en países o regiones con niveles salariales tan bajos y costos tan altos de los bienes de capital, que se incentive la sustitución de capital por trabajo. Si los salarios reales en la industria crecen –como es deseable- Argentina presentará los patrones de empleo y de consumo de los países desarrollados.

La “protección efectiva”

La protección nominal no supone, en muchos casos, una protección efectiva ni siquiera en el sector que se intenta “defender”, pues si simultáneamente se imponen elevadas barreras a los insumos y bienes de capital empleados para producir el bien de que se trate, el efecto final puede ser nulo o negativo.

Supongamos que la tarifa sobre un bien final es del 20%, pero sobre los insumos –que por hipótesis representan el 50% del precio total de la manufactura- el arancel aduanero es del 20%. El derecho sobre el producto final recae tanto sobre el valor agregado por la manufactura, como sobre los insumos. El nivel efectivo de protección está dado por la fórmula[36]:

f= t – q elevado a la r potencia/ 1-r

Siendo

f: la protección efectiva;

t: la tarifa nominal;

q: los aranceles sobre los bienes intermedios, insumos o bienes de capital;

r: la proporción que representan los componentes importados o importables.

No es necesario ser economista, para advertir que mientras menor sea la protección para los insumos, bienes de capital o bienes intermedios (q); y a la vez menor sea la proporción que representan los componentes importados o importables (r), mayor será la protección efectiva (f): r se halla como exponente en el segundo término del numerador (en el sustraendo); y como sustraendo en el denominador

Dado que la proporción r, por definición, siempre es menor a uno (pues si fuera uno, ya no nos encontraríamos con un insumo o bien de capital, sino con el propio bien final), al situarse en el exponente de q, la protección para los bienes intermedios incide parcialmente en la protección total:

Si la proporción de bienes intermedios (r) es elevada, el denominador (1-r) resulta menor, con lo que incrementa la protección efectiva, mientras más baja sea la tarifa (q) que se les aplique. Inversamente, si los bienes intermedios, insumos o bienes de capital están sometidos a altas tarifas (q), y representan un porcentaje significativo del productivo final (r), resulta menor la protección efectiva, pues t-q es un valor inferior en el numerador.

El hecho de que la eliminación de gravámenes sobre los bienes de capital, insumos e importados aumente la protección efectiva, no significa que eso sea deseable. La falta de neutralidad frente al sistema de precios tiene consecuencias económicas y sociales indeseables, desde el punto de vista de la eficiencia e incluso de la ocupación. Así, liberar de gravámenes la importación de bienes de capital, y someter a gravámenes al producto final, conduce a abaratar artificialmente el factor de producción capital, alienta la sustitución de trabajo por bienes de capital y genera desempleo de la mano de obra[37].

Considerando al trabajo local como un insumo productivo más, las cargas sociales, al incrementar el costo de la mano de obra, actúan como una protección negativa.

La protección total

En el total de la economía, la protección total es siempre igual a cero: los efectos protectores de una tarifa o contingente favorecen a determinadas industrias o actividades, en desmedro de otras. Teniendo en cuenta que la economía está signada por el principio de escasez –aumentar la producción de un bien siempre significa, mientras no se incremente la dotación de recursos naturales, humanos y tecnología, disminuir la producción de otros bienes- la protección total, para el conjunto de la economía, es nula.

Cuando se "protege" a determinadas industrias, los consumidores –si se trata de bienes finales- u otras industrias o actividades –si son bienes intermedios- deben pagar más por los bienes protegidos, que el que pagarían en ausencia de restricciones. Esos mayores precios de ciertos bienes significan menor cantidad ofertada de los mismos[38]; al par de menor demanda –y, caeteris paribus, menores precios- de otros bienes o servicios.

