sábado, 17 de abril de 2010

EL IMPOSIBLE SOCIALISMO DE MERCADO

En la segunda década del siglo XX, Ludwig von Mises sostuvo en su obra “El socialismo”, que la socialización de los medios de producción conducía a la imposibilidad del cálculo económico en la sociedad socialista[1].
Unos pocos teóricos socialistas –los más preparados- procuraron refutarlo con otros argumentos que la simple descalificación del autor (obra citada, páginas 144 y siguientes).
La característica de los intentos de refutación -los que no se reducían a la descalificación ideológica de la tesis que combatían- es que, aunque a disgusto, buscaban remedos del mercado, en el que, a falta de empresarios independientes, los directivos de las empresas socializadas actuaran como si fueran empresarios en un sistema capitalista. La básica insuficiencia de esos enfoques –cuyo líder intelectual fue Oskar Lange- es que por un lado se quiso que los sistemas diseñados en teoría siguieran siendo socialistas –es decir, impidiendo el funcionamiento de la empresa privada- y a la vez, que copiaran el mercado capitalista, pero sin empresas ni empresarios privados.
Las propuestas de un "socialismo de mercado" entrañaban un no querido, pero no por ello menos inequívoco reconocimiento de la razón de von Mises y de von Hayek al predicar la imposibilidad del cálculo económico en las economías socialistas. Aceptar un "socialismo de mercado" –que tampoco puede funcionar eficientemente- comporta admitir que la planificación central, además de la pérdida de libertades civiles y políticas que supone, no es una solución eficiente.


El estrepitoso derrumbe del comunismo soviético y de sus países satélites, y la mal disimulada conversión china al capitalismo –manteniendo las características totalitarias de su sistema político- terminaron dando la razón a Mises y Hayek. Robert Heilbroner, quien siempre simpatizó con el socialismo, dijo: ""Menos de 75 años después de haber comenzado, la contienda entre capitalismo y socialismo ha concluido: el capitalismo ganó. La Unión Soviética, China y Europa del Este nos han dado la más clara prueba de que el capitalismo organiza los asuntos materiales de la humanidad más satisfactoriamente que el socialismo
[2].
Como destacaban Mises y Hayek, los socialistas más competentes, serios y estudiosos han descartado la idea de que sea eficiente una economía de planificación central. Por el contrario, dedican sus afanes argumentativos a demostrar que es posible compatibilizar el socialismo con el mercado, lo que resulta enteramente imposible. No se concibe el funcionamiento del mercado sin auténticos empresarios, que son algo muy diferente de los gerentes de empresas estatales, carentes de todo incentivo para actuar minimizando costos, y buscando nuevas tecnologías, métodos de producción y mercados, o lisa y llanamente abandonando la producción de los bienes que ya no sean demandados, e inclusive cerrando la empresa.
Los esquemas socialistas, aun los que procuran una imposible coexistencia con el mercado, presuponen una economía estática, en la que no existan cambios en la demanda, en la tecnología y en los modos de producción, y en la que los gerentes de las empresas estatales dispongan de la información previa, suponiendo que no se modificará. Como lo señaló Ludwig von Mises, la información sólo se crea o se descubre si el empresario tiene un incentivo, que es el beneficio; y si el empresario, por no reconocerse el derecho de propiedad, no puede lograrlo, no tiene ningún aliciente para mejorar o cambiar el statu quo económico, ni para realizar un auténtico cálculo económico.
No es posible separar el mercado de la propiedad privada de los medios de producción. Es decir, si se la elimina, los gerentes no podrán actuar como empresarios, pues no son empresarios, ni siquiera en una economía capitalista. La actividad empresaria no se reduce a la mera gestión de los recursos disponibles, sino que se procura aumentarlos, cambiarlos, eventualmente incursionar en otras ramas de la actividad económica o incluso cesar en algunas o todas ellas, lo que sería impensable para un gerente socialista.
Los sectores de la actividad económica van cambiando a través del tiempo: hace tres décadas, la soja tenía una importancia marginal en la agricultura, y hoy es el cultivo de mayor expansión en nuestro país. La computación personal no existía, y pocos previeron que llegaría a constituir un bien de uso corriente en los hogares. La producción a bajo costo del aluminio recién se desarrolló en el siglo XX, así como los plásticos y los derivados de hidrocarburos. La aviación comercial no tenía el desarrollo que ahora tiene, como consecuencia en gran medida de la desregulación
[3]. Un gerente estatal honrado y razonablemente eficiente, podría haber gestionado el statu quo económico existente en una fecha dada, pero no podría incursionar en nuevas actividades, ni desarrollar nuevas tecnologías, ni prestar distintos servicios.
