viernes, 20 de febrero de 2009

EL RELATIVISMO TROTSKISTA (1)

Una regla no escrita de la corrección política ha sido siempre, para quienes no comparten los postulados marxistas, "no ensañarse" con el comunismo caído, evitar las críticas, descalificar al "anticomunismo" como una muestra de derechismo cerril, predicar que, pese a sus crímenes históricos, hay un fondo bueno que no debe despreciarse. Las calamidades del "socialismo real" no serían sino desviaciones de un ideal prístinamente valioso, aunque desvirtuado en su aplicación práctica.
Entre los capitalistas culposos, los periodistas y comunicadores sociales ansiosos por evitar el ostracismo de la incorrección política, y los marxistas políticamente hábiles -aunque históricamente fracasados- consiguieron que la caída del comunismo de 1989 no fuera cargada al débito de la cuenta histórica del socialismo, sino presentada como el derrumbe de un esquema pervertido, que habría corrompido la pureza originaria de un ideal. Para los socialistas conscientes de la estupidez colectiva de la opinión pública debidamente influenciada, transmutar la derrota y el fracaso en victoria ideológica, todo fue una cuestión de tiempo. Quienes eran niños en 1989 –lo que en la actualidad, y dada la imbecilización masiva provocada en el "homo videns" por la televisión y por las instituciones educativas, significa desde el punto de vista intelectual e informativo, bastantes años- no coexistieron con el comunismo, y hoy tienen entre 30 y 35 años. Es la generación que, si no gobierna, gobernará en pocos años, y cuyos integrantes representan una proporción sustancial de lo que se escribe y se habla en los medios de comunicación.
Nos encontramos, especialmente en Iberoamérica, ante el riesgo de un nuevo triunfo del socialismo, que si se concreta no será –como creen los ingenuos- tolerante, respetuoso del disenso y de las minorías, y moralmente impoluto.
Sobre los errores del socialismo he escrito y no me cansaré de escribir. Se puede respetar a quien de buena fe se equivoca, pero no a quien subordina la moral –y con ello la verdad- al triunfo de sus concepciones políticas. Y el marxismo ha sido siempre relativista en lo moral; o en todo caso, ha priorizado sus fines por hipótesis tan elevados –la redención terrena de la clase trabajadora- despreciando la preocupación por los medios. Aunque no coincida exactamente con el relativismo –en cuanto afirma un absoluto, que es el fin buscado- sí lo es con los mecanismos para llegar hasta la tierra prometida en esta vida.
Las palabras de Trotski ("Su moral y la nuestra"), son una muestra cabal, y preocupante, del peligro que encierra el socialismo marxista. Dado el desprestigio del estalinismo, y el aura de pureza e incorruptibiidad que indebidamente rodea a Trotsky –que terminó asesinado por orden de Stalin- resultan doblemente peligrosas, pues para muchos Trotsyi es el marxismo sin los vicios de Stalin y la burocracia de Kruschev, Podgorny, o Brezhnev. Contrariamente, creo que su única virtud fue haber sido derrotado, porque era más fanático, más coherente, menos limitado por el sentido común al que despreciaba, y más dispuesto a llevar sus ideas hasta las últimas consecuencias. En síntesis, era mucho más peligroso que el archi-asesino Stalin.
¿Qué decía ese prohombre, modelo del pensamiento y de la acción para los socialistas, inspirador de nuestro latinoamericano, el "Che" Guevara?
"En épocas de reacción triunfante, los señores demócratas, social-demócratas, anarquistas y otros representantes de la izquierda se ponen a desprender, en doble cantidad, emanaciones de moral, del mismo modo que transpiran doblemente las gentes cuando tienen miedo. Al repetir, a su manera, los Diez Mandamientos o el Sermón de la Montaña, esos moralistas se dirigen, no tanto a la reacción triunfante, cuanto a los revolucionarios perseguidos por ella, quienes, con sus "excesos" y con sus principios "amorales", "provocan" a la reacción y le proporcionan una justificación moral. Hay, sin embargo, un medio tan sencillo y seguro de evitar la reacción: el esfuerzo interior, la regeneración moral. En todas las redacciones interesadas se distribuyen gratuitamente muestras de perfección ética. La base de esta prédica falsa y ampulosa la constituye la pequeña burguesía intelectual".
"….El proceso histórico es, ante todo, lucha de clases y acontece que clases diferentes, en nombre de finalidades diferentes, usen medios análogos. En el fondo, no podría ser de otro modo. Los ejércitos beligerantes son siempre más o menos simétricos y si no hubiera nada de común en sus métodos de lucha, no podrían lanzarse ataques uno al otro".