La estabilidad de las reglas jurídicas

Con todo, no propugno la apertura inmediata y total de la economía, ni la eliminación brusca de los aranceles. Hacerlo implicaría un radical cambio de las reglas jurídicas –que condicionan y dan marco a las actividades económicas- castigando a muchos sectores que realizaron inversiones bajo el amparo de la protección, sustentada en determinados regímenes normativos. Desde el comienzo de este ensayo he enfatizado la importancia de la seguridad jurídica –una de cuyas facetas es la estabilidad de las leyes y preceptos- y cambiar abruptamente las reglas de juego no haría ningún bien a la previsibilidad que necesitan los empresarios para invertir.

Una cosa es que se considere que el libre cambio conduce a un mayor bienestar económico que la protección arancelaria –suponiendo que se partiera de una situación inicial en que no existía esa protección- y otra, que el legislador o menos aún, el poder ejecutivo, puedan cambiar bruscamente las reglas de juego a las que se sometieron los empresarios, productores e inversores[39].

La sustitución de importaciones y su efecto en el ingreso real. Imposibilidad de sustentarla en el largo plazo con instrumentos cambiarios. El principio de escasez y la desviación de recursos

Hasta ahora, mis reflexiones sobre la protección estuvieron limitadas a los aranceles. Existen otras herramientas de protección –la prohibición lisa y llana de importar, los contingentes, el control de cambios y el "tipo de cambio real alto" que ahora se propugna como panacea- que serán analizados brevemente.

1) La prohibición lisa y llana de importar determinadas mercaderías

Durante mucho tiempo, en Argentina hubo una extensa nómina de productos cuya importación estaba lisa y llanamente prohibida.

Habiendo insistido sobre las virtudes del intercambio libre, si las tarifas aduaneras son una restricción inconveniente al comercio, la prohibición equivale a un arancel infinito.

Esas medidas, además de alentar el contrabando y la corrupción, declarando ilícitas conductas que no deberían revestir tal carácter, son aún peores que los aranceles aduaneros. Ya se han criticado éstos; los cuestionamientos tienen validez con mayor razón, cuando no se restringe meramente, sino se impide la importación.

2) Los contingentes a la importación

Otra modalidad que fue utilizada en Argentina con mucha frecuencia, fueron los contingentes o cuotas máximas de importación: sólo se puede por importar por año una cantidad máxima de unidades del producto o productos que se quiere preservar de la competencia externa[40].

Este sistema es más ineficiente que la protección arancelaria. Cuando la forma de imponer barreras son los aranceles, el sistema opera en forma relativamente transparente: todo el que quiere importar puede hacerlo, a condición de que pague el impuesto aduanero correspondiente. Las oportunidades para la corrupción, la discrecionalidad y la arbitrariedad de los funcionarios se reducen.

Ligados con los contingentes, están los permisos de importación, asignados conforme a criterios discrecionales. Dado que se fijan en cantidades inferiores a la cantidad demandada del bien importable, queda descartado el sistema de precios como mecanismo de racionamiento: sólo pueden importar los que tienen un permiso para hacerlo; éstos, obtienen una ventaja, pues realizan las importaciones sin pagar aranceles, o abonando aranceles menores, y están preservados de la competencia de otros potenciales importadores.

La posición monopólica permite obtener ganancias extraordinarias a quienes gozan del privilegio, superiores a las tarifas aduaneras. El monopolista interior, en presencia de tarifas, sólo puede cobrar el precio internacional, más las tarifas y costos de transporte, seguros, etcétera; por encima de ese nivel, sufrirá nuevamente la competencia de las importaciones. En cambio, quien dispone del privilegio legal de los contingentes, puede elevar los precios sin temor a la competencia potencial de los productos importados[41].