Uno de los problemas centrales del socialismo es que, abolida la propiedad privada de los medios de producción, no es posible generar un mercado de ellos, y al no existir éste, no hay precios que sirvan para evaluar la eficiencia, ni un mercado de capitales para asignar los fondos a las actividades más beneficiosas. En la economía capitalista, el empresario que carece de recursos propios suficientes, puede endeudarse, o buscar socios que provean de capital, tarea imposible para un órgano burocrático estatal, que previsiblemente no financiará nuevas actividades de otros burócratas, por buenas que sean sus intenciones, y por originales y creativas que resulten sus iniciativas.
En 1934, Lionel Robbins, en su obra sobre La Gran Depresión, criticó las propuestas de Lange sobre el "socialismo competitivo". Robbins destacaba que no basta con que los gerentes del sistema socialista intenten competir entre sí para vender y comprar sus respectivos productos. Según dicho autor, en esas propuestas se concibe el sistema económico como algo estático, cuando en la economía real los gustos –que determinan la demanda- la tecnología, los recursos y el conocimiento son permanentemente variables y, por lo tanto, el empresario debe tener la libertad de, eventualmente, vender su propia empresa, sus plantas, o dividirlas, fusionarlas e incluso abandonar la producción de algo que ha dejado de ser rentable, y eso es incompatible con la propiedad estatal de los medios de producción
[4].
Como ejemplifican Samuelson-Nordhauss
[5], "en una economía de mercado, las decisiones comerciales sobre los libros se toman principalmente en función de los beneficios y las pérdidas. En la Unión Soviética, como los beneficios eran un tabú, los planificadores usaban objetivos cuantitativos. El primer incentivo gerencial era recompensar a las empresas de acuerdo con el número de libros producidos, por lo que los editores imprimían miles de libros pequeños que no se leían. Ante el claro problema de incentivos, los planificadores cambiaron de criterio, estableciendo uno basado en el número de páginas, a lo que los editores respondieron publicando gordos libros utilizando papel cebolla y grandes caracteres. Los planificadores adoptaban entonces como criterio el número de palabras, a lo que los editores respondían imprimiendo enormes volúmenes con pequeños caracteres. En todos esos sistemas, no se pensaba nunca en el beneficiario último del libro, que era el lector".
El mismo problema se presentaba con otras ramas de la producción. Los vehículos soviéticos eran, ora grandes y pesados, cuando los objetivos de producción se formulaban en toneladas; o más pequeños (como el Lada, una adaptación del viejo Fiat 1600), cuando los objetivos se establecían en unidades; pero en todos los casos, de muy baja calidad y tecnológicamente obsoletos.
Las palabras de Michael Voslensky ("La nomenklatura. Los privilegiados en la URSS", Editorial CREA S.A., 1981, Buenos Aires, impreso en España por Chimenos S.A.) –quien algo conocía de la burocracia soviética por haberla integrado- son ilustrativas de la deprimente realidad que se vivía en ese sistema, y que ahora –después de su implosión- algunos miran con nostalgia y muchos otros desconocen:
"La economía burocrática planificada es fundamentalmente hostil al progreso técnico…La actitud frente al progreso técnico –en los hechos, que no en los discursos- es exactamente la inversa de la que tiene el capitalismo. Cuando se produce un descubrimiento científico, el capitalismo debe resolver el problema del espionaje industrial, y el "socialismo real" el de la "introducción". Pero existen también otros signos de esta tendencia a la reducción del desarrollo de las fuerzas productivas. Por ejemplo, la mala calidad de la producción en las empresas soviéticas…La razón profunda reside en que la producción planificada tiene en cuenta sobre todo la cantidad, expresada en unidades o en valor. Esos son los términos en que el plan debe ser cumplido…La mala calidad de la producción es una de las formas de simplificación del trabajo observadas en el cumplimiento de los objetivos fijados por el plan…" (pág. 143).
"Otra forma de esta limitación –menos inmediatamente evidente, pero familiar para los consumidores soviéticos- es ésta: cuando el plan no ha sido expresado cuantitativamente, sino sobre una base financiera, la fábrica se esfuerza por producir variantes caras del mismo producto. Esto le permite fabricar menos, y al mismo tiempo satisfacer los imperativos del plan…Que la mercadería encuentre o no compradores importa muy poco" (pág. 144).
En realidad, sin un sistema de precios de mercado mundial que orientaba medianamente a los planificadores, los errores habrían sido aún más groseros. Sin embargo, los resultados del experimento colectivista fueron desastrosos. Alemania Occidental y Alemania Oriental comenzaron con niveles de productividad y estructuras industriales similares, a final de la segunda guerra mundial. En 1989, la productividad de Alemania Oriental era entre un cuarto y un tercio de la productividad de Alemania Occidental y además, el crecimiento estaba orientado a la producción de bienes intermedios no valorados por los consumidores
[6]. Similares comparaciones se pueden hacer entre Corea del Norte (comunista) y Corea del Sud (capitalista), China Comunista (pese a su notable crecimiento en las últimas décadas) y Taiwán.