"….El campesino o el tendero rudos, si se encuentran entre dos fuegos, sin comprender ni el origen ni el sentido de la pugna entre proletariado y burguesía, tendrán igual odio para los dos campos en lucha; y ¿qué son todos esos moralistas demócratas? Los ideólogos de las capas medias, caídas o temerosas de caer entre dos fuegos. Los principales rasgos de los profetas de ese género son su alejamiento de los grandes movimientos históricos, el conservatismo petrificado de su pensamiento, la satisfacción de sí, en la propia mediocridad y la cobardía política más primitiva. Los moralistas quieren, ante todo, que la historia los deje en paz; con sus libritos, sus revistillas, sus subscriptores, el sentido común y las normas morales. Pero la historia no los deja en paz. Tan pronto de izquierda como de derecha, les da de empellones. Indudablemente, revolución y reacción, zarismo y bolchevismo, comunismo y fascismo, stalinismo y trotskysmo son todos gemelos. Que quien lo dude se tome la pena de palpar, en el cráneo de los moralistas, las protuberancias simétricas de derecha e izquierda"
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La moralidad sería una "emanación" del miedo de la "pequeña burguesía intelectual", con su "conservatismo petrificado", su "cobardía política", "su sentido común" y sus "normas morales". La minusvaloración del "pequeño burgués" es típica del marxismo, al punto que puede respetar al "gran burgués" –que en definitiva sería en su concepción el enemigo a combatir- y por razones oportunistas, negociar con él, pero no al "pequeño burgués" que carece de capital, pero sí tiene afectos y rasgos de humanidad, a veces por sobre las limitaciones y miserias que están en la propia dualidad de nuestro género.
Argumenta Trotski:
"Admitamos, en efecto, que ni la finalidad personal ni la finalidad social puedan justificar los medios. Será menester entonces buscar otros criterios fuera de la sociedad, tal como la historia la ha hecho, y fuera de las finalidades que suscita su desarrollo. ¿En dónde? Si no es en la tierra, habrá de ser en los cielos. Los sacerdotes han descubierto, desde tiempos atrás, criterios infalibles de moral en la revelación divina. Los padrecitos laicos hablan de las verdades eternas de la moral, sin indicar su fuente primera. Tenemos, sin embargo, derecho de concluir diciendo: Si esas verdades son eternas, debieron existir no sólo antes de la aparición del pitecántropo sobre la tierra, sino aún antes de la formación del sistema solar. En realidad, ¿de dónde vienen exactamente? Sin Dios, la teoría de la moral eterna no puede tenerse en pie".Creo en Dios, pero para aceptar y considerar insoslayables las normas morales no es necesario ser creyente. Una de las falacias típicas del relativismo ético, ha sido postular, como en los hermanos Karamazov, que si Dios no existe, todo está permitido. Aunque Dios no existiera, hay acciones buenas y acciones malas; hay una naturaleza humana que normalmente nos hace repudiar el crimen, el robo, la mentira, la falsía, la crueldad, e identificarnos, al menos en el campo de lo ideal, con las acciones que se consideran buenas. Instintivamente sentimos turbación, desprecio u horror cuando leemos de personajes reales o de ficción depravados, carentes de frenos inhibitorios morales. Es más: el que carece de ellos es un psicópata, lo que antes se decía un "loco moral".
El hecho de que existan acciones crueles, hombres malvados, que se cometan crímenes, no significa que el sentido ético no se halle ínsito en la naturaleza humana. Miraría con horror a quien se postulara como juez, y dijese que la moral y las normas son una construcción social histórico-contingente, con una validez relativa; la mayoría de nosotros, no elegiría como cónyuge a quien así lo dijera. Por sobre su autenticidad –virtud que hoy en día se sobrevalora- estaría nuestro sentido natural de rechazo a quien no sólo realiza acciones inmorales, sino niega la moralidad. El que comete acciones reprensibles, es un pecador; el que considera que calificarlas así es un prejuicio burgués, se parece bastante a un monstruo.
Por supuesto, cada vez que se defiende una conciencia moral natural, se tiene la certeza de ser criticado, desde el marxismo y también desde el anarco-liberalismo. Pero no veo nada malo en afirmar la existencia de una naturaleza humana, generadora de reglas éticas consideradas valiosas. La mayor parte de la gente comparte ciertas preferencias y rechazos en materia olfativa, gustativa y en general instintiva. En lo específicamente animal, no hay grandes discrepancias en asegurar la comunidad de la naturaleza humana; justamente por esa comunidad, resulta tan particularmente perverso el racismo: comporta negar a un grupo de seres humanos, todas o algunas de las características comunes de su humanidad.