Hace cincuenta años, en un contexto signado por la creencia generalizada en las virtudes del intervencionismo estatal, decía Federico Pinedo[42], "…debe…en todo caso suprimirse el sistema de permisos individuales, que han sido un motivo de escándalo y que aun bajo la administración más honesta y aplicando la regla de concederlo a "comerciantes habituales" son una fuente de privilegios e injusticias. ¿Qué motivo ha para dar permiso a Juan y negarlo a Pedro, si los dos se proponen importar el mismo artículo? ¿Qué razón existen para reservar la posición de hacer negocios de importación a Juan porque fue en un tiempo importador, si ahora también quiere hacerlo Pedro, y puede hacerlo mejor, en interés propio y de la colectividad?...la limitación o restricción de las importaciones debe procurarse por otro procedimiento que el permiso de cambio, que forzosamente será arbitrario e ineficiente, aunque actúen buenos y honorables funcionarios. El instrumento a usar para dificultar las importaciones que parezcan inconvenientes o desproporcionadas a nuestros medios es la aduana. Con ella se puede hacer lugar la restricción que se quiera en forma objetiva e impersonal…Permitiéndose importar sin que un organismo del Estado tenga que dar permiso para ello (práctica que es imposible ejercer sin arbitrariedad), entrarán al país, al precio que tenga que pagarse por ellas, muchas cosas que las autoridades no se dignan considerar necesarias o más necesarias que otras…Hasta para el desarrollo normal de la industria es necesario que pueda importarse aun lo que se produce en el país y conviene que esa importación pueda hacerse libremente y sin permisos, pasado el límite de precio que resulta del costo de la divisa y el derecho de aduana. Será la forma de evitar que la industria se anquilose o se decida a vivir cómodamente explotando a la colectividad. Será un remedio mucho mejor contra la explotación que el que resulta de limitaciones artificiales de precios y de medidas "contra el agio", que a tanto abuso se han prestado y que a tanto se prestarán si se persiste en ella, por elevada que sea la moralidad de quienes gobiernen".

3) El control de cambios

Como señala Kindleberger[43], en teoría, no hay diferencias entre un contingente de 100.000 toneladas, a un precio mundial de 3 dólares la tonelada, o si se asignan divisas por 300.000 dólares para la compra de esa mercancía. Los métodos administrativos y competencias de las agencias de gobierno pueden diferir, o combinarse: el control de cambios es administrado por una agencia financiera del gobierno (en nuestro país, el BCRA), y el contingente, por una agencia comercial (la aduana; en el período 1946-1955, el IAPI[44]), pero ambos sistemas suponen un marcado intervencionismo, una absoluta discrecionalidad del poder ejecutivo (pues el Poder Legislativo sólo puede establecer marcos generales), son inconstitucionales[45] violan el derecho de propiedad, y significan, aunque muchos no lo adviertan y el "clima" ideológico vigente se haya vuelto propicio para hacerlo, un suicidio económico.

Cuando un país establece el control de cambios, raciona las existencias de moneda extranjera. Obliga a los exportadores a liquidar todas sus divisas a favor del Banco Central, y asigna a los importadores permisos de cambio. Como el precio es fijado en un nivel inferior al de mercado, la consecuencia es la crónica "escasez de divisas", provocada justamente por el control (así como los precios máximos de mercaderías, provocan el desabastecimiento): a precios más bajos que el que surgiría de un mercado libre, la cantidad demandada es mayor (pues los importadores tienen un fuerte incentivo para adquirir divisas artificialmente baratas) y la cantidad ofrecida es menor (pues los exportadores no tienen incentivos para liquidar al precio oficial, cuando en el mercado "paralelo" el precio es mayor).

El control de cambios, como todas las medidas de control de precios y cantidades, se caracteriza porque requiere cada vez mayores controles, medidas coercitivas, y sanciones policíacas, a ser aplicadas por organismos administrativos. Mientras más cerrada sea la economía, menor sea el valor externo de la moneda del país que lo aplica, y más infunda temor el gobierno que lo aplica, mayor es su "efectividad", entendiendo por tal, su acatamiento por los agentes económicos. Es decir, mientras más pobre y menos rijan las garantías de un estado de derecho, más probable es que se mantenga en el tiempo.