Es notoria la benignidad con que los autores occidentales trataban la economía y la sociedad soviéticas, y su predisposición a aceptar las estadísticas, siempre infladas, sobre su crecimiento
[7]. En contraposición, Voslensky decía:
"…la falsificación de las estadísticas continúa bajo Kruschev; él mismo las denuncia durante el pleno del Comité central realizado en enero de 1961; sin embargo, las falsificaciones siguen hoy a la orden del día" (pág. 146).
"Porque la Nomenklatura se sirve de las falsificaciones estadísticas para paliar la tendencia a la reducción de las fuerzas productivas. Contra esta reducción, de la que hemos visto que se trata de una consecuencia de la planificación, no existe más que un remedio: inventar cifras imaginarias" (pág. 146).
"Los clásicos del marxismo-leninismo predijeron que el socialismo provocaría un salto adelante del nivel de vida del pueblo…Al contrario de estas promesas, en los últimos 60 años se ha comprobado claramente que el nivel de vida de las poblaciones del "socialismo real" es inferior al de los países capitalistas" (pág. 162).
"En el curso de este medio siglo, la historia nos ha proporcionado laboratorios; en ellos, las comparaciones son posibles. La disparidad entre las condiciones de vida de las dos Coreas o de las dos Alemanias es tan llamativa, que ni la propaganda de la Nomenklatura, ni siquiera ella, intenta negarla. Bajo la monarquía de los Habsburgo y durante el período entre las dos guerras, se consideraba que Bohemia tenía un nivel de vida sensiblemente superior al de Austria. Cuando la propaganda sobre el "florecimiento de la Checoslovaquia socialista" debió cesar, durante la Primavera de Praga, la dirección del Partido Comunista checoslovaco se propuso, abiertamente, la tarea de acercarse al nivel de vida de Austria" (pág. 163).
"¿Qué ha sucedido en Corea del Norte, en Checoslovaquia, en la Alemania del Este, en Berlín Este? ¿Han sucedido catástrofes naturales, terremotos, epidemias? Nada de eso; en esos países, simplemente, se ha establecido el "socialismo real" (pág. 163).
Quizás se responda que la Unión Soviética fue un accidente histórico, una desviación de los ideales socialistas. Pero los mismos males y económicos no económicos se repiten en todos los países que han ensayado el socialismo. Pérdida de las libertades, pobreza, retraso tecnológico, falsificación de las estadísticas, burocratización. Especial escozor ha provocado siempre, en las dictaduras socialistas, la libertad de salir del país, que en nuestra Constitución es una garantía explícita (art. 14) y que forma parte de la mejor tradición de Occidente. Teniendo en cuenta el creciente prestigio del socialismo en nuestro país, no parece inadecuado recordar los alambres de púas, los muros, las casamatas o, con menor intensidad, las restricciones burocráticas al otorgamiento de visas de salida, que han signado siempre a los experimentos socialistas
[8].
La polémica Mises y Hayek vs. Lange
Pese a las críticas que se formularon a la propuesta de Oskar Lange, autores que aprecian las virtudes del mercado han relegado injustamente al olvido a Ludwig von Mises y a Friederik von Hayek. Creyendo, por mi parte, que nunca se gastará tinta suficiente en refutar los errores, y que no hay que subestimar la fuerza destructiva de las ideas equivocadas –aunque se los llame "ideales" y se reivindiquen las utopías- insistiré en los argumentos de estos destacados autores de la escuela austríaca de economía, confrontándolos con los esquemas de Oskar Lange, que fueron variando a lo largo del tiempo.
Oskar Lange, en sus comienzos, planteó un sistema de economía planificada más ortodoxamente marxista. En un segundo estadio de su evolución intelectual, publicó en 1936 y 1937 una serie de artículos ("On the Economic Theory of Socialism, Part I & II")
[9], en que se aproximaba a la economía "neoclásica". Lange, después de obtener una beca de la Fundación Rockefeller, estudió en la London School of Economics. Como consecuencia de su contacto con concepciones distintas al marxismo ortodoxo, Lange intentó cimentar el socialismo en las proposiciones neoclásicas de la "economía del bienestar" y refutar la proposición de Mises de que era imposible el cálculo económico racional en un sistema socialista.
Lange pensaba que era factible emular el mecanismo del mercado, pero sin propiedad privada de los medios de producción ni libre empresa. Influenciado por las ideas neoclásicas en torno al equilibrio, basaba su enfoque en un sistema de precios paramétricos, como relaciones abstractas de intercambio, y no los precios de mercado que surgirían del funcionamiento de una economía capitalista. Citando a Wicksteed, afirmó que el término “precio” tiene un doble significado. Puede emplearse en su sentido ordinario, es decir, como la relación de intercambio de dos mercancías en un mercado, o puede tener el significado generalizado de “términos bajo los cuales se ofrecen las alternativas
[10].
