El
mercado como asignador eficiente de recursos
Introducción
Recientemente, conversando con un
apreciado colega, nos enzarzamos en una polémica verbal que –como ocurre casi
invariablemente- no conduce a ningún resultado, porque las discusiones, por
amables que sean, apuntan a destruir los argumentación opuesta, o porque no
existe tiempo para elaborar una demostración y el ocasional contendor a la vez
quiere que sus razones sea oídas, o porque en nuestra patria se ha erigido en virtud
la intolerancia, santificada con el nombre de
“militancia”. Por lo que fuere, es casi imposible el debate o incluso el
abordaje en soledad, de los problemas económicos y sociales, ya que se tiende a
creer, aun entre personas cultas, que el desvelo por los fines permite obviar
la preocupación por los medios, y que el estudio serio de los mecanismos de la
economía es una muestra de materialismo, de rusticidad espiritual, o de
indiferencia por los necesitados, cuya suerte al parecer se puede mejorar con
buenas intenciones y discursos.
La materia del debate
era la economía de mercado, y más concretamente, el mercado. El colega –una
persona culta e inteligente, pero que amablemente rechaza toda lectura de lo que
a priori considera repudiable, y toda palabra en defensa de la economía liberal-
no me dio ninguna oportunidad de exponer mi postura, cuyos alcances hasta el
presente no conoce. Ya que no pudo o no quiso escucharme, espero de mi amigo
que lea estas líneas.
II. Los equilibrios del mercado
Rara vez se reflexiona
sobre los delicados equilibrios que requiere la provisión de bienes y servicios
a la población. ¿Cómo es que las mercaderías, producidas en otro país o en
regiones alejadas del propio país, elaboradas por terceros que quizás no conocen
el mercado consumidor, llegan a todas partes, sin que en general existan
problemas de escasez o excedentes no deseados?¿Quién decide las combinaciones
entre los factores de producción? ¿No sería necesaria una autoridad planificadora,
que decida qué se ha de producir, cuánto se debe producir, cómo producir y
entre quiénes se debe distribuir, a nivel personal, geográfico y funcional?
Desde el marxismo hasta
el corporativismo, gran parte de las corrientes políticas y de opinión
consideran que la economía debe ser planificada centralmente, o al menos dirigida
políticamente arbitrando entre distintos sectores. Los fracasos del dirigismo estatal
–con o sin planificación central- pese a ser invariables, son poco conocidos y
por eso, las enseñanzas de la historia y de la ciencia económica se hunden en
un mar de ignorancia. Los ignaros de la economía abundan, lamentablemente, entre personas que en otros aspectos exhiben una pulida cultura literaria o aun filosófica.
El intento de planificar
la economía o simplemente de dirigirla sin planificación central conduce a
dificultades insolubles. Para tomar un ejemplo sencillo, el equilibrio entre
las cantidades ofrecidas y demandadas de pan y de trigo, dependen de la
cantidad ofrecida de trigo; de los distintos precios del trigo, que determinan
distintas cantidades ofrecidas; de las cantidades demandadas de trigo, que
dependen a la vez de los diversos precios de este bien y de los precios de los
bienes sustitutos; de la oferta y demanda de pan –que es demandante del trigo
como insumo- y de la oferta y demanda de productos complementarios o sustitutos
tanto del producto final (pan), como de los insumos (puede elaborarse pan de cebada,
de centeno, y muchas otras variedades). La oferta, a la vez depende de los
precios del trigo, de la harina y del propio pan; de los precios de la mano de
obra y otros recursos productivos. La demanda, de los ingresos de los
consumidores, de los precios de los bienes sustitutos y los bienes
complementarios. Los bienes y servicios de la economía se cuentan por millones,
y tanto la oferta como la demanda de todos ellos dependen de los precios de los
restantes. En algunos –bienes sustitutos o complementarios- la influencia es
considerable; en otros, resulta más débil, pero siempre que se destinan más
recursos para la producción de un bien, o más dinero para el consumo de éste,
se disminuye en alguna medida, aunque sea pequeña, la producción y el consumo
de otros.
La complejidad de los
problemas que puede acarrear la pretensión de planificar globalmente la economía
no es ni siquiera abordada como problema en las casas de estudios superiores,
particularmente, en las facultades de derecho, semillero de varias generaciones
de políticos y dirigentes. Una significativa proporción de lo que allí se
estudia, y de lo que forma parte de la sabiduría jurídica convencional, tiene,
aunque no lo reconozca y quizás no se lo advierta, inspiración en las teorías
marxistas o en el corporativismo, en una forma vulgarizada: el
trabajador sería hiperexplotado, de no ser por la intervención estatal y la
acción sindical (que sólo ponen límites a la explotación, pero no la impiden);
los consumidores son engañados sistemáticamente, o carecen de capacidad de
negociación frente a los monopolios u oligopolios, razón por la cual el Estado
debe intervenir a favor de los sectores más débiles; el comercio internacional
es una fuente de ventajas a favor del "centro", y de desventajas para
la "periferia", a través del intercambio desigual. Para compensar
esas asimetrías de poder económico, no debemos tener un "estado
ausente" (como si en alguna de las últimas décadas eso hubiera ocurrido).
Las teorías
conspirativas, que gozan de tanto predicamento en la opinión pública de nuestro
país son radicalmente falsas. La explicación de la decadencia argentina y del
notorio progreso de otros pueblos es una sola: los países que se desarrollaron no
pretendieron sustituir masivamente al mercado por los criterios de los funcionarios;
no ahogaron la iniciativa privada con regulaciones asfixiantes; mantuvieron los
impuestos en niveles razonables; respetaron las inversiones extranjeras y nacionales,
y el derecho de propiedad contra los atentados provenientes del poder público y
de los propios particulares.
Pocos se preguntan qué
ocurre en un país o comunidad en que no funciona para nada el sistema de
precios. La historia ha demostrado que, en los casos en que así ocurre, se
produce el caos económico; igualmente, ha evidenciado que las economías de
mercado son las más dinámicas, las más eficientes y las más compatibles con las
libertades no económicas.
III. Cómo
funciona el sistema de precios, y qué ocurre cuando se perturba su funcionamiento
El
lector de estos párrafos que simpatice con el socialismo o con lo que en forma
más imprecisa y amplia se llama "progresismo" es probable que dé por
sentado que el sistema económico capitalista funciona desastrosamente, y eso es
por el perverso "neoliberalismo". Si tan desastroso y malvado sistema
es el causante de nuestras desdichas, la solución debería ser abandonarlo. Si
la libertad de precios y de mercados es la libertad del zorro en el gallinero,
¿qué esperan los políticos esclarecidos para ser los liberadores de las gallinas?
La
historia es testigo de los invariables fracasos de quienes quisieron abolir el mercado;
sobre ese tópico me explayaré luego. Por ahora, pido a los cuestionadores que
tengan la paciencia de seguir estas líneas sin demasiados preconceptos, o
admitiendo la posibilidad de cambiar sus ideas ante la demostración de que son
equivocadas.
IV.
La escasez
La
realidad omnipresente en la economía –monetaria o no monetaria- es la escasez
de recursos frente a necesidades y deseos ilimitados. Sin escasez, no
existiría la economía ni la necesidad de economizar. Los bienes libres –el aire,
y hasta hace poco el agua- son tan abundantes, que no tienen precio. Tampoco el
sistema jurídico ha considerado necesario ni conveniente asignar
derechos de propiedad sobre el aire. Pero los bienes económicos tienen un
precio. ¿Por qué? ¿es justo, es lógico, o es únicamente una categoría contingente,
histórica, derivada de un sistema económico determinado?
Desarrollaré
en los párrafos siguientes la demostración de que la libertad de precios no solamente es eficiente, sino necesaria para el funcionamiento de la economía.
La
escasez de recursos productivos determina que todo aumento de producción de
determinados bienes o servicios, suponga el sacrificio de la producción de
otros bienes o servicios; y que, dado un presupuesto –de los productores y consumidores-
todo incremento en el consumo de ciertos artículos o en la producción de determinados
bienes implique una reducción en el consumo o producción de otros.
El
tiempo es otro recurso limitado: el día tiene 24 horas, y el año
365 días; de modo que dedicar tiempo de trabajo a determinada tarea, envuelve
necesariamente disponer de menos tiempo para otras, o para el ocio.
El
ocio viene a ser, así, un bien. No sólo lo saben los filósofos, sino todos
nosotros cuando pagamos por nuestras vacaciones. La industria del turismo y su
considerable expansión en las últimas décadas, tienen por fundamento último que
la gente valora cada vez más el descanso y el esparcimiento, los precios de los
viajes y del alojamiento se han reducido, y los ingresos reales de gran parte
de la humanidad se han incrementado.
La
escasez del tiempo y de los recursos se traduce en que la contemplación y la
especulación metafísica, son un lujo de quienes disponen del tiempo o de los
recursos económicos para hacerlo. "Primum vivere, deide filosofare"
es una máxima que refleja esa inexorable realidad.
Pues
bien, ante la omnipresente escasez, ¿cómo funciona el sistema de precios?
La escasez de un bien –escasez frente a los deseos de quienes tienen
el dinero para demandarlo, de una oferta que inicialmente no ha cambiado- se traduce, caeteris paribus[1],
en que inicialmente no alcanzan los bienes existentes, para satisfacer la
demanda monetaria de quienes están dispuestos a pagar por ellos. Los
productores aumentarán los precios, hasta
"limpiar" el mercado: los precios aumentarán todo lo que sea
necesario, para que todos aquéllos que dispongan del dinero para comprar ese
bien escaso, puedan hacerlo, siempre que paguen los precios que se piden por
él. En la primera etapa, la oferta de los bienes es "rígida" o
inelástica"[2].
Pero refrenemos nuestra indignación, y la sustituyamos provisoriamente por el
análisis causal.
Los
precios altos son una señal de la escasez, como el termómetro lo es de la
fiebre. ¿Cómo reaccionan los empresarios y productores?
Los
precios altos permiten obtener inicialmente beneficios extraordinarios –es
decir, que exceden de un beneficio ordinario o normal, que está dado por la
retribución del trabajo personal del propio empresario- y más allá de lo
inmediato, aumentará la producción del bien que se ha tornado comparativamente
más caro, por dos razones:
*
Los que ya estaban produciendo el bien, aumentarán la oferta de éste,
destinando recursos (mano de obra, materias primas, tierras, bienes de capital
que no sean específicos) que estaban dirigidos a elaborar otros bienes. Como
los rendimientos son finalmente decrecientes, los costos se irán incrementando,
pero el aumento de precios justifica el incremento de producción.
*
Además, otros empresarios encontrarán beneficioso ingresar en la actividad que
se ha tornado más rentable.