Si la moneda tiene demanda y por ende cotización externa, la "fuga" de capitales consistirá en llevarse el dinero del propio país, y cambiarlo en los mercados exteriores. Es decir, que una de las condiciones para que perdure, es tener una mala moneda.

Si la economía es cerrada, las necesidades de importación serán menores, y podrán racionarse las divisas con mayor efectividad, que si la demanda de importaciones fuese mayor. Si la brecha entre la demanda de importaciones y los cupos asignados es grande, el menos probable que el control resulte efectivo.

De todos modos, aun cerrada y empobrecida la economía, carente de valor externo la moneda, y sometida al autoritarismo del gobierno, el control de cambios tiende a "hacer agua" por todos los costados, y conduce a una maraña creciente de prohibiciones, con sus correlativas sanciones draconianas. Si no se pueden llevar dinero nacional ni extranjero al exterior, también debe prohibirse la salida de títulos, a fin de evitar que la "fuga" se realice por ese medio; el gobierno debe centralizar las operaciones con divisas, prohibiendo su negociación particular (pues comprar dólares o euros, y dejarlos en una caja de seguridad, tiene el mismo efecto económico que si esas divisas estuvieran en el extranjero); el paso siguiente puede ser la apertura de cajas de seguridad.

El desenlace final del control de cambios es su abandono, o el reforzamiento estéril de los controles, en una espiral viciosa que conduce al totalitarismo económico y al fracaso.

4) Imposibilidad de sustentar la sustitución de importaciones en el largo plazo, con instrumentos cambiarios. El principio de escasez y la desviación de recursos

Algunos autores aceptan la ineficiencia del control de cambios y de los aranceles aduaneros, pero propician como forma automática de protección, un "tipo de cambio real alto".

El tipo de cambio real es la resultante de la evolución de los precios de los bienes transables y los no transables. No se puede mantenerlo alto, por decisión voluntarista de las autoridades, si la economía crece, si mantiene la estabilidad monetaria, y si no hay fuga de capitales. Es tan carente de sentido, como las políticas de precios en el sector agrícola, que pretendan mantener a la vez altos los precios y la producción.

Una parte considerable del esquema económico actual, consiste en la idea de evitar que el dólar baje de niveles cercanos a los cuatro pesos por dólar, comprando el Banco Central las divisas necesarias para mantener esa paridad.

Desde Enero de 2002, el índice de precios mayoristas –que tiene, en su composición, una proporción elevada de bienes transables- trepó casi como el dólar estadounidenes; mientras que el índice de precios al consumidor –truchado y que refleja las variaciones de un promedio ponderado que incluye los servicios y bienes no transables- se incrementó mucho menos, según las estadísticas oficiales. A la vez, el dólar se desvalorizó un 40% en ese lapso frente al euro. Los economistas simpatizantes del gobierno dicen que fue una devaluación exitosa, pues el "pass-through" –traslación de la devaluación a los precios- fue escaso

A qué se debió el "éxito? Uno, a la manipulación de las estadísticas; dos, a los subsidios al transporte, la energía y muchos otros servicios; tres, a que los precios de los bienes no transables no pudieron subir significativamente, por la contracción de la demanda interna. En otras palabras, por la pobreza y la desconfianza.
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[1] Si la relación de sustitución soja/tractores es de 10/3, significa que la producción de cada unidad adicional de soja implica dejar de producir 3,33 unidades de tractor.

[2] Quienes quieran un desarrollo más extenso, pueden consultar: Kenneth E. Boulding, “Análisis Económico”, 9ª edición española de la cuarta edición norteamericana, 1966, versión española de Juan A. Bramtot y Antonio Iglesias revisada por Miguel Paredes, Edición de Revista de Occidente en ALIANZA EDITORIAL, págs. 89-91; Campbell-McConell, “Curso Básico de Economía”, Edición Española de Aguilar S.A., 1973, cap. 42, págs. 949-954.