Pero Wicksteed, en cualquiera de las dos acepciones del concepto precio, jamás dejó de considerarlos una relación de intercambio subjetiva. Dicho economista consideraba a los fenómenos de mercado como un aspecto de la acción humana: así como el que realiza una compra, prefiere el bien al dinero, y el que vende, a la inversa, en las decisiones cotidianas –sean económicas o no económicas- toda opción implica el sacrificio de otra u otras, y se basan en las utilidades marginales respectivas. Los precios podían ser fenómenos de mercado, o el costo del sacrificio de una oportunidad, pero siempre, subjetivamente evaluadas
[11]. Nada más alejado del pensamiento de Wicksteed la concepción de los precios como meros parámetros para el cálculo (dejando provisoriamente de lado bajo qué pautas podrían fijarse esos parámetros).
Lange parece confundir un problema económico con un problema contable o aritmético, y parte de la premisa de que los datos de la economía están "dados", en vez de generados por los agentes económicos, quienes con sus preferencias subjetivas –como consumidores, productores o empresarios- determinan los precios de mercado.
En una economía de mercado la información no es meramente un dato externo a quienes toman decisiones, como pretende Lange equiparando a los burócratas estatales con empresarios, sino que en gran medida es generada o captada por los millones de agentes económicos que, sea como consumidores, sea como productores u oferentes de factores de producción, modifican los datos de la economía. Si no existe un mercado de los bienes de producción y de consumo, con libertad de iniciativa y respeto por el derecho de propiedad, lo probable es que se cometan enormes errores, no sólo por el anquilosamiento propio de la burocracia, sino porque ésta, ni aunque quiera ser eficiente, dispone de la posibilidad de crear; en el mejor de los casos, podrá gerenciar partiendo de un statu quo económico en el que ciertos precios de mercado estén "dados" referencialmente por el sistema capitalista. Así, en la Unión Soviética se sabía que el oro –del que era una gran productora- tenía un precio determinado por el mercado mundial; ese precio impedía que se lo utilizare antieconómicamente. Lo mismo puede decirse del petróleo y de los commodities, que eran, según el caso, exportados o importados cobrando o pagando su precio de mercado. En ese único sentido y respecto de algunos bienes, los precios estaban "dados": paradójicamente, estaban dados los precios del mercado internacional, lo que significa que si el socialismo se hubiera impuesto por hipótesis en todo el mundo, habría carecido de un marco de referencia para adoptar decisiones económicas. El socialismo sólo podía funcionar con una mínima racionalidad, allá donde el mercado mundial determinado por las fuerzas propias del sistema económico al que se combatía y quería destruir, operaba como pauta referencial.
Lange, durante su estadía en Inglaterra y en Estados Unidos, se despojó parcialmente del lastre de la ortodoxia marxista, pero abrevó en otras fuentes cuyo uso no prudente puede llevar a errores: los esquemas de equilibrio general propios de la economía matemática. No es que la matemática sea un auxiliar despreciable, sino que debe estar subordinada al razonamiento económico y lógico. Como bien puntualiza Alpha Chiang en una obra que es, justamente, de análisis matemático para economistas
[12], "dado que la economía matemática es meramente una aproximación al análisis económico, no debería diferir, y de hecho no difiere, de manera fundamental de la aproximación no matemática al análisis económico. El propósito de cualquier análisis teórico, sin reparar el método a seguir, es siempre deducir un conjunto de conclusiones o teoremas a partir de un conjunto dado de hipótesis o postulados a través de un proceso de razonamiento…La elección entre lógica literaria y lógica matemática es, de nuevo, materia de poca significación, pero la matemática tiene la ventaja de obligar al analista a explicitar sus hipótesis en cada etapa del razonamiento…".
Hechas estas salvedades, Lange no sólo se basó en el esquema walrasiano-paretiano del equilibrio general –muy apropiado para su abordaje matemático- sino que no lo sometió a las restricciones de estos autores, todos los cuales basaban su análisis en teorías subjetivistas del valor, y consideraban al equilibrio como un estado al que tiende el sistema económico, y no un presupuesto de su funcionamiento.
Las críticas que en su momento efectuó Ludwig von Mises a la economía matemática por su falta de realismo no son del todo justas, en cuanto toda teoría, matemática o no, económica o no, significa una abstracción de la realidad
[13]. Pero sí son acertadas, cuando desprecian la importancia de la función del empresario y de los procesos dinámicos, que excluyen que la información relevante sea un dato objetivo y externo a los agentes económicos, y minusvaloran la importancia de las instituciones del sistema capitalista, que conforman el marco necesario para el funcionamiento del sistema de precios.
Lange, encorsetado en el instrumental teórico "neoclásico", e incapaz de abandonar el marxismo cuya teoría del valor-trabajo era esencialmente incompatible con las teorías subjetivas del valor –aun en sus formulaciones matemáticas y "equilibristas"- buscó una imposible conciliación empleando herramientas conceptuales del campo rival, pero en forma parcial, rígida y atada a los patrones de la economía marxista, frontalmente opuestos a la función empresarial.