Pero si nuestros patrones genéticos son idénticos; si solemos compartir en gran medida los gustos y disgustos, ¿por qué negar esa comunidad en las esferas espiritual y ética? ¿Somos parecidos para comer, beber, cohabitar, para el coito y las sensaciones físicas, pero no para distinguir intuitivamente lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto?
Se objetará que es relativo; que en las sociedades primitivas se aceptaba la esclavitud como una institución natural, a la guerra como el estado natural, y a la eliminación y tortura del enemigo, como un acto de patriotismo. Pero jamás, ni siquiera a nivel de tribu, se ha reputado como principio generalizable, la validez de la matanza de los miembros de la misma tribu.
La sociedad ha superado el estadio primitivo, fundamentalmente, porque el ser humano es capaz de cooperar, de hacer el bien, aunque sea en su estrecho círculo familiar, de cumplir los compromisos –sin los cuales resulta imposible la cooperación social; de atarse a reglas, aunque su cumplimiento signifique el sacrificio de un interés, preferencia o gusto.
El marxismo niega relevancia a todas esas consideraciones, pero no puede eludir, siquiera implícitamente, una opción ética: moral sería aquello que sirve a las leyes objetivas de la historia, que conducen al socialismo. Si matar contribuye a la causa revolucionaria, el homicidio es loable; si el terrorismo es conducente a minar las fuerzas de "la reacción", la condena moral del terrorismo es propio de pequeños burgueses cobardes. Si los fines justifican cualquier tipo de medios, por horrorosos que sean, la valoración de los segundos no puede hacerse en forma independiente de los primeros[1]. Trotsky no deja espacio para las dudas en torno a su posición:
"Situada por encima de las clases, la moral conduce inevitablemente a la aceptación de una substancia particular, de un "sentido moral" de una "conciencia", como un absoluto especial, que no es más que un cobarde pseudónimo filosófico de Dios. La moral independiente de los "fines", es decir, de la sociedad, ya se la deduzca de la verdad eterna o ya de la "naturaleza humana", sólo es, en resumidas cuentas, una forma de "teología natural". Los cielos continúan siendo la única posición fortificada para las operaciones militares contra el materialismo dialéctico".Llevado por su incontinente elocuencia verbal, que nos muestra que un loco es alguien que ha perdido todo, menos la razón, Trotsky pretende destruir todo lo que durante años ha servido para construir un mundo un poco menos malo: el sentido moral, la conciencia, la naturaleza humana, que no serían más que "cobardes pseudónimos filosóficos de Dios". La moral no puede ser –para el marxismo- independiente de los fines que se persiguen. Y los únicos fines valiosos, son los proclamados como verdad de fe por el materialismo dialéctico, cuyo Papa sería Marx, y uno de los Prefectos de la Congregación de la Fe, nuestro conocido Trotsky.
Pero si los medios son relativos, ¿por qué los fines han de ser absolutos? Si no hay criterios para juzgar la moralidad de las acciones con independencia de los objetivos que buscan, ¿por qué no llevar el relativismo un poco más lejos? ¿quién nos dice que la dialéctica de la historia nos lleva al socialismo? ¿Marx? ¿Lenin? Trotsky? Pero supongamos –al solo efecto de la argumentación- que fuera inexorable, ¿no sería doblemente condenable asesinar a grupos humanos, sociales, políticos o ideológicos por su propia condición de tales, fraguar procesos contra inocentes, erigir en crimen la disidencia o la simple falta de fe o las dudas[2], si de todos modos el materialismo dialéctico les indicaba que el advenimiento del socialismo era históricamente ineluctable?
Al tratar la cuestión de que "el fin justifica los medios", Trotsky atribuye a los jesuitas la doctrina de que el medio, en sí mismo, puede ser indiferente y que la justificación o la condenación moral de un medio dado se desprende de su fin. Ejemplifica:
"Así, un disparo es por sí mismo indiferente; tirado contra un perro rabioso que amenaza a un niño, es una buena acción; tirado para amagar o para matar, es un crimen. Los teólogos de la orden no intentaron decir otra cosa, más que ese lugar común...Si nos quedamos en el terreno de las comparaciones puramente formales ,o psicológicas, pues sí podrá decirse que los bolcheviques son a los demócratas y social-demócratas de cualquier matiz lo que los jesuitas eran a la apacible jerarquía eclesiástica. Comparados con los marxistas revolucionarios, los social-demócratas y los centristas resultan unos atrasados mentales o, comparados con los médicos unos curanderos: no hay cuestión alguna que ellos profundicen completamente; creen en la virtud de los exorcismos y eluden cobardemente cualquier dificultad, esperanzados con un milagro. Los oportunistas son los pacíficos tenderos de la idea socialista, mientras que los bolcheviques son sus combatientes convencidos. De ahí el odio para los bolcheviques y las calumnias en su contra, de parte de quienes tienen en exceso los mismos defectos que ellos, condicionados por la historia, y ninguna de sus cualidades".
Las comparaciones no pueden ser más desafortunadas. Un disparo, como acción física, es moralmente indiferente. Pero los crímenes históricos del comunismo –a los que no fue ajeno Trotsky- no eran simples hechos físicos, sino –como característica teratológica- acciones premeditadas, concebidas por mentes rabiosas pero ejecutadas con minuciosa frialdad e indiferencia por los seres humanos concretos que supuestamente iban a ser redimidos. Jamás acciones no sólo malas, no sólo repudiables, sino en ocasiones repugnantes pueden ser justificadas, por la pretendida bondad de los fines que se procuran. Inclusive la doctrina de la iglesia del "mal menor" –que en el Código Penal argentino se concreta en la legítima defensa, o amenazas de sufrir un mal grave e inminente, o causar un mal para evitar otro mayor inminente al que se ha sido extraño (art. 34 del C.P.)- tiene una serie de condicionamientos y reviste carácter estrictamente excepcional. Y cada vez que se afirma una excepción, se reafirma el principio.
Las premisa de que el utilitarismo de Bentham o de Herbert Spencer — "la mayor felicidad posible para el mayor número posible"— se traduce, en última instancia, en la justificación de los medios por los fines, es acertada, pero en definitiva no difiere en sus bases de la moral marxista. Trotsky roza el problema, pero como el cometa Halley, se acerca a la tierra y pronto se aleja, cuando dice:
"Sería, sin embargo, ingenuo esperar de este "principio" abstracto una respuesta a la cuestión práctica: ¿Qué se puede y qué no se puede hacer? Además, el principio: "el fin justifica los medios" suscita naturalmente la cuestión: ¿Y qué justifica el fin?…Sin encerrar en sí nada inmoral, el principio atribuido a los jesuitas no resuelve, sin embargo, el problema de la moral".
"El utilitarismo "evolucionista" de Spencer nos deja igualmente sin respuesta a medio camino, pues siguiendo las huellas de Darwin intenta resolver la moral histórica concreta en las necesidades biológicas o en los "instintos sociales" propios de la vida animal gregaria, mientras que el concepto mismo de moral surge sólo en un medio dividido por antagonismos, es decir, en una sociedad dividida en clases".
"El evolucionismo burgués se detiene impotente en el umbral de la sociedad histórica, pues no quiere reconocer el principal resorte de la evolución de las formas sociales: la lucha de clases. La moral sólo es una de las funciones ideológicas de esa lucha. La clase dominante impone a la sociedad sus fines y la acostumbra a considerar como inmorales los medios que contradicen esos fines. Tal es la función principal de la moral oficial. Persigue "la mayor felicidad posible", no para la mayoría, sino para una exigua minoría, por lo demás, sin cesar decreciente". Un régimen semejante no podría mantenerse ni una semana por la sola coacción. Tiene necesidad del cemento de la moral. La elaboración de ese cemento constituye la profesión de teóricos y moralistas pequeño-burgueses…".
Después de formularse adecuadamente la pregunta ¿Y qué justifica el fin?, llega a la conclusión –no es novedosa, sino el desarrollo, con otras palabras, de la conocida construcción de Marx- de que la moral es un epifenómeno, una parte de la superestructura ideológica de la sociedad burguesa. Los fines están impuestos por la "clase dominante"[3], y la moral cumpliría una función similar a la religión: el opio del pueblo, que lo anestesia y lo acostumbra a pensar en categorías morales que sólo aprovechan a los capitalistas, pues los fines están impuestos por la clase poseedora.