[3] Una síntesis de esa notable pieza que, por lo prieta, resulta deslucida, encabeza el capítulo 35 de la obra de Samuelson-Nordhauss “Economía” (decimosexta edición, Mc Graw-Hill).

[4] En mi provincia, periódicamente se dice que una proporción sustancial de la carne que se consume es “importada de Santa Fe”, como si no fuéramos un solo país. De extenderse esa lógica, deberíamos lamentarnos de “importar” pescados de mar, automóviles de Buenos Aires o Córdoba, electrodomésticos de Tierra del Fuego, confecciones textiles de la Provincia de Buenos Aires, leche de Córdoba y Santa Fe, caramelos y golosinas de plantas industriales radicadas en Córdoba y otras provincias, y alimentos del resto del país.

[5]

[6] Boulding, obra citada, pág. 58

[7] Boulding, obra citada, pág. 94.

[8] Durante la gran crisis de 2002, el economista Marcos Buscaglia expresó en un artículo periodístico (Clarín, 17 de Marzo de 2002): “Basta una mera reflexión sobre su desayuno para darse cuenta que el principio de la división del trabajo no es una entelequia de los economistas. Cerrar su economía personal consistiría, en este ejemplo, intentar producir usted mismo todo lo que usa para el desayuno. Algunas cosas podría hacer, como obtener leche y huevos, pero probablemente serían de baja calidad sanitaria y seguramente le llevaría todo el día producirlos, sin dejarle tiempo disponible para tareas en las cuales es mucho más eficiente. Otros bienes directamente no podría obtenerlos nunca, como el café, o el diario”. En su lugar, lo que hacemos normalmente es mantener "abierta" nuestra economía personal. Nos dedicamos a las tareas en las que tenemos ventajas relativas, y con nuestro salario (nuestras "exportaciones") compramos bienes que otros producen (nuestras "importaciones"). Esta analogía es perfectamente aplicable a los países como un todo.”

[9] China Popular no es una excepción. Si bien es un exportador e importador con peso significativo en el comercio mundial, con bajos niveles de ingreso per cápita y salarios, los niveles significativos de su comercio exterior dejan de serlo, si se los expresa en valores per cápita, dentro de una población de 1.300 millones de habitantes.

Eso no significa que su crecimiento no sea significativo; una cosa son las tasas de crecimiento, y otra los niveles absolutos. Los países que emprenden la senda del crecimiento –que si perdura en el tiempo conduce al desarrollo- comienzan con bajos salarios, pero no porque esos reducidos niveles conduzcan, per se, al crecimiento (si así fuera, los países del Africa subsahariana serían “tigres” exportadores), sino porque, en un determinado contexto económico, institucional y cultural, el reducido costo de la mano de obra puede ser una ventaja competitiva. En el largo plazo, los salarios –cuyo nivel depende de la productividad marginal del trabajo- tienden a subir, en forma conjunta con el crecimiento general de la economía.

En otros tiempos –décadas del 50 y 60- Japón era un país de bajos salarios; luego lo fueron Hong Kong, Corea, Taiwán y Singapur. Hoy todos ellos, en distinto grado, tienen un nivel medio de vida superior a Argentina y a la generalidad de los países latinoamericanos, cuyas clases dirigentes y políticas miraban con desprecio esos modelos “impuestos desde afuera”.

[10] Obra citada, p. 688

[11] En menor medida en USA, pues su agricultura es más eficiente que la europea, por diferencias tecnológicas, de escala y por las mayores extensiones de sus cultivos. Allí la tierra es un factor de producción más abundante que en Europa. Sin embargo, la opinión pública nacional es menos crítica con la Comunidad Europea, que con el país del Norte.

[12] Samuelson-Nordhauss, obra citada, p. 688.

[13] Samuelson-Nordhauss, “Economía”, decimosexta edición, Mc Graw-Hill, cap. 35, pág. 683, cuadro 35.2.