Los esfuerzos teóricos de Lange son, aunque no lo acepte su autor, un homenaje al pensamiento opuesto. Es también encomiable que al menos conociera, aunque limitado a una sola escuela, los desarrollos teóricos que explicaban –aunque en forma no satisfactoria- el sistema capitalista. Le faltó, empero, comprender cabalmente la figura del empresario, y la relevancia, para la formación de los precios de mercado, de la libertad de los oferentes y los demandantes. Esos precios de mercado no siempre son "de equilibrio" –mas tienden hacia él- como con acierto destaca Keneth Boulding
[14].
Las tendencias hacia el equilibrio, y el equilibrio final, pueden representarse gráfica o matemáticamente, pero no debe olvidarse que obedecen siempre a la acción de los empresarios, productores o consumidores. Las curvas de oferta y demanda –para citar sólo los ejemplos más conocidos- son inexplicables, si no se parte de un supuesto básico: son esquemas que se basan en los incentivos de los vendedores y compradores para ofertar y demandar. Los movimientos dinámicos de esas variables derivan de los incentivos de los empresarios para obtener mayores beneficios, de los incentivos de los trabajadores para cambiar de ocupación ante mejores o peores remuneraciones; de los incentivos de los consumidores para adquirir nuevos o distintos productos, cuando su precio o calidad no los satisface, o cuando encuentran productos o servicios que los satisfacen en mayor medida. Eliminados esos alicientes que operan como señales, no pueden los burócratas actuar como empresarios, ni aunque sean honestos y quieran ser eficientes.
Los empresarios no se limitan a gestionar –como parece desprenderse de algunos manuales de economía convencionales, y lo creía Lange- funciones de producción determinadas, empleando factores y servicios productivos en las combinaciones óptimas –lo cual ya de por sí es difícil que sea realizado por un funcionario- para producir bienes y servicios determinados, sino procuran cambiar el orden económico existente
[15], produciendo otros bienes y servicios, y abandonando la producción de los que ya no son demandados. El progreso tecnológico y de los sistemas de comercialización, así como la introducción de nuevos bienes y servicios, son propios del sistema capitalista, porque los empresarios tienen el incentivo de innovar.
Los empresarios –así como los productores de bienes y servicios en general, y en menor medida los consumidores- no se limitan a ajustarse a precios "de equilibrio" que actúan como "parámetros", sino con sus interacciones los modifican. Justamente los beneficios empresarios se obtienen con los desequilibrios, con las diferencias de precios –que generan oportunidades de ganancias, y su acción competitiva tiende a eliminarlas- razón por la cual no se puede basar todo un sistema teórico en precios "paramétricos" cuando los precios no son parámetros, sino variables, cuyas variaciones y diferencias ocasionan estímulos para comprar, vender, ingresar en nuevas ramas de la producción o abandonarlas
[16].
En el esquema de Lange, si bien los consumidores tendrían libertad de elección –lo que ya es un progreso significativo respecto de los habituales cupones de racionamiento propios de las economías socialistas, que subsisten aún en Cuba y Corea del Norte- los productores carecerían de igual libertad. Los precios al consumidor y los salarios surgirían del juego de la oferta y la demanda, pero no así los precios de los bienes de producción, que serían fijados por la autoridad planificadora. En caso de divergencia entre las cantidades ofertadas y demandadas de los bienes de producción, el precio sería modificado por la autoridad planeadora, a través de un proceso de "trial and error", que se detendría en el momento que se igualasen la oferta y la demanda. Los precios "paramétricos" de los medios de producción generan una actuación adaptativa de los consumidores y de los gerentes de las empresas estatales, y a la vez, el resultado de la actuación de éstos indica a los planificadores la existencia de excesos o déficits, que se ajustarían mediante la reducción o alza de los precios, hasta establecer el equilibrio.
El principal acierto del diseño teórico de Lange, es prescindir de las formulaciones más rústicas del marxismo, y el reconocimiento de que los precios tienen una importante función, en cualquier sistema económico. Pero sus aporías son graves:
* En primer lugar, atado como estaba a la idea central marxista de la "socialización de los bienes de producción", no tuvo en cuenta que el concepto de "bienes de producción" o "bienes de capital" no es unívoco ni invariable: un automóvil es, en manos de un taxista o remisero, un bien de producción, y como segundo automóvil de la familia, probablemente un bien de consumo; un teléfono celular o una PC pueden ser bienes de capital para las empresas, o juguetes para los niños. Y no es meramente un problema conceptual o clasificatorio, que pueda ser evaluado en forma externa a los sujetos que los emplean. No es un dato objetivo que pueda ser fijado por la autoridad planificadora, ni pasivamente aceptado por los sujetos.