De
esta forma, la cantidad ofertada de la industria o sector aumentará, hasta que
los beneficios en ese sector se igualen con los de otros sectores. Los precios
altos provocados por la escasez, tienden a reducirla.
Cuando
un bien abunda, tiende a bajar su precio, y se produce el fenómeno inverso:
algunos empresarios abandonan la actividad, y el proceso continuará hasta que
los beneficios de ese sector sean normales. Por cierto que una tendencia no impide que, en
un momento dado, las tasas de beneficios de las distintas actividades sean
distintas. Justamente el empresario realiza beneficios buscando y encontrando
nuevas actividades más beneficiosas, o reduciendo costos, o incrementando la
demanda de lo que produce[3].
La
economía es la ciencia de la escasez, y la escasez es una realidad inexorable a
la que no podemos sustraernos, con o sin ciencia. Los recursos son escasos
frente a las necesidades y deseos de la gente.
Los recursos humanos y
no humanos, el propio tiempo, todo lo que contribuye a la producción de bienes
materiales e inmateriales, son limitados: si quiero escribir un libro, debo
sacrificar mi tiempo al ejercicio de la profesión, a la familia, al sueño, a
los deportes o a la recreación; Robinson Crusoe en la isla desierta, debe optar
entre dedicar sus horas a la caza, a la pesca, o a la fabricación de
implementos para las dos primeras. Todo incremento de la producción de uno o
varios bienes supone, salvo que existan recursos desempleados y aptos, la
reducción de la producción de otros. El sacrificio de la producción de un bien,
para aumentar la producción de otro es el costo alternativo.
Los textos de economía grafican el
problema económico con las llamadas curvas de transformación o de posibilidades de
producción o fronteras de sustitución[4], que muestran, sobre ejes de
abscisas y ordenadas, las posibilidades de producción de una economía
determinada –puede ser nacional, local, empresaria o personal- sobre la base de
un modelo con dos bienes[5]:
Conforme la economía va
creciendo, la curva de transformación se expande hacia arriba y hacia la
derecha, pero siempre existen límites a las posibilidades de producción, y en
todos los casos, aumentar la producción de ciertos bienes comporta el
sacrificio de la producción de otros.
Las demandas de los
distintos bienes y servicios son variadas y cambiantes, pues los gustos, los
deseos y las necesidades son distintos. El sistema económico deberá asignar una
cantidad limitada de bienes y servicios, producida con una cantidad igualmente finita de recursos, a distintos demandantes
¿Cómo lo hace el sistema
de mercado?
Por lo pronto, la mayor
escasez relativa de algunos bienes –por su escasa oferta, o por su fuerte
demanda- hace que su precio sea comparativamente elevado. Ese precio alto provoca una serie de efectos:
* La cantidad
demandada tiende a ser menor, si las demás circunstancias se mantienen
idénticas, mientras mayor sea su precio[6].
* Inversamente, las
cantidades ofertadas tienden a ser mayores, con los mayores precios.
* Los recursos que
estaban destinados a otras producciones, parcialmente se trasladan a la producción
del bien que se ha tornado más rentable.
* Otros recursos que
estaban sin emplear, se tornan empleables, con el precio superior. Las reservas
de petróleo y de gas, que en la década del 70 se consideraban invariables y
decrecientes, aumentaron con la suba del precio del petróleo, pues los mayores
precios alentaron la perforación a profundidades superiores, las exploraciones
en el mar, y la introducción de mejoras tecnológicas.
* Los mayores precios
del bien que se ha vuelto comparativamente caro, así como desalientan el
consumo de éste, alientan la demanda –y con ella la producción- de bienes
sustitutos.
* Igualmente, el mayor
costo relativo del bien encarecido fomenta el desarrollo de tecnologías que ahorren
o lisa y llanamente sustituyan su uso.
Un ejemplo histórico
–ciertamente no el único- es el del petróleo: las tecnologías ahorradoras de
petróleo tuvieron un fuerte aliciente a partir del aumento del precio del
crudo, en el año 1973. Inicialmente, el precio se duplicó y luego se
cuadruplicó, lo que significó un incremento del precio de los combustibles, y
además en los costos de producción de numerosos bienes derivados del petróleo,
como lo son los plásticos. Mucho antes de que se hayan acabado las reservas de
petróleo y de gas, los mayores precios habrán fomentado tecnologías alternativas,
de menor costo. Es lo que ocurrió con el carbón, fuente de la energía industrial
en el siglo XIX.
Ya se están estudiando
sustitutos del petróleo –como en su momento éste suplantó a la hulla- que serán
económicamente viables y muy rentables, si los precios del crudo se elevan [7].
En síntesis: la escasez
y los mayores precios que conlleva, generan fuerzas que tienden precisamente a
la reducción de aquélla. Si las autoridades pretenden actuar sobre lo
que es un síntoma, lo probable es que causen mayores problemas que los que
quieren solucionar: los precios controlados desaniman la producción y fomentan
la demanda, provocando mayor carestía y, en el largo plazo, precios más altos,
impidiendo el desarrollo de actividades competitivas.
En el mercado, los precios altos y las ganancias extraordinarias son el termómetro
que tiende a orientar la producción hacia los bienes y servicios más
demandados; de igual forma, las ganancias reducidas o las pérdidas, y la caída
de la demanda de ciertos artículos, indican que las preferencias de los consumidores
han cambiado, haciendo que se produzca menos o se abandone la producción de lo
que ya no es requerido.
V. La escasez y el arbitraje en
el espacio
Si dentro de dos
regiones de un mismo país –o dos países distintos- hay precios diferentes,
porque un mismo artículo escasea en un lugar y no en otro, o porque es
comparativamente más demandado en uno de ellos, mientras esas diferencias de
valores sean mayores a los costos de transporte (incluidos seguros y riesgos no
asegurables) habrá un fuerte incentivo para adquirir los bienes en la localidad
o región más barata, y venderlos en la más cara.
Como consecuencia de esa
actuación de los empresarios interesados en obtener ganancias, la oferta en la zona
más barata disminuirá, y aumentará en la más cara, hasta que los precios
-descontados los costos de fletes y seguros, más los riesgos no asegurables, más
las costos de información- sean iguales. Los precios en la zona más cara disminuirán,
y probablemente aumenten en la zona más barata.
A la larga, la información
se difunde, y únicamente subsisten las diferencias de precios iguales o menores
al costo de transporte.
VI. La escasez y el arbitraje en el tiempo
La especulación es
motivo de denuesto generalizado por los políticos y el público, pese a que no
es otra cosa que comprar algo comparativamente barato en un momento dado, y
venderlo más caro en otro momento; en otras palabras, es un arbitraje a través
del tiempo. En un sentido lato, siempre la compra y la venta de una misma
mercancía, cuando no ocurren al mismo tiempo, constituyen especulación[8]. Así como existe un costo de
transporte de los bienes a través del espacio, hay una suerte de "costo de
transporte" en el tiempo, dado que la sola demora entre el momento de la adquisición
y de la venta entraña costos de almacenaje, costos de oportunidad[9] o explícitos[10] en concepto de intereses, con el
costo adicional de la incertidumbre acerca del precio futuro.
Sin embargo, cuando los
productos son perecederos o de producción estacional, en principio el bien
abundará en ciertas épocas del año, y escaseará en otras. En ausencia de
especulación, las diferencias de precios y de cantidades en existencia serían
grandes: un precio muy bajo después de la cosecha, y muy elevado cuando está
próxima a agotarse. Pero el especulador encuentra beneficioso comprar cuando la
oferta es abundante, asumir los costos de almacenamiento, y vender cuando sea
más reducida[11], con lo que tiende a que no sea
tan abundante –ni los precios tan bajos- en el período inicial, ni tan escasa
en el período "final" (antes de la próxima cosecha). La especulación,
de esa manera, no solamente ocasiona una tendencia a igualar los precios en las
distintas épocas del año, sino propende a estabilizar la oferta de los
productos a lo largo del tiempo. Siempre que se obtengan beneficios superiores
a los costos de almacenamiento e intereses, se comprará cuando los precios sean
relativamente más bajos, se almacenará y se venderá cuando estén más elevados,
tendiendo esa acción especulativa a reducir las diferencias estacionales de precios
y también a estabilizar la oferta en el tiempo.
Puede producirse el
fenómeno inverso: si los especuladores prevén una cosecha excepcional y unos
precios también excepcionalmente reducidos en el futuro, venden futuros,
disminuyendo los precios actuales, aumentando el consumo del bien de que se
trate, y disminuyendo las cantidades acopiadas.
Los especuladores pueden
brindar cobertura contra riesgos mediante el desarrollo del mercado de futuros.
Los productores u ofertantes de un determinado producto venden a futuro un
determinado bien, del que no se tiene stock en el momento, por un precio
también futuro. Si el precio de mercado vigente en la fecha de entrega fijada
en el contrato es superior al que se pactó, el ofertante pierde en relación con
el precio que habría obtenido, esperando a cosechar el bien, y vendiéndolo en
ese momento. Pero el productor o vendedor ha querido cubrirse del riesgo de que
el precio sea más bajo en el futuro; en cambio, el que compró a futuro,
especuló con un precio superior, y si en el momento pactado para recibir el
bien –por ejemplo, el cereal- el precio de mercado es inferior, habrá sufrido
una pérdida.
Los derechos de
recepción en el futuro son negociados en una forma parecida a las acciones en
la bolsa, pero eso no significa que la totalidad del negocio sea aleatorio: si
hay un mercado de futuros, es porque existen quienes desean especular con las
fluctuaciones de precios, y otros que quieren cubrirse de esas fluctuaciones,
vendiendo a precios y fechas predeterminados.
Los mercados de futuros
mejoran la eficiencia, y permitan negociar a quienes no quieren correr riesgos,
con aquellos cuyo negocio es la asunción de tales riesgos. Son un resultado de
la inventiva de los empresarios, y los sistemas dirigidos no han podido crear
mecanismos institucionales que tengan su agilidad y eficacia.
VII.
La oferta y la demanda son realidades cuya existencia es independiente de
nuestras propias concepciones. Las consecuencias de la fijación estatal de precios
Muchas buenas gentes creen que
basta negar el mercado, o consideran que si el Estado impone regulaciones, las
fuerzas que determinan la oferta y la demanda dejarán de existir.
Ese equivocado concepto
ha ocasionado, cuando el prejuicio popular es compartido en la esfera del
gobierno, los más lamentables yerros en la política económica. El común de las
personas suele opinar: si la carne, las verduras, frutas, lácteos o el pan están
caros, ¡fijemos entonces precios máximos para esos productos![12] Si los precios para los
"productores" son muy bajos, ¡establezcamos precios sostén! El ideal
que abrazan muchos, es el de un Estado que controle gran parte de los precios
de la economía, si no todos. Pero los gobernantes deben situarse en un nivel de
conocimientos mayor que el de la generalidad de sus gobernados, y no cometer
inexcusables errores, que terminan pagando aquellos a quienes se quiere proteger.