Si la lucha de clases es el motor de la historia; si el sentido de ésta se halla predeterminado, nos deja con el interrogante de si una vez impuesta su utopía, existiría alguna moral universalmente válida. El relativismo de Trotsky, y su odio a la sociedad burguesa, lo llevan a relegar toda consideración ética ajena al triunfo del proletariado, sin preguntarse cuáles serían las reglas morales en una sociedad en que haya cesado la lucha de clases, una vez lograda por hipótesis la victoria.
El relativismo moral sin concesiones
Dice Trotsky:
"Quien no quiera retornar ni a Moisés ni a Cristo ni a Mahoma, ni contentarse con una mezcolanza ecléctica, debe reconocer que la moral es producto del desarrollo social; que no encierra nada invariable; que se halla al servicio de los intereses sociales; que esos intereses son contradictorios; que la moral posee, más que cualquier otra forma ideológica, un carácter de clase".
Aun admitiendo que existen reglas elementales de moral, necesarias para la vida de la colectividad, considera que "la virtud de su acción es extremadamente limitada e inestable" y son tanto menos actuantes cuanto más agudo es el carácter que toma la lucha de clases".
Después de atribuir a la burguesía una "conciencia de clase" que al menos desde fines del siglo XX y comienzos del XXI no tiene, y de endilgarle "un interés vital en imponer su moral a las masas explotadas", cubre con invectivas a todos los que aceptan esas "abstracciones morales que se colocan bajo la égida de la religión, de la filosofía o de esa cosa híbrida que se llama "sentido común". No sólo estarían equivocados, sino integrarían una suerte de conspiración para la mentira; "no es un error filosófico desinteresado, sino un elemento necesario en la mecánica de la engañifa de clase"
Si la moral es una estafa interesado de la burguesía, todo está justificado. Al relativismo ético, Trotsky aduna –como Marx- el relativismo gnoseológico y coloca en el trono de la retórica al argumento "ad hominem". La burguesía ni siquiera merece la concesión de estar equivocada, no puede incurrir ni siquiera en errores filosóficos desinteresados. Como los "Sabios del Sión", los burgueses se han conjurado para defraudar al proletariado, para adormecer su voluntad de lucha, y conscientemente han elaborado una intrincada red de reglas morales y de convivencia que sólo sirve a sus intereses clasistas.
Esos conceptos y esas palabras son una invitación al odio, que constituye la antesala del crimen. A lo largo del siglo XX y en menor medida a comienzos del siglo XXI, pasaron de la antesala, a la sala de tormentos.
[1] El tiempo se encargó de demostrar, además, que el fin perseguido –la comunidad socialista- era además un infierno. Se sacrificaron como "medios" a millones de seres humanos, en pos de un fin que a la postre era bazofia pura: totalitarismo político, supresión de las libertades individuales, adoctrinamiento compulsivo, inducción del miedo, el servilismo y la delación, todo eso sumado a un estrepitoso fracaso económico.
[2] El "crimental" del "1984" orwelliano.
[3] No sé qué opinaría en el presente, en que las pautas morales –o inmorales- están dadas por una plutocracia antiburguesa y anticapitalista, como lo son los directores y actores de cines, quienes a despecho de los millones de dólares que embuchan en sus películas, ensalzan al Che Guevara, denuestan a los empresarios, los acusan de urdir toda clase de conspiraciones, mientras que atribulados empresarios, perseguidos por los impuestos, luchan por subsistir.

3 comentarios:

Louis Cyphre dijo...

Yo creo que sin duda hay mucho de manipulación de la información, pero también existe un deseo de creer en mucha gente, el atractivo irresistible de la utopía.

Julio Rougès dijo...

El problema,Luis, no es sólo que se trate de utopías -en definitiva ideales buenos pero irrealizables, situados "u topos" (en ningún lugar), sino de horrorosas realidades, concebidas por monstruos que se creían tan iluminados, tan superiores, que despreciaban la moral, y justificaban medios perversos por la supuesta bondad de sus fines.

¡Ojo! Si un derechista piensa lo mismo en términos de subordinación de la moral al triunfo de sus concepciones, se está deslizando por la misma peligrosa pendiente. Bien señala Sebreli que muchos de los nacionalistas de derecha terminaron en la ultraizquierda.

Señorita Remolona dijo...

Hola, encontré hoy tu página y me parece muy interesante. Estoy escibiendo una novela en la cual una de las protagonistas es miembro de la Baader Meihof y me gustaría tener contacto contigo. Te invito a que te pases con mi blog aunque nada tiene que ver con el socialismo. Un saludo.