* Una importante objeción, y de tipo político, es la implicancia que tiene en las libertades la arbitraria calificación de los bienes como de "capital" o "producción" y de "consumo". A título de ejemplo, el gobierno puede considerar que internet debe estar destinado exclusivamente a la "producción" y en consecuencia, el uso de ese vital recurso reservarse exclusivamente a los gerentes –o a algunos de ellos- de las empresas estatales, excluyendo masivamente a la gente del acceso a la información que brinda, y en consecuencia, privándola del libre intercambio de ideas; las máquinas rotativas para la impresión de periódicos y revistas, pueden también ser considerados "bienes de producción", y sometidos también a la planificación central. Tras la desaparición de la libertad empresaria, se ahogan las otras libertades.
* La rigidez propia de la burocracia impide las adaptaciones inmediatas de los precios, cantidades, y calidades a las nuevas exigencias. Y no debe pensarse que fue un problema histórico-contingente de la burocracia soviética. No sólo es habitual que los mecanismos administrativos funcionen con pesadez, sino que, cuando se trata de funcionarios públicos, nos hallamos frente a una disyuntiva insoluble: si se quiere reducir la discrecionalidad y evitar, en lo posible, la arbitrariedad de quienes poseen una parcela del poder político –los funcionarios- debe someterse su actuación a reglas y a controles externos; está bien que así sea. Pero esas reglas y controles, deseables desde el punto de vista de las garantías y de la transparencia, privan de eficiencia al funcionamiento de una empresa, que debe adecuarse permanentemente a los cambios de la demanda, de las funciones de producción, y de las tecnologías.
Un burócrata honesto procurará no innovar, no incurrir en arbitrariedades, no apartarse de las reglas, no perjudicar a su personal. Pero todas esas virtudes en quien ejerce la función pública, esclerosan por completo el desenvolvimiento de las empresas.
* En ausencia de libertad de empresa, no puede haber un mercado libre y competitivo, ni siquiera para los bienes de consumo, pues las posibilidades de innovar están inicialmente descartadas: en el diseño de Lange, los consumidores ajustan pasivamente sus conductas a la oferta de bienes ya existente, pero no determinan cambios en la propia oferta. Los empresarios en un sistema capitalista, animados por el móvil del beneficio –tantas veces descalificado éticamente, sin una adecuada percepción de la naturaleza humana, y sin reparar en las monstruosidades que han ocasionado los intentos de ingeniería social, de parte de quienes no persiguen el lucro, sino el poder político- tienen el siempre presente estímulo de las mayores ganancias para innovar, reducir o aumentar precios, cambiar de actividades empresarias, abandonar las no rentables y orientar su producción a lo que es más demandado. Nada de eso puede suceder, y de hecho no ha sucedido, bajo el "socialismo real".
En descargo de Lange, puede decirse es que los socialismos soviético, norcoreano y cubano se apartaron de su diseño, pues lo consideraban demasiado próximo al capitalismo
[17], pero si bien la economía de Lange sería más eficiente y quizás más libre que la que se ha conocido en los regímenes comunistas, no soluciona el problema del cálculo económico en el socialismo.
* La actividad empresaria supone decisiones fundamentales que no están al alcance de un funcionario, aunque se le quiera dar una relativa autonomía: el reemplazo total de la maquinaria ("bienes de producción") que ha quedado económicamente obsoleta, aunque técnicamente esté en condiciones de funcionar e incluso se halle en impecables condiciones de mantenimiento; el abandono total de una línea de producción; la iniciación de una actividad absolutamente nueva; la asociación con otros empresarios, y la ruptura de esos vínculos asociativos; la búsqueda de nuevas fuentes de financiamiento, aún en el extranjero, y la eventual asociación con el financista
[18]; recurrir al mercado de capitales emitiendo acciones. Nada de eso puede hacer el gerente de una fábrica estatal.
* Otro problema que se ha presentado, no sólo en las economías centralmente planificadas, sino en las que se adoptaron políticas de "nacionalización" de la banca –como en nuestro país, desde 1946 hasta 1955- es la asignación de los recursos prestables, y la incomprensión del fenómeno de la tasa de interés como asignador de aquéllos.
En esa materia, quizás como en ninguna otra, es grande el desconocimiento del funcionamiento del sistema capitalista y de la función del interés. Desde la derecha nacionalista, suele considerarse que el interés es "usura"; que el dinero es estéril, y que nada justifica que se cobre un precio por su uso; en todo caso, se piensa que el crédito cumple una "función social" y que debe ser promovido por el Estado. La izquierda, con otras categorías conceptuales, ha propugnado desde siempre la nacionalización de la banca. El populismo ha destruido el ahorro en nuestra propia moneda, y durante mucho tiempo se culpó a la "patria financiera" de todas nuestras calamidades y desastres.
Los detractores del sistema financiero no se preguntan por qué en los países desarrollados el sistema bancario también lo está; por qué las tasas de interés son más bajas que en nuestro país, y por qué, si el "negocio financiero" local es tan fabuloso, su dimensión en relación con el producto bruto interno es tan pequeña, y por qué hay tanto dinero fuera del país.