Los mayores o menores precios
siempre provocan reacciones del lado de la oferta y de la demanda. Un precio
máximo incentiva el consumo y reduce la oferta, conduciendo a una mayor escasez, que es la fuente de los precios altos que se procura combatir. A la inversa, los precios mínimos –hoy en día menos frecuentes-
provocan incrementos de la cantidad ofertada de los productos subsidiados y una
paralela reducción de las cantidades demandadas, generando sobrantes que
obligan, o a cupificar la oferta –algo de eso supimos los tucumanos con los
cupos de producción de azúcar- o a que el Estado compre los excedentes (como ha
sido la política agrícola de naciones desarrolladas), haciendo recaer sobre los
consumidores y el erario público –es decir, sobre los bolsillos del resto de la
comunidad- el costo de esas medidas.
Si, ante los
precios altos, el gobierno fija valores máximos, introduce una profunda
distorsión al enviar señales equivocadas al sistema económico: los precios
artificialmente bajos –bajos en relación con el nivel de equilibrio, aunque
puedan ser altamente gravosos para muchos consumidores- determinan, como
expresé, una divergencia insoluble entre la oferta y la demanda; en definitiva,
provocan más escasez que es la que determina los precios elevados que el gobierno intenta evitar. Esa extremada carestía, como lo saben todos los que han estudiado
algo de historia económica, ha caracterizado el funcionamiento de las economías
colectivistas, generando perversos círculos viciosos, a los que se intenta conjurar con la policía, los municipios, o el "control popular": más
penurias, surgimiento de un mercado negro, denuncias de corrupción por el
funcionamiento de ese mercado negro, requisas de bienes en depósitos, menos
incentivos para producir u ofrecer el bien con el precio controlado. Descartado
el sistema de precios como racionador, comienza el racionamiento a través de
los tristemente célebres "cupones" o "tarjetas" de
racionamiento, que se entregan a los amigos, y se retacean a los "enemigos" del régimen.
Y
aun en los casos que el gobierno sea democrático, tolerante y pluralista, y no
incurra en arbitrariedades, lo indudable es que los sistemas dirigistas ponen
en manos de la autoridad estatal poderes discrecionales sumamente
desaconsejables, e incompatibles con las libertades económicas y no económicas.
No
en todos los casos el "descensus averni" continúa hasta el final. Los
gobiernos suelen autorizar finalmente los aumentos de precios, y la comunidad,
ante el aumento, no dejará de culpar a los empresarios, a los
"especuladores", a los "intermediarios". Los poderes políticos
siempre tendrán como aliados de su mala praxis, la ignorancia económica
generalizada de la comunidad, y lamentablemente la oposición, infectada de los
mismos sentimientos y prejuicios antiempresarios –salvo cuando son empresarios amigos-
procurará obtener réditos electorales, criticando al gobierno no por el control
de precios, sino por su falta de energía en combatir a los despreciables y antisociales
productores o comerciantes.
VIII. Los efectos perniciosos del
control de precios se dan aunque sus destinatarios sean empresas monopólicas
Algunas personas objetan
a lo anterior, reconociendo que "todo eso está muy bien en teoría, pero no
funciona en la práctica porque al mercado lo manejan los monopolios".
Una primera observación
es de índole epistemológica: si una teoría "no funciona" en la
práctica, por definición es errónea o insuficiente, pues no ha contemplado
todas las variables significativas, o lisa y llanamente el esquema, al
apartarse de la realidad, resulta falso. Siendo la economía una ciencia social,
si las elaboraciones teóricas no se ajustaran a los hechos, no debería ni
siquiera reconocérseles que "eso está muy bien".
La segunda observación
es que los casos de monopolio –que no son tan frecuentes, y cuando existen, se
basan normalmente en privilegios legales- no invalidan el análisis anterior. La
empresa monopolística tiene un cierto poder de control sobre los precios, tanto
mayor cuanto más inelástica sea la demanda (es decir, cuanto menor sea la
reducción de la cantidad demandada a los aumentos de precios, o menor sea su
aumento frente a las reducciones de aquéllos). Establecerá los precios en
el nivel que se igualen el costo marginal y el ingreso marginal esperado[13], y mientras más inelástica sea la
demanda, mayor será la divergencia entre el ingreso marginal[14] y el precio.
Por cierto que el precio
de monopolio perjudica a los consumidores y es ineficiente –ya que la empresa monopolista
produce menor cantidad que en un mercado de competencia, limitando su producción
al punto que se igualan el costo marginal y el ingreso marginal, y no el costo
marginal con el precio- pero la fijación administrativa del precio en un nivel
inferior, conducirá a los mismos resultados: la empresa monopólica limitará su
producción, y los consumidores demandarán más, que si el precio no estuviera sometido
a un tope. La brecha entre cantidad demandada y cantidad ofertada existirá como
consecuencia del precio máximo, aunque será menor, mientras más empinada sea la
curva de costo marginal, y más rígida sea la demanda.
IX. El dirigismo estatal en la Argentina
Desde la década de 1930,
y en especial desde 1943, la economía de nuestro país ha sido muy dirigida por
el Estado. A partir de la crisis de fines del año 2001 y desde 2002, estamos
viviendo una experiencia cada vez más dirigista, cuyo fracaso era previsible: invariablemente
han fracasado los intentos estatales por controlar la economía según los
humores, ideologías o criterios arbitrarios de funcionarios electos o no.
Llegado el momento, se atribuirán las culpas del fracaso a errores humanos o corrupción;
siempre se estará en la búsqueda del déspota iluminado y puro cuyo estatismo no
esté contaminado. Pocos repararán que los hechos de corrupción son un
sub-producto casi inevitable de la excesiva injerencia del Estado en la economía.
Tomemos dos casos
paradigmáticos: la política en materia de energía y de servicios públicos y la
lucha contra el aumento de los precios de la canasta familiar (se empezó por el
precio de la carne, hoy es un problema generalizado):
* Desde el año 2002, se
han mantenido tarifas de servicios públicos, de gas, electricidad, agua,
transporte urbano, combustibles, peajes y servicios esenciales, congeladas o
con ajustes muy inferiores a la devaluación del peso, a los costos internos y a
los precios internacionales. Al margen de la antijuridicidad de la ruptura de
los contratos, la consecuencia ha sido la desinversión en esas áreas.
Para que el precio de la
nafta y el gas oil sean bajos –ya no lo son tanto- el gobierno ha fijado
retenciones móviles sobre las exportaciones de petróleo crudo, a fin de
evitar que las diferencias entre el precio internacional y el precio en el mercado
interno conduzcan a las empresas petroleras a exportar y reducir, consecuentemente,
la oferta doméstica de petróleo y sus derivados. Pero el mundo es amplio, y las
empresas, si obtienen mayores beneficios en otros países, no realizarán
inversiones para vender a un precio inferior al internacional.
Además,
el petróleo y sus derivados son insumos imprescindibles para el funcionamiento
de las usinas termoeléctricas; el gas es necesario para la producción
industrial, y la brecha entre cantidad demandada y cantidad ofertada la está cubriendo
el gobierno mediante la importación –a
precios internacionales- de fuel oil, gas, y todo lo que en
Argentina no se puede vender a los precios que paga el gobierno en sus compras
externas de dichos combustibles. De
esa forma, las empresas petroleras no invertirán dentro del país, si no pueden
obtener al menos iguales beneficios que en otros países que no imponen esas
restricciones. Migrarán sus inversiones hacia destinos más propicios.
El control de precios
del gas domiciliario o con destino a la producción de energía ha causado una
brecha entre la oferta y la demanda, sembrando así las semillas de una crisis
energética autoprovocada. El gobierno ha importado hidrocarburos de Venezuela,
y gas de Bolivia, a precios superiores a los del mercado interno, subsidiando
la diferencia. ¿Cuánto tiempo puede durar un esquema irracional, que prohíbe a
los productores locales vender a precios que no hesita en pagar por producciones
extranjeras? Es una curiosa muestra de nacionalismo, que legitima aberraciones,
siempre que los negocios se hagan con gobiernos "amigos".
La política de precios
en materia de carnes y luego de productos de primera necesidad es igualmente
irrazonable, además de violatoria del derecho de propiedad. Esta actitud miope, que solamente busca réditos electorales y no piensa en las consecuencias más
allá del corto plazo ha causado una aguda crisis de oferta, que se reflejará en
mayores precios en el futuro. La mecánica inexorable del dirigismo estatal es
provocar más problemas, que a la vez se pretenden solucionar con más dirigismo:
¿cuáles son las soluciones que se idearán cuando los acuerdos de precios con supermercados y con empresas líderes –que fracasaron- revelen su patética ineficiencia; cuando los controles de
precios se hayan generalizado, y el pueblo comience a sentir el desabastecimiento
de los productos esenciales?
Las políticas
dirigistas, que procuran solucionar un problema causando dos, se asemejan a las
del conductor de un automóvil que apriete simultáneamente el acelerador, el
freno, y compense los volantazos hacia la izquierda, con bruscos giros hacia la
derecha. En el mejor de los casos, el auto avanzará en zigzag y a bajo promedio;
en el peor, se saldrá de la carretera y volcará o chocará.
Las políticas de precios
administrados, por otra parte, son un manantial inagotable de prácticas
corruptas y de un curioso sistema de premios y castigos en que a veces se
maltrata a las empresas, a veces se les otorgan subsidios, y en otros casos,
nos hallamos con una particular mezcla de ataques verbales y subsidios. Los
empresarios se acostumbran a los maltratos verbales o para la tribuna, en la
búsqueda afanosa de tratamientos sectoriales de privilegio. Ese doble juego
convierte a muchos empresarios en cortesanos, conscientes de que su subsistencia
no depende de su capacidad para proveer con eficiencia de bienes y servicios al
público, sino de la cercanía con el poder de turno[15].
X.
Las tendencias del mercado hacia el equilibrio dinámico
Lo que no advierten los
detractores del mercado o quienes no conocen su
funcionamiento, es que la oferta y la demanda son fuerzas que operan, sea cual
fuere la política económica que adopten los gobiernos, e incluso con
independencia del sistema político imperante. Aun en las economías socialistas
florece una economía subterránea, porque la gente demanda bienes o servicios
que no se ofrecen en los mercados estatales.