[14] Samuelson-Nordhauss, “Economía”, decimosexta edición, Mc Graw-Hill, cap. 35, pág. 683, cuadro 35.2.

[15] En realidad, la "ley de un solo precio" –los precios de los bienes y servicios comercializables internacionalmente tienden a ser iguales en todo el mundo, siendo el precio del mercado interno igual al precio del bien importado, más los costos de transporte (fletes, seguros, etcétera), más el arancel, más el riesgo cambiario.

En Argentina, a título de ejemplo, la medicina de alta complejidad se ha visto seriamente afectada por la devaluación: los equipos son más costosos, y el mercado interno está severamente limitado por la caída de los ingresos de gran parte de la población. Lo mismo cabe decir de las empresas de medicina prepaga; o de los medicamentos que utilizan drogas más caras.

[17] Keneth Boulding, "Análisis Económico", 9ª edición, española de la 4ª edición norteamericana, Edición de Revista de Occidente en Alianza Editorial.

[18] Boulding, obra citada, pág. 49.

[19] Boulding, obra citada, pág. 55. Ejemplifica dicho autor: "Si yo quiero un traje, puedo comprar la tela y hacérmelo yo, o ganar dinero (realizando algunos servicios para la sociedad) y pagar a un sastre para que me lo haga…En lugar de gastar mi tiempo y energía en hacerme el traje yo mismo, haría alguna otra cosa con mi tiempo y energías y cambiaria esa "otra cosa", a través del mecanismo del dinero, por el traje que necesito…".

[22] Samuelson-Nordhauss, obra citada, capítulo 2, pág. 6. La frase, frecuentemente empleada por Juan Carlos de Pablo, no es original pero sí absolutamente adecuada.


[23] Samuelson-Nordhauss, obra citada, pág. 564.

[24] "La tercería vía y sus críticos", traducción española de Grupo Santillana de Ediciones S.A., 2001 Ed. Taurus

[25] En el largo plazo, el efecto es neutro, pues la cantidad demandada de trabajo tiende a acomodarse a la oferta, en ausencia de restricciones legales o institucionales.

[26] La elasticidad-precio de la demanda es una medida de la reacción de la cantidad demandada frente a los cambios de precio: cuando el incremento de la cantidad demandada es inferior a la disminución del precio, o cuando la disminución de la cantidad demandada es inferior al aumento del precio, se dice que la demanda es inelástica o rígida; cuando la reacción es más que proporcional –es decir, si el aumento o reducción de la cantidad demandada son superiores a los cambios en el precio- la demanda es elástica.

La elasticidad depende de la facilidad de sustituir el bien por otros, y de la incidencia del bien en el presupuesto familiar o empresario: si el bien es fácilmente sustituible, o su incidencia es muy grande, la demanda es elástica; si ocurre lo contrario, será inelástica.

[27] Boulding, op. cit., pág. 320.

[28] En la Argentina simplista de estos días, eso se calificaría de "atraso cambiario"

[29] La desregulación del transporte aéreo en Estados Unidos y su exitoso resultado es una muestra de la potencialidad de las fuerzas del mercado. Entre 1938 y 1978 no se había permitido el ingreso al mercado de ninguna compañía aérea importante; la Civil Aeronautics Borrad consideraba que su rol era evitar la competencia (Samuelson, obra citada, pág. 315). En 1977, el presidente Carter puso al frente de dicho organismo a un economista –Alfred Kahn- quien desde el comienzo, quien propugnó la liberalización del sector. A instancia del Poder Ejecutivo, el Congreso aprobó una serie de medidas autorizando la libertad en la entrada y salida entodas las rutas aéreas, y en la determinación de las tarifas. Los efectos de la libertad fueron el incremento del empleo en un 65% y de las millas-pasajeros en vuelos de cabotaje, del 70%.