Efectuada esa digresión, volvamos a Lange. Su "socialismo de mercado" no abarca el mercado de préstamos: corresponde a la autoridad planificadora determinar el quantum de los préstamos, los plazos y los destinatarios (dejando de lado que se ignora por completo la interrelación entre el mercado financiero y el mercado de capitales, y no existe libertad de endeudamiento o de elección de otras alternativas).
De todos modos, el pensamiento de Lange, con sus deficiencias, representa un significativo avance en relación con el marxismo ortodoxo. En un artículo titulado "Fundamentos económicos de la democracia en Polonia" (1943), advirtió sobre los riesgos para la democracia de los monopolios estatales, propiciando, sin embargo, la socialización de las empresas "estratégicas", y la propiedad privada de los medios de producción para las pequeñas y medianas empresas, reconociendo la flexibilidad y capacidad de adaptación de la empresa privada. Algunos de sus discípulos fueron más lejos, y finalmente aceptaron la fuerza de las objeciones de Mises y Hayek
[19].
Ver tambiénhttp://juliomvrouges.blogspot.com/2008/11/el-su-desprestigio-en-el-pas-y-su.html[1] Tengo en mis manos su obra “El socialismo”, 5ª edición, 2007, Unión Editorial S.A., Madrid. La edición original, en alemán data de 1922.[2] The Newyorker, 23 de enero de 1989. Véase también el artículo de Heilbroner «Analysis and Vision in the History of Modern Economic Thought», Journal of Economic Literature, volumen XXVIII, septiembre 1990, pp. 1.097-1.114, y en especial las páginas 1097 y 1110-1111.[3] Samuelson-Nordhauss, obra citada, pág. 315, relatan los exitosos resultados de la desregulación y liberación del transporte aéreo, a partir de 1977.[4] Lionel Robbins, The Great Depression, Macmillan, Londres 1934, p. 154.[5] "Economía", decimosexta edición, 1999, Mc Graw Hill/Interamericana de España, págs. 544-545).[6] Samuelson-Nordhauss ("Economía", decimosexta edición, 1999, Mc Graw Hill/Interamericana de España, pág. 545.[7] Una de las antiguas ediciones de Samuelson de la década del 70 ("Curso de Economía Moderna", decimosexta edición, cuarta reimpresión, 1971, edición española, Ed. Aguilar, opinaba "lo que sí parece aceptado es que últimamente sus tasas de crecimiento han sido muy superiores a las nuestras...Aunque los Estados Unidos siguieran llevando ventaja económica ala Unión Soviética, si ésta alcanzase una tasa de crecimiento muy superior a la nuestra, los países neutrales se verían tentados a imitar el modelo totalitario de adelante a toda marcha").[8] Al decir de Voslensky "…La clase de los nomenklaturistas sabe que muchos de sus súbditos sueñan con huir: ¿cuál es su actitud al respecto? En la época de Stalin, el simple deseo de abandonar la Unión Soviética pasaba por ser el mayor de los crímenes contra la seguridad del Estado. El tristemente célebre parágrafo 58 del Código Penal de la República Socialista Federada Soviética de Rusia estipulaba que la fuga al extranjero o la negativa a volver eran asimilables a actos de alta traición" (pág. 287).
"Resulta horriblemente complicado abandonar la Unión Soviética de manera definitiva o sea para un viaje de unos pocos días. La Nomenklatura está persuadida de que cualquiera de sus súbditos, si consigue escapar aunque no sea más que por unos minutos a su dominio, está dispuesto –cualquiera sea su edad- a abandonar a sus parientes, a sus amigos, su apartamento, su empleo y sus bienes para permanecer en un país independiente de la Nomenklatura y rehacer allí su vida. El sistema de atribución de visas de salida para los países aque no forman parte del bloque oriental, por consiguiente, persigue en su conjunto el único objetivo de impedir toda fuga" (pág. 289)…evitar que los ciudadanos soviéticos huyan del dominio de la Nomenklatura" (pág. 303).