Ya que esas tendencias
actúan siempre, y en forma opuesta como las hojas de una tijera –puesto que las cantidades
ofertadas aumentan con mayores precios y disminuyen con menores precios,
mientras que las cantidades demandadas disminuyen con mayores precios y
aumentan con menores precios- esa sola circunstancia genera una fuerte dirección
hacia el equilibrio. Lo mejor que pueden hacer los funcionarios gubernamentales
encargados del control, es dormir un profundo y reparador sueño, y dejar que el
mercado se las arregle solo. El segundo paso debería ser la supresión de todas
las dependencias gubernamentales dedicadas a esos absurdos menesteres.
Gráfica y
matemáticamente, se suele presentar a la oferta como una función directa del
precio y a la demanda como una función inversa, ambas sobre un eje de
coordenadas cartesianas, en que el precio figura en las ordenadas y la cantidad
en las abscisas. Forzosamente, en esas condiciones, existirá un precio que
iguale las cantidades demandadas y las cantidades ofertadas, y cualquier precio
diferente de ese valor de equilibrio, suscitará tendencias a llegar a él. Si el
precio excede del de equilibrio, las cantidades ofrecidas serán mayores que las
demandadas; y al revés, si el precio es más bajo, las cantidades demandadas
serán mayores que las ofrecidas. En el primer caso, el exceso de cantidad
ofertada presionará los precios a la baja, y en el segundo caso, el exceso de
cantidad demandada tenderá a que suban.
Si bien las funciones de
oferta y demanda y su representación gráfica son ayudas útiles para el
análisis, el equilibrio es una tendencia, no una realidad siempre presente. La
economía se encuentra en permanente desequilibrio, y son las interacciones de
consumidores y ofertantes los que las llevan en dirección hacia el equilibrio,
lo que no significa que siempre se alcance, ni que todos los mercados estén
siempre equilibrados. Pero lo seguro es que la intervención estatal causará
profundas y permanentes distorsiones.
El hecho de que las
cantidades ofrecidas y demandadas dependan –en relación directa e inversa,
respectivamente- con los precios, hace que el sistema de mercado, por sí mismo,
apunte hacia el equilibrio[16]; un equilibrio dinámico que tiende
a modificarse, cuando cambian las circunstancias.
XI. El mercado es el resultante de la interacción libre
El
sistema de precios, si bien asigna los recursos con eficiencia, no es el
resultante de una acción dirigida a ese propósito, sino de la interacción de las personas, las familias y las empresas. Muchas de las críticas al mecanismo del mercado parecen considerarlo una
fuerza que se impone a la libertad de los individuos. No deja de ser paradójico
que un acompañante necesario de su destrucción, sea el incremento de la
coacción estatal (más normas, más funcionarios y más policías) y la consecuente
reducción de la libertad de productores y consumidores, que parece no suscita
reparos en los espíritus exquisitos que denuestan la "tiranía" del
mercado.
Un
ejemplo histórico
En 1584, la
ciudad de Amberes estaba sitiada por el ejército del duque de Parma y, ante el
sitio y la reducción de la oferta, los precios de los alimentos ascendieron.
Las autoridades hicieron lo que probablemente haría todo gobernante con
sensibilidad social y "sentido común": fijaron precios máximos para
los alimentos, bajo draconianas sanciones.
El
sentido común puede ser una guía excelente para la adopción de decisiones sencillas,
pero no es una herramienta que supla el conocimiento y los principios económicos
y jurídicos. El sentido común dice a la gente que la tierra es plana, que los
objetos más pesados caen más rápidamente porque son más pesados, y también que
si los precios suben, han que controlarlos.
El
sentido común precipitó la caída de Amberes. Los precios topes y los riesgos duplicados
de sufrir la muerte en manos de las tropas asediantes o de las autoridades de
la ciudad asediada; o al menos de sufrir el decomiso de sus mercaderías, disuadieron
de eludir el bloqueo a los comerciantes de la ciudad sitiada y de otras ciudades:
¿para qué arriesgarse a hacerlo, si no podían vender sus productos a precios
superiores a los de sus sitios de origen?
Los
precios máximos, al no reflejar la reducida oferta y alentar la demanda de
alimentos, generaron lo que siempre provocan: un marcado desabastecimiento que,
cuando de alimentos se trata, se traduce en una hambruna generalizada. Amberes
finalmente no cayó por el sitio, sino por el hambre.
XII. La sustitución del mercado por la
utopía
Con descorazonadora frecuencia, la
defensa de la propiedad privada, de la libertad de transacciones y su correlato
que son los mercados, aparece para sus cuestionadores como una defensa
de todas las relaciones humanas y sociales insatisfactorias, y a la vez, se
cree que la sustitución de la "tiranía del mercado" por una sociedad
"más justa y solidaria" sería el resultado de la acción consciente,
inteligente y guiada por altos objetivos éticos, de unos gobernantes sabios y
buenos.
No se repara que el
sustituto de las relaciones voluntarias no es la solidaridad, sino el mando; la
imposición de la voluntad de los gobernantes a los gobernados siempre se
traduce en una reducción de los espacios de libertad, no sólo económica, sino
en todos los órdenes. Por eso, en los países en que se impuso el socialismo –no
hablemos de la socialdemocracia, que deja subsistente el capitalismo- desaparecieron
las libertades de religión y de conciencia; la libertad de expresión, la libertad
de prensa, la libertad de salir del país. En Cuba, desde internet hasta el
teléfono celular no pueden ser utilizados sin autorización estatal, previa
constatación de la "confiabilidad" ideológica del usuario, normalmente
un funcionario público[17].
En una sociedad libre –y
hasta ahora, no se han encontrado sociedades libres cuando se socializan los
medios de producción- la solidaridad no está vedada; antes bien, las
principales obras filantrópicas han provenido siempre de países en los que se
da amplio cauce a la iniciativa privada. Los regímenes socialistas no fomentan,
por el contrario, la solidaridad, sino pretenden subrogarla por la acción gubernamental.
Como tanto los que gobiernan como los gobernados son individuos, con las mismas
pasiones, debilidades, falencias y vicios que el común de los mortales, lo
seguro es que el otorgamiento de amplios poderes a los gobernantes –que es el
acompañante necesario de la solidaridad que se quiere imponer "a
palos"- no se traduzca en mayores virtudes, sino en más hipocresía: los
individuos no dejan de perseguir el propio beneficio, sino que lo hacen en la
clandestinidad, sometidos a restricciones, penalidades y persecución (los
gobernados), o aprovechando las oportunidades –no necesariamente de
enriquecimiento personal- que les da el poder (con frecuencia los gobernantes).
Algunos socialistas
–sobre todo socialistas cristianos- han dicho que eso será así, mientras no
haya un "hombre nuevo". En la década del 60, en mi adolescencia, era
muy amigo de un grupo de jóvenes de corazón puro y nobles sentimientos,
sinceros cristianos que en esa época pensaban que estaba necesariamente
asociado al socialismo, y con fervor cantaban: "Mundo nuevo, mundo nuevo,
somos hombres que queremos un mundo nuevo de amor". El amor cristiano,
admirable cuando no quiere imponerse coactivamente al resto de la sociedad,
cuando es captado por el socialismo, puede conducir a sociedades totalitarias,
que repriman todo apartamiento de ese ideal.
La Unión Soviética y los
países que integraban el bloque del COMECON –en Europa del Este- actualmente
Cuba y Corea del Norte, en su momento China, intentaron moldear a un hombre
nuevo, y como el Golem del Rabino de Praga del cuento de Borges, engendraron un
monstruo. Marx consideraba que el ser social determina a la conciencia –en
otras palabras, la infraestructura económica constituida por los modos y las relaciones
de producción determinan la "superestructura ideológica" de religión,
creencias e instituciones- de forma tal que al modificarse el sistema económico,
el hombre nuevo emergería automáticamente de la sociedad socialista, despojado
de esos lastres. Sus seguidores no se contentaban con esa pretendida automaticidad,
y se empeñaron en una gigantesca y teratológica misión de ingeniería social:
destruir la propiedad privada, pero también la religión, la familia, cambiar la
historia y modificar el sentido de las palabras.
Para crear un
"hombre nuevo", es necesario que la publicidad sea monolíticamente
igual, constante, uniforme y martilleante. No puede admitirse un pensamiento
alternativo; toda idea distinta es "contrarrevolucionaria" y por
ello, no sólo inadmisible sino peligrosa, cuando no signo de una enfermedad
mental. Dentro de los proyectos de ingeniería social, la eliminación del
analfabetismo pasó a ser una herramienta de la politización y uniformación de
la sociedad. Lenin decía que "el analfabeto se encuentra excluido de la
política, y por ello necesita aprender a leer y escribir"[18].
Eso es cierto,
pero la "alfabetización" que va acompañada por el lavado de cerebros
no hace a los destinatarios de aquélla seres más libres. Enseñar a leer y
escribir, y a continuación vedar la difusión de ideas y conocimientos
contrarios o distintos a la ideología oficial, es propagar la ignorancia alfabetizada.
XIII.
La sustitución del mercado por los
criterios de funcionarios
Cuando los políticos que profesan
la fe dirigista deciden suplantar –por lo menos en vastas áreas de la economía-
al mercado por las decisiones de los funcionarios, la consecuencia no es la
sustitución de la anarquía por la racionalidad, sino por la discrecionalidad y
la contradicción.
Mucha gente propugna una
fuerte intervención del Estado en la economía, cada vez que el actual estado de
cosas no le resulta deseable. A diferencia del ámbito de la naturaleza y de las
ciencias naturales, respecto de las cuales se tiene la certeza de que existen
restricciones impuestas por aquéllas, se suele creer que la felicidad de los
hombres depende de la voluntad política de los gobiernos y, a la inversa, el actual
estado de la sociedad –en el país y en el mundo- responde a designios perversos
de centros de poder ajenos a nosotros.
Pero cuando se pasa de
las generalidades a lo que se considera que debería ser función del Estado
garantizar, fomentar, obligar o prohibir, los acuerdos son menos pacíficos.