[30] Samuelson-Nordhauss, obra citada, pág. 245.

[31] Ricardo Arriazu, “Lecciones de la crisis argentina”, Ed. El Ateneo, 2003, págs. 49-51 y sus gráficos.

[32] Ricardo Arriazu, obra citada, págs. 51-53.

[33] El costo promedio del transporte aéreo por millas per cápita descendió desde 0,68 dólares, a 0,11; el costo de una llamada de tres minutos Londres-Nueva York bajó de U$$ 244,65 a U$S 3,32; el precio de las computadoras se redujo 125 veces desde 1970 (todos los valores están expresados en dólares estadounidenses de 1990, según Ricardo Arriazu, obra citada, pág. 54, Tabla N° 4).

[34] Conforme Samuelson-Nordhauss (obra citada, pág. 414), “los continuos cambios de la tecnología, de la renta y de las fuerzas sociales han alterado espectacularmente los patrones de consumo de Estados Unidos con el paso del tiempo. En 1918 los hogares gastaron, en promedio, el 41 por ciento en alimentos y bebidas. En cambio, actualmente sólo gastan alrededor de un 19 por ciento en estos artículos. ¿A qué se debe esta sorprendente disminución? Principalmente a que el gasto en alimentos tiende a aumentar más despacio que la renta. Asimismo, el gasto en ropa ha descendido del 18 por ciento de la renta de los hogares a comienzos del siglo a sólo el 6 por ciento en la actualidad...Actualmente, hay 1,3 automóviles por cada hogar, por lo que no es sorprendente que el 23 por ciento del gasto se destine a transporte relacionado con vehículos...”. En el cuadro 22.1 (pág. 415), se observa que los servicios representan el 58% de los gastos de consumo

[35] No porque carezca de importancia el trabajo nacional, sino porque no es la forma eficaz de protegerlo.

[36] Charles Kindleberger, "Economía internacional", traducción española de Ed. Aguilar, 7ª edición, tercera reimpresión, 1979, págs. 110-111.

[37] En otra parte, se verá que la combinación de mínimo costo de los factores de producción es cuando la productividad marginal del factor, dividido en el precio de ese factor, es igual a la productividad marginal de los restantes factores, divididos en los respectivos precios: PMt/Pt= PMK/PK, etc. Si se abarata el precio del capital, se fomenta su empleo en desmedro del trabajo.

Cuando la sustitución no obedece a un fenómeno de mercado, sino es inducida por políticas oficiales –bienes de capital abaratados por la protección efectiva elevada, resultante de la baratura inducida por las menores o inexistentes tarifas a aquéllos, respecto de los aranceles aduaneros que gravan los bienes finales- la combinación de factores de producción no obedece a su productividad y su escasez relativas, sino a una política económica que protege a los productores locales en desmedro de la ocupación.

[38] Como enseñan todos los textos básicos de economía, y surge del sentido común, la relación entre el precio y la cantidad demandada es inversa, razón por la cual, si se trazan esas relaciones en ejes de coordenadas cartesianas, La curva de demanda tiene pendiente negativa.

[39] Trotar diariamente durante al menos 30 minutos es bueno para la salud cardiopulmonar, pero no recomendaría a un sexagenario pasar de un día para otro de la vida sedentaria al trote cotidiano.

[40] Charles Kindleberger, obra citada, apéndice E al capítulo 8, páginas 559-561.

[41]

[42] Pinedo, El fatal estatismo, 2ª edición, 1956, Guillermo Kraft Ltda., págs. 185 y ss.

[43] Obra citada, pág. 135.

[44] Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio.

[45] Luis M. Otero Monsegur, "El control de cambios y la Constitución Nacional", EMECE Editores, 1965, págs. 22 y ss., 92, etc.,).

[46] Ver, Valeriano García, y Alvaro Saieh, "Dinero, precios y política monetaria", Ediciones Ma­cchi, 1985, págs. 249-250).