[9] Traducción al castellano de Antonio Bosch Doménech y Alfredo Pastor Bodmer, "Sobre la Teoría Económica del Socialismo", Editorial Ariel, Barcelona, 4ª edición 1973.Wicksteed dice: “El ‘precio’, por tanto, en el sentido estricto de ‘el dinero a cambio del cual puede obtenerse un bien material, un servicio o un privilegio’ es simplemente un caso especial del precio definido en su sentido más amplio como los términos bajo los cuales se nos ofrecen las alternativas’’ (P.H. Wicksteed, El Sentido Común de la Economía Política, 2.ª edición, Londres 1933, p. 28).[11] Keneth Boulding, "Análisis Económico", 9ª edición española de la 4ª edición norteamericana, Edición de Revista de Occidente en Alianza Editorial, pág. 1045.[12] Alpha Chiang, "Métodos fundamentales de economía matemática", McGraw-Hill, traducción española de la 3ª edición de inglés, pág. 2[13] Volviendo a Alpha Chiang (obra citada, págs. 4-5), "el epíteto "no realista" no puede utilizarse ni siquiera al criticar la teoría económica en general, sea o no la aproximación matemática. La teoría es, por su misma naturaleza, una abstracción del mundo real. Es un artificio para escoger sólo los factores y relaciones más esenciales de manera que podamos estudiar lo esencial del problema, libres de las muchas complicaciones que existen en el mundo actual. Así, la manifestación "la teoría carece de realismo" es meramente un axioma que no puede aceptarse como una crítica válida de la teoría"[14] Obra citada, págs. 206-208. Keneth Boulding, "Análisis Económico", 9ª edición española de la 4ª edición norteamericana, Edición de Revista de Occidente en Alianza Editorial.[15] No deja de ser curioso que la vulgata marxista utilice hasta el cansancio la expresión "status quo" como indicativa de un orden inmutable, cuando lo que ha caracterizado al capitalismo –y eso Marx lo tenía muy claro- es la permanente mutación. Hace 30 años no existía la computación personal, ni Internet, ni la televisión satelital, ni la telefonía celular, ni el diagnóstico por resonancia magnética, ni la ecografía, ni la microcirugía guiada por computación, ni la endoscopía, ni la litotricia; no estaba generalizado en los automóviles el airbag ni los sistemas de frenado con ABS; la inyección electrónica de combustible era un lujo reservado para automóviles de alta gama; el turismo era un privilegio para los ricos; los pasajes de avión tenían un costo prohibitivo. Para realizar llamadas interurbanas había que solicitar la conexión de "larga distancia", y si el destinatario era del exterior, la demora podía tener más de 12 horas. Contrariamente a lo que se repite sin conocimiento, la cantidad de pobres, salvo en América Latina y el Africa subsahariana, ha disminuido.[16] János Kornai, discípulo de Lange, en su artículo «The Hungarian Reform Process» (Journal of Economic Literature, volumen XXIV, n.º 4, diciembre de 1986, pp. 1726 a 1728, reproducido como Capítulo V de su libro Vision and Reality. Market and State, edit. Harvester Wheatsheaf, Nueva York 1990), rescata la idea de Mises y Hayek de que en un genuino proceso de mercado, los participantes quieren y pueden hacer uso de sus conocimientos y oportunidades; son rivales. En ese contexto, el mercado siempre está en un estado de desequilibrio dinámico, en que algunos ganan y otros pierden. La victoria da recompensas: supervivencia, crecimiento, mayores ganancias, mayor ingreso. La derrota lleva consigo penalidades: pérdidas, menores ingresos, y en última instancia salida del mercado. El mercado, en la concepción de Mises y Hayek, implica duras limitaciones presupuestarias y un soberanía de los consumidores. Donde el sistema y el poder político no asegura la prevalencia de esas condiciones, no hay un mercado genuino (págs. 1727-1728, la traducción es propia).
Gabriel Temkin ("On Economic Reforms in Socialist Countries: The Debate on Economic Calculation under Socialism Revisited", Communist Economies, volumen I, n.º 1, 1989, págs. 31 a 59), sostiene que la principal deficiencia del modelo de Lange es que prescinde de la figura del empresario, ya que ni el empresario ni el mercado pueden ser adecuadamente "simulados" en la economía socialista basada en la propiedad pública de los medios de producción.
[17] Tal era, por ejemplo, la opinión del "Che" Guevara sobre la autogestión yugoeslava.[18] Un ejemplo estaría dado por la emisión de obligaciones negociables convertibles en acciones: el acreedor se convierte en accionista.[19] Wlodzimierz Brus, en "From Marx to the Market. Socialism in Search of an Economic System", Clarendon Press, Oxford 1989 y Kazimierz Laski, discípulos de Lange, caída ya la Cortina de Hierro, reconocieron los méritos de Mises y Hayek, y las deficiencias del enfoque langiano.

2 comentarios:

William Morantes dijo...

Estoy de acuerdo con lo que planteas porque la sociedad es el mercado. Y definitivamente es esencial trabajar con la productividad. Yo estoy promoviendo cursos donde nos enfocamos en la productividad del ser humano, que la entiendo como la forma como el ser humano mejora sus resultados. Más información: http://productividad.com.ve

Julio Rougès dijo...

William: la sociedad no es el mercado. El mercado es esencial para una sociedad libre y próspera, pero no se identifica con la sociedad. Las interacciones y valoraciones subjetivas de los individuos y empresas generan mercados de bienes finales y de factores de producción, pero la sociedad es la resultante de una serie de valores, principios, actos, actitudes y conductas contradictorias entre sí, algunas de ellas ajenas al mercado: el amor, la solidaridad cuando no es impuesta por el Estado, el deseo de ser reconocido, la necesidad de vivir en comunidad, con prescindencia de consideraciones económicas.
De esa ensalada heterogénea de móviles y conductas surge la sociedad, que no es el mercado, pero que necesita de la mayor libertad posible de funcionamiento de aquél para ser eficiente, próspera y libre.