Muchos agricultores querrían que el Estado garantice precios sostén y
refinancie deudas con los bancos oficiales, a tasas preferenciales o con tasas
de interés negativas; muchos consumidores o asociaciones de consumidores, que
se impongan precios máximos o fijos, o que se prohíba la exportación de
determinados productos; los ganaderos, que se den créditos blandos para
fomentar la producción pecuaria. A diferencia del progresismo de las décadas
del 60 y 70, el gobierno quiso un tipo real de cambio alto –que significa
necesariamente salarios bajos- para fomentar la exportación, pero cuando los
precios de los productos exportables siguieron la tendencia del dólar alto
respecto de los salarios, se prohibieron las exportaciones de algunos
productos, o se impusieron fuertes retenciones (impuestos) a la exportación. La
"protección de la industria nacional" contra las importaciones significa
permitir que sus precios sean superiores a los que resultarían de un mercado
libre; pero cuando los precios suben –lo que un dirigista medianamente racional
debería saber que es una consecuencia de su política- se amenaza con sanciones
a quienes hicieron lo que se promovió. Los novísimos desvelos por la ecología son
poco compatibles con el perfil "industrialista" que se busca o al
menos se proclama. Si aumenta la producción industrial, con bienes de capital
que en general no se renuevan desde la década del 90 –puesto que las restricciones a
la importación y la inseguridad jurídica no fomentan la incorporación masiva de
nuevas tecnologías, menos contaminantes- también se incrementará la polución
ambiental. Si a la vez se quiere disuadir del empleo de tecnologías contaminantes,
el Estado se encontrará con uno de los típicos conflictos de objetivos propios
del dirigismo, ignorando las restricciones de la economía[19].
El gobierno o quienes
propician la intervención amplia del Estado en la economía deberían saber que
no es posible, a la vez, conjugar dólar y euro altos, con salarios altos: si
los primeros son altos, los segundos serán bajos, y viceversa. Salvo que los
alquimistas descubran la aleación mágica: tarifas subsidiadas de los consumos
básicos. Esa ha sido siempre la pretendida solución en las economías socialistas;
ya que no se puede garantizar la cantidad y calidad suficiente de bienes, subsidiar
los precios.
Pero mantener bajos los
precios del gas domiciliario, de los derivados del petróleo, de la energía
eléctrica, del agua y del transporte, cuando en el mundo se ha disparado el precio
internacional del petróleo, escasea el
agua y la población creciente requiere de proporcionales inversiones en
cloacas, entraña generar enormes distorsiones: al fomentarse el consumo y
desalentarse la producción y la inversión en los sectores con precios
controlados, se genera una brecha entre la oferta y la demanda. Para evitar que
se amplíe la escasez, se comienza incumpliendo contratos de exportación a
Chile, importando gas de Bolivia, pero con la condición de no reexportarlo a
Chile, comprando fuel oil a Venezuela, a precios internacionales, para
proveerlos en el mercado interno a los precios fijados por la Secretaría de
Energía.
¿Quién cubre tales
baches? Para eso, se necesita un poder ejecutivo que disponga de plenos poderes
–o "superpoderes"- y asigne los recursos presupuestarios en forma
discrecional. El gobierno, para que ese esquema se mantenga, necesita de
aliados tácticos, y de "enemigos": las cámaras que aglutinan a
empresarios que reciben energía a precios subsidiados, pasan a ser aliados de
ocasión del gobierno. Los empresarios del autotransporte y los agricultores
quieren gasoil barato; los industriales, gas y energía eléctrica a bajo precio,
con cuotas de suministro aseguradas (lo que significa menor cantidad de gas y
electricidad para los consumidores).
Cuando los precios son
libres, el consumo no necesita ser desalentado, sino por el contrario, es una
señal del sistema económico que tiende a que se aumente la producción o
importación de lo que es demandado. Con precios controlados, el "gap"
entre demanda y oferta se procura resolver castigando el consumo
"suntuario" o "irracional": se imponen tarifas más elevadas
para los altos consumos domiciliarios, y menores para la utilización industrial del mismo producto.
A la larga, se sabía qué
iba a ocurrir, y se sabe qué sucederá: se autorizarán aumentos de tarifas,
siempre rezagados respecto de la realidad. La recuperación de los salarios en
la administración pública y de las jubilaciones, erosionará el equilibrio fiscal,
y el tipo de cambio real se aproxima a los niveles de la convertibilidad. Se incrementará
la presión tributaria, lo que reducirá aún más la competitividad. Ya no será
posible culpar de las penurias a gestiones anteriores. Y finalmente, la reducción
del gasto público se producirá, pero no como consecuencia de una decisión
consciente, sino por una nueva devaluación, que disminuirá el nivel del gasto público
en dólares. Si se revierten las bajas tasas de interés en el mundo y los
precios elevados de los "commodities", es probable que eso ocurra
antes.
En el mediano plazo, el
estatismo económico tiene la misma eficacia de un carpintero improvisado que
pretenda emparejar las patas de una mesa, acortando una de ellas cada vez que
la mesa esté desequilibrada: a cada nuevo desequilibrio, le sucederá un corte
de otra, hasta que la mesa se quede sin patas.
XIV. El mercado y el crecimiento económico
El funcionamiento libre
del mercado es una condición necesaria, aunque no suficiente para el crecimiento
económico.
La economía crece cuando
aumenta la dotación de capital –humano y no humano- por trabajador, por el
progreso tecnológico –sin que sea lo más relevante si se trata de tecnología
"propia" o importada- y la fuerza de trabajo[20]. A la vez, la creación neta de
capital depende de la tasa de ahorro, y tanto el ahorro como la inversión, de
un ambiente favorable a ellos, ayudado por la seguridad jurídica.
En la
década del 60, algunos pensaban que los sistemas colectivistas, al imponer
coercitivamente una tasa de inversión y restringir el consumo, facilitaban el
desarrollo económico y daban herramientas al Estado de las que no disponían las
economías de mercado. El fracaso de la Unión Soviética[21] y de los países de Europa del
Este, del comunismo chino en su versión maoísta, y de Cuba o de
Corea del Norte mostraron que era falso, y que gran parte de sus estadísticas
eran distorsionadas con fines propagandísticos, en sociedades cerradas no sólo
al intercambio económico sino al libre ingreso y confrontación de culturas,
ideas e información.
XV. Los salarios y la "plusvalía"
La lamentable ignorancia
que se ha enseñoreado del discurso público –"progresista" o no- en
los últimos años, hace que la referencia a la teoría marxista tenga un regusto
a anacronismo. Me complacería que ese gustillo, proviniera del conocimiento de
su refutación, y no del desconocimiento generalizado, tanto de la teoría como
de sus contradictores.
El hecho de que la mayor
parte de la izquierda ya no lea a Marx –y tampoco lo conozcan el centro y la
derecha- no significa que en las clases cultas –y de allí, a la vulgarización
periodística- la esencia del esquema marxista no se haya divulgado: los obreros
son explotados por las empresas –sobre todo las grandes empresas- y nuestro
país, así como la generalidad de los países desarrollados, es víctima de la
codicia del imperialismo. Las concepciones del nacionalismo de derecha, dejando
a un costado sus disidencias con el marxismo-leninismo en lo extraeconómico,
son, respecto del imperialismo y del rol de los países centrales, muy
similares, por no decir idénticas, a las de la izquierda.
Siguiendo a Voslensky,
"…Esta teoría es actualmente sometida, en Occidente, a una crítica severa.
El valor de una mercancía ¿depende sólo del tiempo de trabajo socialmente
necesario para su fabricación, como afirma la teoría del valor? El mismo abrigo
de pieles tendrá un precio distinto en siberia
y en África, aunque el tiempo de trabajo socialmente necesario para su
fabricación no resulte modificado de manera sustancial por el transporte. El
valor no depende solamente del trabajo invertido en la mercancía, sino más
bien, en apariencia de la demanda. Las firmas capitalistas, que no tienen
pretensiones teóricas, han comprendido esto perfectamente. Por eso organizan
las ventas de saldos de invierno y de saldos de verano, tan bien conocidas por
el lector occidental (aunque no por el soviético)" (pág. 124).
"…Marx explica que
la plusvalía sólo puede nacer de la fuerza del trabajo humano. Entretanto, la
revolución científica y técnica ha mostrado claramente que esta afirmación es
falsa. Si no fuera así, el propietario de una empresa capitalizaría menos
plusvalía en la medida que mayor intervención tuvieran las máquinas, y en caso
de una automatización completa del trabajo, no habría ya plusvalía. Si esto
fuese así, el sistema capitalista no utilizaría otra cosa que el trabajo
humano" (pág. 124).
Voslensky continúa atado
al lastre de las concepciones marxistas, pero advierte su insuficiencia. Por mi
parte, destacaré algunas de las muchas objeciones que pueden hacerse y que se
han hecho a la teoría de la plusvalía:
* Aunque no lo formule
en esos términos, la teoría presupone que en forma permanente y esencial, el
ingreso marginal del trabajo es superior a su costo marginal. En otras
palabras, que siempre e indefectiblemente un trabajador adicional –y cada uno
de ellos- añade a la empresa más ingresos que el incremento de costos que
representa la contratación de una unidad adicional.
Eso es falso, tanto
desde el punto de vista teórico, como de una simple observación de la realidad.
Teóricamente, la firma obtiene su beneficio máximo, cuando el costo marginal
(cambio en el costo total) es igual al ingreso marginal (cambio en el ingreso
total), no cuando el costo marginal es menor al ingreso marginal. La razón es
que, mientras cada unidad proporcione un incremento de los ingresos superior al
incremento de los costos, convendrá contratar nuevos trabajadores, hasta que se
llegue a la igualdad.
Las demostraciones
matemáticas son frecuentes[22], pero para la comprensión de este
razonamiento no resultan indispensables: aunque la productividad marginal de
los trabajadores es finalmente decreciente, y el costo marginal es creciente,
siempre que la contratación de una unidad adicional genere mayores ingresos que
costos, convendrá contratar más mano de obra –y análogo razonamiento puede hacerse
respecto de todos los factores de producción- hasta el punto en que se igualen
costo marginal e ingreso marginal.
Esta construcción del
marginalismo ha sido impugnada por los críticos al capitalismo como artificial
–efectivamente, existen muchos casos de indivisión o especificidad de los factores
de producción- pero es considerablemente más realista que el esquema marxiano
en cuanto a las tendencias fundamentales del sistema económico. La gran aporía
del marxismo es que presupone a la vez que la fuerza de trabajo es el único
factor de producción que genera un plusvalor –es decir, que genera más ingresos
que costos- y sin embargo, en su concepción, esa situación, lejos de ser transitoria,
es permanente, y coexiste con un "ejército de reserva" de desempleados;
en otras palabras, para la teoría marxista hay una tendencia estructural en el propio sistema a
que un factor de producción sea a la vez barato, productivo y con tendencia a
ser sub-utilizado.
En la economía no existe ningún factor de producción que reúna permanentemente y
en forma simultánea esos caracteres: lo que es barato porque produce en valor
más de lo que cuesta, tiende a no sobrar sino a escasear. No puede ser una
explicación de las ganancias empresarias –cuando las hay- un fenómeno
coyuntural y que la propia dinámica del sistema tiende a eliminar. Ningún
factor de producción, ni ningún bien de bajo costo respecto de su productividad
o utilidad, tiende a sobrar en el mercado. Eso lo saben no sólo los teóricos de
la economía, sino los que tienen alguna experiencia mercantil: para dar un
ejemplo, en el mercado inmobiliario, no se encuentran fácilmente los
departamentos o fincas rurales de bajo costo y características excepcionales.
Puede ocurrir que existan, pero no es la tendencia fundamental del mercado.
Si el trabajo generase
plusvalía como tendencia inherente al sistema, la desocupación y los despidos
masivos en épocas de crisis no tendrían explicación: parece inexplicable que
los empresarios prescindan de un factor que por hipótesis siempre produce más
de lo que cuesta. Inclusive no se explicaría que las empresas contraten un
plantel limitado de trabajadores; el hecho de que lo hagan significa que para
la empresa, llega un punto que un trabajador adicional cuesta más que los
servicios productivos que añade.
* Otra deficiencia del
enfoque marxista, es que no analiza ni brinda un marco causal adecuado, a las
sustanciales diferencias de retribución de los asalariados. Se consideró como
inherente al funcionamiento del capitalismo, que el valor de la fuerza de
trabajo fuera estrictamente la suma necesaria para su conservación y reproducción,
sin valorar que incluso en el siglo XIX, ya existían asalariados que ganaban
importes mayores, y la tendencia fue, a partir de la segunda mitad del siglo
XIX, al aumento de los salarios reales.
Una concepción
preocupada por la crítica teórica y la demolición práctica del sistema
capitalista, jamás tuvo ningún interés en interiorizarse de su funcionamiento.
Esa despreocupación descalifica al marxismo como sistema científico, pero la
ignorancia de algunos y la auto-censura de otros ha permitido que persista en
el vulgo la respetabilidad de las teorías de Marx.
El análisis marginalista
y de la oferta y la demanda, por el contrario, es mejor herramienta para
analizar las diferencias salariales, y para predecir las tendencias de largo
plazo. Suelen ser superiores, porque parten de bases metodológicas más firmes,
las teorías que intentan desentrañar las relaciones causales entre los fenómenos,
a las que procuran meramente cuestionar lo que no analizan a fondo.
Eso no significa que se
predique la resignación frente a la pobreza, sino que la legítima preocupación
–es más, el moralmente plausible desvelo- por los sectores más humildes debe ir
acompañada de una disposición mental al análisis lógico y empírico. La medicina
estaría en pañales, si se pensara que el estudio de las enfermedades implica
conformidad con ellas, pero en las
ciencias sociales no faltan los que identifican la racionalidad económica con
frialdad o insensibilidad.
XVI. La única fuente, en el largo plazo, de aumento de los salarios e ingresos
reales de la mayoría
Si los salarios reales dependen de
la productividad del trabajo –como lo indica el análisis marginal- la única
posibilidad de aumentarlos, en el largo plazo, es mediante el incremento de
aquélla. Esto es esperanzador, pero la referencia al largo plazo no suscitará
el entusiasmo de quienes piensan que los problemas económicos y sociales se
solucionan rápidamente con una generosa dosis de buenas intenciones, no
acompañadas del conocimiento, la mesura y la disposición para emplear una cabeza
fría al servicio de un corazón caliente.
Un incremento de la
productividad marginal del trabajo del 3% anual parece un objetivo modesto, pero si se
lo hubiera obtenido en los últimos treinta años, sin "milagros" ni
devaluaciones salvajes, sin crecimientos espectaculares ni depresiones, sin
hiperinflaciones destructoras de los ahorros ni confiscaciones pseudo legales,
los salarios reales se habían duplicado (más exactamente, se habrían
multiplicado por 2,093). En un siglo, un incremento del 3% anual significa un
crecimiento per cápita de los ingresos y salarios reales promedios, de 16,58
veces[23]. Una tasa de crecimiento de la
productividad per cápita del 2% anual significa un incremento del 64% en
treinta años, y de 6,56 veces en un siglo. Tampoco son resultados
despreciables. Cien años parecen una eternidad, comparada con nuestras expectativas
vitales, pero son una fracción de segundo en perspectiva histórica.
Una distribución más
pareja del ingreso tiene sus límites. Por mucho que se haga en ese sentido, es
imposible que se torne 16 veces más igualitaria (o seis veces más igualitaria).
La impaciencia por lograrlo es la vía segura para el estancamiento y la
frustración de generaciones enteras.
Lo anterior no significa
propiciar la resignación frente a la pobreza –en la mayor parte de los casos,
producto del populismo- sino tener claro que no se la combate con
grandilocuentes proclamas, hijas de la ignorancia económica –aunque sus
heraldos sean, en otros aspectos, personas de pulida cultura filosófica o
literaria- sino alentando el continuo incremento de la productividad del trabajo.
¿De qué depende ese
incremento?
De la
acumulación
de capital, humano y no humano.
Del
progreso tecnológico.
De la
subsistencia o mejoramiento del capital social.
Y eso sólo puede
obtenerse en forma continuada, dentro de un marco de libertad económica,
seguridad jurídica y protección del derecho de propiedad.
La acumulación de capital no humano y el
progreso tecnológico
El incremento de la
dotación de bienes de capital (verbi gratia, maquinarias de producción, equipos
de transporte, carreteras, puentes, centrales eléctricas, infraestructura vial,
equipos de telecomunicaciones, computadoras) per cápita (es decir, el
crecimiento de aquélla en una proporción superior al incremento de la oferta de
trabajo derivada del crecimiento vegetativo de la población), hace que el
trabajo sea relativamente más escaso, lo que genera tendencias hacia la elevación
de su precio relativo.
Si no hubiera progreso
tecnológico, sino simple adición de cantidades crecientes de bienes de capital,
mayores que el incremento de la oferta de trabajo, la ley de la productividad
marginal finalmente decreciente haría que el capital obtenga rendimientos
menores, mientras los salarios aumentan su participación en la renta nacional[24]. La reducción de la productividad
marginal del capital dará lugar a una relación capital-producto mayor[25].
El progreso tecnológico
aumenta la productividad marginal del trabajo –y por ende su retribución- pero
a diferencia de la simple acumulación de capital cualitativamente idéntico, no
lo hace a costa de la participación del capital en el ingreso, sino aumentando
la productividad marginal del capital en forma paralela. Al decir de Samuelson[26], "…el aumento de los salarios
reales en los últimos 100 años ha sido tal, que hace dudar que la presión
política y sindical sirva de mucho para explicarlo. Así, por ejemplo, durante
la década de 1920-1930 Estados Unidos conoció poca intervención económica procedente
del gobierno; los sindicatos eran débiles y los monopolios no perdían terreno,
y sin embargo los salarios reales ascendieron fuertemente. Análogamente, Japón
y Alemania han mostrado un gran aumento de los salarios reales al tiempo que
subía la productividad del trabajo, y ello en momentos en que sus respectivos
gobiernos más parecían favorecer a los patronos que a las masas trabajadoras. Con el avance de la técnica y la creciente
acumulación de bienes de capital, sería
verdaderamente extraño que los salarios reales no fueran subiendo una década
tras otra a consecuencia de la misma competencia entre los empresarios por
atraer hacia sí la mano de obra. Quien no lo comprenda así es que no entiende
los elementos fundamentales de nuestra historia económica, pero de la historia
verdadera…".
Analizando un gráfico que muestra
las tendencias de largo plazo, Samuelson evidencia que "…como el aumento
de la producción y del capital ha sido superior al del trabajo, el salario real
y la producción por hora trabajada se han elevado juntos, dejando
aproximadamente en la misma proporción las fracciones repartidas al trabajo y
al capital. El tipo de interés (o de beneficio) no da señales de rendimientos
decrecientes, ni la relación capital-producto muestra ascenso duradero".
"…La cercanía entre
las curvas de producción y de stock de capital nos dice que la relación
capital-producto no se ha elevado como en el modelo sencillo de intensificación
del capital[27]; por el contrario…la relación
capital-producto se ha mantenido muy cercan a los 3 años…".
"…Fijémonos ahora
en las curvas del salario y del beneficio. El salario real se ha venido
elevando paulatinamente, tal como era de esperar visto el aumento de los bienes
de capital que cooperan con la mano de obra y vistas las favorables tendencias
técnicas imperantes…Los tipos de interés y de beneficio oscilan mucho con el
ciclo económico y con la guerra, pero no muestran una tendencia fuerte durante
todo el período…los cambios técnicos han compensado exactamente el descenso de
los rendimientos" (pág. 850).
Resumiendo las seis
tendencias básicas del crecimiento económico, expresa Samuelson (en negrilla en
el original):
"Tendencia 1. La población ha
aumentado, pero en proporción mucho más modesta que el "stock" de
capital, lo que equivale a un "intensificación del capital".
"Tendencia 2. Los salarios
reales han experimentado una fuerte tendencia alcista".
"Tendencia 3. De acuerdo con
lo que a veces se llama la ley de Bowley, las fracciones relativas del PNN
repartidas al trabajo y a la propiedad han mostrado considerable estabilidad a
largo plazo (aunque quizás con ligeras señales de aumento a favor del
trabajo)".
"Tendencia 4. En lugar de
presenciar el descenso del tipo de interés o de beneficio, lo que observamos es
su oscilación en el ciclo económico, pero sin registrar una decidida tendencia
alcista ni bajista en lo que va del siglo".
"Tendencia 5. En lugar de
presenciar el constante aumento de la relación capital-producto según la
intensificación del capital atrae la ley de rendimientos decrecientes,
encontramos que esa relación se ha mantenido más o menos constante en el siglo
actual".[28]
"…las tendencias 4 y 5 nos
avisan que la teoría neoclásica no puede cumplirse en forma estática. El tipo
de beneficio constante y la inmutabilidad de la relación capital-producto son
incompatibles con la ley, más fundamental, de los rendimientos decrecientes. Nos
vemos obligados, pues, a introducir las innovaciones técnicas en nuestro
análisis neoclásico estático, si es que queremos explicar estos hechos dinámicos…La
tendencia hacia los rendimientos decrecientes queda exactamente compensada por
el desplazamiento técnico".
Ese esquema teórico, confirmado por
la experiencia de los países capitalistas avanzados, incluidos algunos del
sudeste asiático que hasta hace pocas décadas eran subdesarrollados (primero
Japón, luego Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur y Singapur) que conduce a
conclusiones optimistas en el largo plazo, si existe creación neta de capital,
también explica los círculos viciosos en que puede caer un país, normalmente
por los desatinos de sus gobernantes:
* Si el incremento de la
oferta de trabajo derivado del simple crecimiento demográfico –entre 1,5% y 2%
anual- supera a la creación neta de capital –o en otros términos, si se reduce
el stock de capital por persona- el trabajo se convertirá en un factor
relativamente más abundante, el capital se tornará relativamente más escaso, y
los rendimientos decrecientes del trabajo tenderán a reducir su retribución y a
aumentar la participación relativa del capital en el ingreso nacional.
* El progreso
tecnológico, que en el modelo descripto por Samuelson para los países
desarrollados ha actuado compensando la intensificación del capital y
manteniendo su participación en el ingreso y producto –que de otra forma se
habría reducido como consecuencia de su abundancia relativa frente al trabajo-
cuando concurre con la escasez de capital y la abundancia de mano de obra, tenderá
a reducir la participación del trabajo en la renta nacional, aunque probablemente
no los salarios reales.
* Si el incremento de
productividad derivado del progreso tecnológico no alcanza a compensar el
decrecimiento de la dotación de capital per cápita, el país se hará cada vez
más pobre, reduciéndose su ingreso per cápita.
Los países que consumen
su capital y no incorporan nuevas tecnologías –que no necesariamente deben
estar generadas por investigadores locales ni producidas en el país- están
condenados a la pobreza, aunque ésta se distribuya uniformemente.
La escasa relevancia de que la
tecnología sea "propia"
En el pensamiento económico vulgar,
se suele enfatizar la supuesta importancia del desarrollo de una
"tecnología propia", sugerencia que va de la mano con su fomento por
el Estado, a través de la inversión pública en investigación, y las restricciones
o prohibiciones a la importación de tecnología. Pero la idea, partiendo de
concepciones falsas, conduce a conclusiones equivocadas y es objetable desde
distintos puntos de vista:
* En primer lugar,
supone que existe una relación mecánica o al menos predecible entre lo que gaste
el Estado en investigación, y los resultados que arroje ese gasto. El gobierno
–en particular en Argentina- no ha mostrado ser eficiente a la hora de gastar.
* Por lo demás, la
inventiva no es algo que se desarrolla porque el Estado lo quiera. Los
sucesivos gobiernos soviéticos hicieron lo imposible por fomentar el desarrollo
de tecnologías "propias" y, cuando se abrió al mundo, se supo que su
computación estaba atrasada, su industria automovilística era obsoleta, y que
no había desarrollado, salvo en la industria bélica, ningún invento competitivo.
* Una tercera objeción
es que no está claro qué ventaja diferencial obtendrá el país con las hipotéticas
invenciones futuras, respecto de los beneficios que obtendrían las empresas,
adquiriendo la tecnología ya existente. Supongamos que, después de 10 años, se
desarrolla en Argentina una hipercomputadora, o un vehículo propulsado por
alguna ignota fuente de energía que no se esté experimentando en el resto del
mundo. Supongamos –y eso es mucho suponer- que ese prodigio es una consecuencia
del fomento por el Estado de la investigación y desarrollo de tecnologías propias,
y no del azar o de la inventiva de talentos locales. Una vez descubierto, y si
es exitoso y rentable, toda empresa de cualquier parte del mundo podrá adquirir
esa tecnología, pagando el precio de ella. La evaluación del proyecto debe
comparar el valor actual de esas inversiones, con los hipotéticos resultados
futuros, y con el valor actual de la adquisición, con los fondos extraídos a
los particulares, de la tecnología que les plazca.
* Las propuestas parten
del supuesto implícito de que, una vez hipotéticamente descubiertas nuevas
tecnologías, "permanecerán en el país", es decir que el Estado
impedirá su transferencia al exterior. Dejando de lado la inconstitucionalidad
de la medida, es imposible: una vez que la tecnología se aplique a la
producción de bienes y servicios, nada impedirá que en el exterior se haga uso
de ella.
* Adquirir tecnología
que a otros les ha costado años desarrollar, lejos de ser muestra de una
mentalidad dependiente, es lo que hacen los empresarios, agricultores y
consumidores racionales. En la economía privada, las personas son más sensatas
que en sus opiniones políticas: la gente no se dedica a estudiar odontología,
para curar sus propias muelas, y ahorrar así el costo del dentista; no procura
mejorar por su cuenta –ni siquiera las grandes empresas- los sistemas
operativos de sus redes de computación; adquiere bienes de capital y de
consumo, y servicios, brindados por terceros. Si estos terceros lo brindan a un
costo menor que las hipotéticas maravillas que obtendrían desarrollando
tecnologías o bienes propios, las empresas y los individuos harán lo que hace
toda persona medianamente razonable, y que aprecie los beneficios de la
división del trabajo aunque no tenga estudios formales: adquirirá esa
tecnología pagando su costo.
Siguiendo nuevamente a
Samuelson-Nordhauss (obra citada, p. 536),
"los
países pobres no tienen por qué crear Newtons modernos para descubrir la ley de
la gravedad; pueden estudiarla en cualquier libro de física. No tienen que
repetir los lentos y tortuosos inventos de la Revolución Industrial; pueden
comprar tractores, computadoras y telares automáticos que ni soñar pudieron
hacer los grandes comerciantes del pasado…El desarrollo histórico de Japón y
Estados Unidos lo muestra claramente. Japón se sumó tarde a la carrera
industrial…adoptando tecnologías extranjeras productivas, pasó a ser la segunda
economía industrial mayor del mundo, posición que ocupa actualmente. El caso de
Estados Unidos constituye un esperanzador ejemplo para el resto del mundo. Los
inventos clave de la industria del automóvil tuvieron su origen casi
exclusivamente fuera de Estados Unidos. No obstante, Ford y General Motors
aplicaron inventos extranjeros y se convirtieron en los líderes de la industria
automovilística".
Más importante que una
tecnología propia, es un empresariado dinámico, e incentivos para el ahorro y
la inversión. Argentina ha tenido destacados premios Nobel, así como
científicos e investigadores de primer nivel, pero eso no ha mejorado
sustancialmente nuestro bienestar. En cambio, como señala Fukuyama –que
escribió obras mucho mejores que su divulgada y poco leída "El fin de la
historia"- "Canadá, Nueva
Zelanda y Dinamarca son países que se han enriquecido a través de la agricultura,
las materias primas y otras industrias de baja tecnología. Nada indica que
ellos sean menos felices que otros, por no poseer una poderosa industria
doméstica de semiconductores o aeroespacial"[29]
Subyace en las teorías
simplistas sobre la investigación y el desarrollo, la idea de que el gasto en
esos rubros genera economías externas, que por hipótesis no serían apropiadas
totalmente por los inventores y las empresas que creen o para las cuales
trabajen (en otras palabras, que la comunidad obtendría una suerte de
"plusvalía" aprovechando el trabajo de sus científicos,
investigadores y empresas nacionales que desarrollen nuevos productos, procesos
y tecnologías). La ciencia económica más elemental nos dice, por el contrario,
que cobrarán por sus servicios el valor del producto marginal que agreguen, y
si se respeta el derecho de propiedad del inventor –como lo manda el art. 17 de
la Constitución Nacional- el país no se apropiará, a título gratuito, del fruto
de la inventiva particular.
El hecho de que
el Estado financie la investigación no debe confundirnos: los inventos o las
mejoras son fruto del trabajo, la imaginación, la inspiración o la suerte de
particulares, quienes si obtienen mejores productos o servicios, o incrementan
la productividad de los bienes de capital o de la agricultura, beneficiarán en
forma indirecta a la comunidad –a través de la reducción de precios o de las
mejoras en la cantidad o calidad- pero no sólo a la nuestra, sino a todo el
mundo. El efecto directo e inmediato, será una mejora de la retribución de los
inventores, investigadores y empresarios, acorde con su incrementada productividad[30].
La educación y la salud (el capital
humano)
En las economías modernas el
trabajo no calificado –es decir, el que no tiene agregados estudios formales o
capacitación formal o informal- es el que soporta más bajas retribuciones. A la
inversa, el trabajador educado obtiene mayores niveles de ingreso, porque su
productividad es superior, puede utilizar las nuevas tecnologías y mantenerse
actualizado en su aprovechamiento.
Sin embargo, lo mejor
que puede hacer el Estado no es el lugar común de –como se suele repetir
acríticamente- dar al gobierno una fuerte injerencia en la materia. Llevamos
décadas de predicar la importancia de la educación, y de asimilarla con el
gasto público en esa materia, y cada década se obtienen resultados más pobres
en materia educativa. Una de las explicaciones, es que las políticas para el sector
han privilegiado lo ideológico, o se han traducido en políticas y normas las
concepciones de ciertos funcionarios respecto de la "equidad", lo que
significa no castigar al alumno agresivo, violento, indisciplinado o reacio a
adecuarse a pautas de comportamiento civilizadas- ni premiar al que estudia y
se ajusta a aquéllas.
En los hechos, muchos
aspectos de nuestra educación –no sólo la pública, sino la privada- están
estatizados: los planes de estudio son trazados por los ministerios de
educación; los "contenidos mínimos obligatorios" conforman una abrumadora
mayoría de las horas de clase que se dictan; la ideología de los funcionarios y
burócratas de la educación –casi sin excepciones, hostil al capitalismo- prima
sobre los derechos e intereses de los padres. Las instituciones privadas de
enseñanza tienen muy limitada su libertad de brindar contenidos nuevos,
distintos, o que contravengan la "religión oficial".
Ya es lejana en el tiempo
la polémica acerca de la educación católica en las escuelas públicas. Se ha
considerado, con toda razón, que no se puede imponer una determinada creencia a
los que tienen otras, o carecen de ellas. Pero nunca se piensa que imponer como
contenido obligatorio las ideas o ideologías de los funcionarios del Ministerio
de Educación es también una forma de "enseñanza religiosa". Una
religión atea y muchas veces antirreligiosa, pero con sus dogmas, sus excomulgados,
sus satanes y sus "vade retro", que se impone a los niños y
adolescentes sin importar las creencias o ideas de los padres. Refiriéndose al
horrible experimento de ingeniería social que fue la Unión Soviética, decía
Albert Camus, que no era precisamente un panegirista del capitalismo[31], "…esta fe activa en los representantes de la verdad es la única
que puede salvar al súbdito de los misteriosos estragos de la historia…la
utilidad directa de esta noción consiste en impedir la indiferencia en materia
de fe. Es la evangelización forzosa…la culpabilidad no está ya en el hecho,
sino en la simple ausencia de fe…".
Los Grandes Inquisidores del siglo
XX, aunque distantes de Torquemada, han sido benévolamente olvidados pues hoy
no es políticamente correcto hablar del comunismo. ¿Qué decía de ellos Camus?:
"Los Grandes Inquisidores rechazan
orgullosamente el pan del cielo y la libertad y ofrecen el pan de la tierra sin
la libertad…" (pág. 61)
Por supuesto, los tiempos
históricos no permiten –al menos por ahora- el lavado colectivo de cerebros.
Pero en la mentalidad de muchos ideólogos de la educación, tanto los credos
religiosos como la indiferencia burguesa o el rechazo de los padres a las
ideologías de los educadores, son obstáculos a su pretensión de moldear a los
jóvenes conforme con sus cosmovisiones filosóficas, ideológicas y políticas.
[1]
Caeteris paribus significa, en economía, "si todo lo demás permanece
igual". Si bien rara vez todo permanece en idénticas
condiciones, así considerarlo es analíticamente indispensable. No sólo en
economía, sino en la física y en las ciencias, es necesario aislar determinados
elementos y considerarlos provisoriamente invariables o inexistentes, para
analizar el comportamiento de las magnitudes que varían.
[2]
La elasticidad es una medida de la respuesta de la cantidad ofertada o demandada
frente a un aumento o reducción de precios, y matemáticamente se expresa así:
&Q. P.
&P. Q
Cuando el incremento o reducción de Q (cantidad) frente
a un aumento o reducción de los precios es pequeño, nos hallamos frente a una
oferta (o demanda) rígida.
[3]
Marx, que había leído a los clásicos y respetaba especialmente a David Ricardo,
conocía la tendencia a la igualación de la tasa de beneficio. Aunque su idea
sobre la naturaleza del beneficio hoy se considera superada –pues se basa en la
teoría de la plusvalía- acertó en ese aspecto, pese a su fundamentación
equivocada. Escuchemos sus palabras: "A
consecuencia de la diversa composición orgánica de los distintos capitales
invertidos en las distintas ramas de la producción, y a consecuencia, por
consiguiente, de la circunstancia que según el distinto porcentaje de la parte
variable en un capital total de cantidad determinada, capitales de igual
cantidad pondrán en movimiento muy distintas cantidades se trabajo, se
apropiarán también de muy distintas cantidades de supertrabajo o producirán
también muy distintas masas de plusvalía. En consecuencia, las cuotas de
beneficio que imperan en las distintas ramas de la producción son
originariamente muy distintas. Estas distintas cuotas de beneficio se
compensarán, por medio de la competencia, a una cuota general de beneficio que
será el promedio de todas esas cuotas de beneficio distinto" (Carlos Marx,
"El Capital", Segunda Sección del Libro III, págs. 1083-1084).
La argumentación deja sin explicar por qué, si según el
autor, el beneficio se explica por la plusvalía, y sólo se obtiene plusvalía de
lo que él llama "capital variable" (suma destinada al pago de
salarios), los capitalistas invertirían en "capital constante" (la
parte del capital invertida en medios de producción, es decir, en materia
prima, materias auxiliares y medios de trabajo). La mecanización carecería de
sentido en ese esquema.
[4]
Keneth Boulding, "Análisis económico", 9ª edición española de
la cuarta edición norteamericana, 1967, Alianza Editorial S.A., Madrid, 1967,
págs. 82-86.
[5]
Mc Conell, "Curso básico de economía", Ed. Aguilar, 5ª
edición, 1973, Biblioteca de Ciencias Sociales, cap. 2, págs. 36, 37, 39, 40
[6]
En economía, "caeteris paribus" es un condicionamiento para separar,
al efecto del análisis, los determinantes del movimiento de los precios.
Significa, que las restantes condiciones permanezcan invariables, y supone,
como todos los modelos, una abstracción de determinados componentes de la
realidad. Eso no significa que los modelos no sean realistas, sino que al
efecto del análisis, es imprescindible aislar las relaciones causales.
[7]
Se está estudiando el automóvil a propulsión con hidrógeno derivado, a la vez,
de alcoholes vegetales (ámbito Financiero,
suplemento Energía, 30
de marzo de 2006 , páginas IV y V).
[8]
Keneth Boulding, "Análisis
Económico", 9ª edición española de la 4ª edición norteamericana, Edición
de Revista de Occidente en Alianza Editorial, pág. 171.
[9]
En cuanto la falta de disposición del dinero supone privarse de los intereses
de él.
[10]
Si el especulador se endeuda para adquirir las mercaderías, pagando un interés.
[11]
Boulding, obra citada, págs. 171-173;
[12]
Prescindiré por ahora de mi formación jurídica, y de la difícil, si no imposible,
concordancia con la Constitución de esas medidas, que requieren necesariamente
de un cuerpo de inspectores y de funcionarios que controlen, impongan sanciones,
y erijan a la administración en juez y fiscal. Los recursos ante el Poder Judicial,
si tienen efecto suspensivo, privan de eficacia al control administrativo, y si
no lo tienen, son inconstitucionales.
[13]
En el capítulo anexo explicaré con más detalles la mecánica de la fijación de
precios de monopolio.
[14]
Es decir, el cambio en el ingreso total como consecuencia de vender una unidad
adicional. Al enfrentar una demanda inelástica, para vender más, tendría que
reducir el precio, con lo que el ingreso marginal será siempre menor que el
precio. Consecuentemente, el punto de igualación del costo marginal y el
ingreso marginal será de un precio mayor y una cantidad menor, que en un régimen
de competencia perfecta.
[15]
Y lo que no están arrimados
al poder se acostumbran a la violación de las normas, con una consecuencia
extraeconómica deletérea: inicialmente, se las viola para subsistir, pero la
constante transgresión acostumbra a muchos empresarios a incumplir no sólo las
leyes injustas, sino también las justas y los contratos. El desprestigio de la
ley arrastra al debilitamiento de todos los deberes jurídicos. El empresario
que cumple sus obligaciones legales y contractuales se encuentra en desventaja
frente al incumplidor, y en tales condiciones, la subsistencia y el éxito ya no
dependen de la eficiencia empresaria, sino de la falta de escrúpulos para
quebrantar el orden jurídico
[16]
Los economistas de la escuela
austríaca –seguidores de Ludwig von Mises y de Friederik von Hayek- han
mantenido y mantienen una seria disidencia metodológica con la mayoría de los
economistas matemáticos neoclásicos, sea en los análisis de equilibrio parcial
de Marshall, o del equilibrio general de Wilfredo Pareto. Cuestionan que, en su
obsesión por esos inasibles resultados finales, se les escapa lo fundamental
que son los procesos dinámicos que apartan a la economía de ese equilibrio.
Volveré
sobre la cuestión, una vez que mis lectores se hayan adentrado en el análisis
de los procesos de mercado.
[17]
A la fecha de publicación de este post la situación ha variado en Cuba, pero el
hecho de que la situación descripta se haya mantenido por tanto tiempo, y que
libertades tan elementales sean motivo de comentarios periodísticos, muestra el
ahogo de las libertades individuales que vivió y que sigue viviendo la perla
del Caribe.
[18]
Michael Heller, "El hombre nuevo
soviético", edición en Argentina de Ed. Sudamericana-Planeta, 1985,
pág. 42.
[19]
Jan Tinbergen (citado por Juan Carlos de Pablo, "Macroeconomía", 1ª edición, 1991, Fondo de Cultura
Económica, pág. 799) es autor del teorema de que –en el mejor de los casos, no
existiendo incertidumbre, y cuando se persiguen metas fijas de política económica-
el logro simultáneo de determinadas metas independientes de política económica
requiere el empleo de igual número de instrumentos de política económica.
En condiciones de incertidumbre, y cuando se persiguen
metas distintas y variables de política económica, se necesitan más
instrumentos que objetivos (obra citada, p. 800).
[20]
Samuelson-Nordhauss, obra citada, capítulo 27, págs. 523 y ss.
[21]
Samuelson-Nordhauss (obra citada, pág. 525) dicen: "En conjunto, el ritmo estimado de crecimiento de la productividad
total de los factores de la Unión Soviética en los cincuenta años anteriores a
su caída fue más lento que el de Estados Unidos y otras grandes economías de
mercado. La capacidad del gobierno central para obligar a dedicar una parte de
la producción a inversión (y por lo tanto, detraerla del consumo), compensa la
ineficiencia del sistema".
[22]
Las curvas de ingreso marginal y de costo
marginal son las derivadas de las curvas de costo total e ingreso total, y en
el punto en que mayor es la distancia entre ambas curvas –es decir, cuando el
beneficio es máximo- coinciden sus pendientes o, en otras palabras, el costo
marginal es igual al ingreso marginal (Alpha Chiang, Métodos
fundamentales de economía matemática", McGraw-Hill, traducción española de
la 3ª edición de inglés, pág. 251:
"Una de las primeras cosas que un estudiante de económicas aprende es que,
en orden a maximizar el beneficio, una empresa debe igualar el coste marginal
al ingreso marginal…").
[23]
La fórmula del crecimiento es (1 + r)n, siendo r la tasa
de crecimiento anual, y n el número de períodos. Como el crecimiento es exponencial
–pues todo incremento se produce respecto del incremento anterior- los
resultados que arroja un crecimiento a tasas nominalmente modestas son espectaculares.
Esos resultados en el largo plazo nos deben alentar y
alertar: alentar, porque basta con crecer a tasas normales, para mejorar las
condiciones de vida de la mayoría; y porque cuando se parte de niveles más
bajos, es probable obtener tasas de crecimiento superiores. Pero nos deben
alertar sobre los frecuentes fraudes estadísticos, de naciones cuyos
gobernantes se las arreglan siempre para que figuren en las estadísticas de la
contabilidad nacional, crecimientos "a tasas asiáticas",
inconsistentes con los pobres o nulos resultados que se advierten en el largo
plazo.
[24]
Paul Samuelson, "Curso de Economía Moderna", decimosexta edición, cuarta
reimpresión, edición española de Aguilar S.A., 1971, págs. 598, 603 y 845; Campbell Mc Conell, "Curso Básico de Economía",
Ed. Aguilar, Biblioteca de Ciencias Sociales, 2ª edición española, 1975, pág.
702
[25]
Paul Samuelson, obra citada, pág. 845
[26]
Obra citada, pág. 847.
[27]
Es decir, un modelo con acumulación de capital sin cambios cualitativos en su
composición tecnológica.
[28]
En otras palabras, el progreso técnico compensó exactamente el efecto erosivo
que la ley de rendimientos decrecientes habría tenido, de lo contrario, sobre
el rendimiento del capital.
[29]
Francis Fukuyama, "Confianza. Las
virtudes sociales y la capacidad de generar prosperidad", Editorial
Atlántida, Buenos Aires, 1995, pág. 374.
[30]
E.J. Mishan, "Falacias económicas populares", traducción al castellano
de Ediciones Orbis S.A., 1984, págs. 195 y ss.
[31]
"El hombre
rebelde", Editorial Losada, Buenos Aires, Biblioteca Clásica y
Contemporánea, 14ª edición, pág. 226-227